Lunes, 20 de Mayo 2024
Suplementos | Cuestan 20 pesos y dicen que ayudan con el estrés

El toque que todo lo cura

Cuestan 20 pesos, dicen que amilanan el estrés, acaban el cansancio, frenan la desesperación y hasta bajan la borrachera. Las mujeres son quienes más los piden

Por: EL INFORMADOR

Los toques amilanan el estrés, acaban el cansancio y frenan la desesperación. ESPECIAL /

Los toques amilanan el estrés, acaban el cansancio y frenan la desesperación. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (14/JUL/2013).- Darse unos toques de vez en cuando es curativo. Los toques amilanan el estrés, acaban el cansancio, frenan la desesperación, fulminan la debilidad, bajan la borrachera y curan la cruda. Lo jura —y se oye sincero— Antonio Rea, que a los 29 de vida es todo un curandero, un veterano hecho y derecho en el ilustre oficio del toque eléctrico con máquina casera.

La suya, además de ser efectiva —tiene el poder de sacudir a cadenas de hasta 15 humanos—, es de esos artefactos que encantan por su simplicidad.

Por fuera, un cajón de habanos forrado meticulosamente con cinta adhesiva dorada, cuyos únicos adornos son una calcomanía del Sagrado Corazón en el costado izquierdo de una de las caras, un botón on/off de licuadora clásica y una perilla giratoria roja, ésta con el poder de que los organismos vivos pasen del cosquilleo a la sacudida, a través de dos polos metálicos que se parecen mucho a los sorbetes. Por dentro, la misma caja guarda, también en un orden obsesivo, los secretos del toque que todo lo puede, que todo lo cura. Los secretos están depositados en los voltios de 12 baterías alcalinas AA, conectadas a los botones de afuera, a través de cables azules, rojos y anaranjados.

“Está bonita ¿no? La hice yo solo”, se jacta Antonio Rea, y sopla con delicadeza el interior de su máquina; el polvo no perdona.

Ningún cuidado sobra porque la máquina es la vida del muchacho. Por el barrio de San Juan de Dios, en el mercado Libertad por las mañanas, en la plaza de Los Mariachis a medio día y de cantina en cantina, en las tardes y las noches, ese aparato simple hace ganar a su dueño 200 pesos los días malos y hasta 800 los de quincena, cuando los borrachos salen a gastarse el chivo de la prole, platica, orondo. “El chiste es no tirarla” (se entiende a qué se refiere).

El chiste lo aprendió como se aprenden todos los chistes, viviendo.

Cuando uno le pregunta por su infancia, Antonio Rea encoje los hombros: “O sea que yo era un niño vago. Pedía dinero. Cuando yo tenía 10 años un señor me dijo que no fuera flojo, que me pusiera a vender chicles y me compró una caja para que yo la vendiera. Como crecí en el mercado (Libertad) fui y se la vendí completa a una señora que es mi amiga, que se llama Geli. Compré otra caja y otra y luego un cajón para bolear zapatos. Pero, o sea que los boleadores siempre andan sucios y la gente te discrimina; de hazte pa allá no sale uno. Lo bueno es que boleando empecé a viajar. Me iba de trampa en el tren al lado de La Piedad, Michoacán, y allá me salían otros jales, como lavar coches, pero lo mismo: puras cosas cochinas. Luego la hice de payaso allá del lado de Degollado, Jalisco... Hasta que un don me enseñó a tragar fuego; un jale muy sucio y peligroso... No por la lumbre; o sea, la cicatriz de la piocha sí es por una quemada, pero lo más peligroso de ser tragafuegos es que en cualquier chico rato lo atropellan a uno. Luego no se gana nada, porque después del diésel uno se tiene que tomar dos litros de leche para desenvenenarse. Hace tres años un amigo del barrio me regaló una caja de toques y me enseñó cómo se hacen. Una chulada. ¿Viera cómo me gusta andar limpio? Le digo: el chiste es no huevonearle”.

Y Antonio no la tira  nunca. Si uno anda a las 10 de la mañana comprando cucharas en las cristalerías alrededor del mercado, ahí está él, dispuesto a darle a uno un buen toque, a cambio de 10 pesos. Si a mediodía se está comiendo uno un plato de birria en el Libertad, puede saludar al de los toques y de pasada darse uno. Si a media noche uno anda encervezado en una cantina del rumbo con los amigos, los toques en cadena le cuestan 20 pesos. Hay muchos adictazos al alcohol que también lo son a los toques, pero la mayoría de los toques, individuales y en cadena, y la mayoría de los altos voltajes los piden las mujeres, afirma el experto.

En la mañana, en la tarde y en la noche, Antonio Rea anda inmaculado de los pies a la cabeza. Cuesta imaginarse al niño limosnero que fue, pero la duda se va pronto, cuando el de los toques saluda a locatarios, pajareros, prostitutas, curas, mariachis, policías y ambulantes con esa familiaridad que nada más da el barrio. Sí: el tal Antonio Rea podría caminar por San Juan de Dios con los ojos cerrados, dando toques.

Otras veces se harta del barrio y hasta de la ciudad. Entonces se monta en el tren de carga, pone dos cambios en una bolsa —ya dejó claro su asunto con la limpieza—, y pide aventón, hasta que llega a Tijuana, en el Norte más disipado de México. “Allá es donde más aprecian el toque”, asegura. “Allá los individuales los cobro a cien, imagínese nomás”.

—Dicen que la noche, el tren de carga y el país son bien inseguros —le advierto.

—Eso dicen. O sea que yo no me meto a las cosas cochinas y nadie se mete conmigo.

—¿Tienes enemigos? —le pregunto, nomás por no dejar.

—Los lacras son mis enemigos y los de usted. A veces les doy dinero para que me dejen en paz.

—¿Nunca te han reclamado por un toque?

—Un día un borracho estaba que súbele y que súbele. Le hice caso y se encabritó. Me dijo: ya me bajaste la borrachera, ahora me pagas otra. Pero es lo que le digo; darse unos toques de vez en cuando es medicinal y hasta baja la borrachera.

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