Jueves, 18 de Abril 2024
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El Espíritu del Señor llenó el orbe de la tierra. ¡Aleluya!

Fieles los discípulos al Señor, no se dispersaron todavía y recibieron al visitante prometido

Por: EL INFORMADOR

La palabra griega pentecostés significa que la fiesta que se celebra tiene lugar 50 días después de la Pascua. ESPECIAL /

La palabra griega pentecostés significa que la fiesta que se celebra tiene lugar 50 días después de la Pascua. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11:

“Aparecieron lenguas de fuego, que se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo”.

SEGUNDA LECTURA
Primera Carta de San Pablo a los Corintios 12, 3-7.12- 13:

“Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”.

EVANGELIO
San Juan 20, 19-23:

“Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo”.

GUADALAJARA, JALISCO (04/JUN/2017).- Cincuenta días después —eso significa la palabra griega pentecostés—, se manifestó de nuevo la bondad de Dios, como el regalo prometido por el Señor Jesús antes, de subir a su Padre: “Os enviaré un Consolador. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hacia toda la verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que dirá cuanto habrá oído y les anunciará lo que habrá de venir” (Juan 16, 13).

Fieles los discípulos al mandato del Señor, no se dispersaron todavía. Estaban juntos, oraban juntos, esperaban juntos y juntos recibieron al visitante prometido. Es el evangelista San Lucas a quien le fue confiada la gracia de transmitir, en su libro Hechos de los Apóstoles capítulo 2, 1-11, ese momento glorioso: “Un gran ruido un viento fuerte. Unas lenguas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles”.

Tres signos sensibles para hacerse presente el Espíritu de Dios, quien por ser espíritu no puede ser abarcado por los sentidos. Un gran ruido: Tal vez un cortejo de espíritus celestiales haga resonancia al anuncio de honor. Luego el viento fuerte, para sacudir, para vivificar al mundo. Un viento nuevo, como el viento de la primavera, que no mata, sino que trae ondas de vida: la vida del Espíritu, la vida de santidad.

“Arde sin quemar y alumbra sin consumirse”. Lenguas de fuego fueron apenas un instante, mas para siempre ha quedado ese fuego, que es la virtud cristiana llamada fortaleza, y es la inspiración —luz sobre toda luz— para entender, gustar y comunicar con eficacia el mensaje de Dios a todos los hombres, de todos los vientos.

“Unidad y pluralismo”. Sopló y sigue soplando ese divino soplo, y sus efectos siempre van en el de la fe y el ser íntimo, espiritual, de todos y cada uno a donde llega su acción santificadora. Su presencia es, por sí misma, unificadora. El Espíritu Santo es vínculo con el Padre y el Hijo. Es la vida que estrecha los lazos, los miembros todos en un solo cuerpo. San Pablo, en su Primera Carta a los Cristianos de Corinto, se anticipa en momentos críticos en éstos, en que se daban preocupantes señales de división entre ellos. Dedica todo un capítulo a llamarlos a la unidad, con una figura literaria muy bella y elocuente que ha persistido a lo largo de los siglos: Cristo es la cabeza del Reino, de la Iglesia, y todos los bautizados forman el cuerpo místico; a cada uno de los miembros le corresponde un lugar y una acción. Sin embargo, “hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el mismo Señor. Hay diversidad de operaciones, pero el mismo Dios que todo lo obra en todos, a cada uno se le ha dado la manifestación del Espíritu para la utilidad de todos”. (Corintios 12, 4-7). Especifica después: el don de la sabiduría a unos, a otros de ciencia; la primera agudiza la capacidad, la segunda, la abundancia; a unos la fe, a otros dones de curación, a otros más poderes milagrosos; unos reciben el don de profecía, otros el de discernimiento de espíritu; otros el don de lenguas, a otros el de interpretación, mas “todo esto lo obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno en particular según quiere” (Juan 12, 11).

“Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz”.

José Rosario Ramírez M.

Cincuenta días después

La palabra griega pentecostés significa que la fiesta que se celebra tiene lugar 50 días después de la Pascua. Esta fiesta ha venido evolucionando con el tiempo: en un principio era una fiesta agraria, posteriormente conmemoraba el hecho histórico de la alianza, para convertirse al fin en la fiesta del don del Espíritu Santo, como lo celebramos hoy en la Iglesia.

Pentecostés inaugura el tiempo de la Iglesia, que en su peregrinación al encuentro del Señor recibe constantemente de Él el Espíritu que la reúne en la fe y en la caridad, la santifica y la envía a la misión.

Esta celebración de Pentecostés que reúne a la comunidad mesiánica es también el punto de partida de su misión, el discurso pronunciado por Pedro, después de la efusión del Espíritu, es el primer acto de la misión dada por Jesús a sus apóstoles: “Recibirán una fuerza, el Espíritu Santo… Entonces serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y en Samaría, y hasta los confines de la tierra”.

La confusión y división de Babel, encuentra en Pentecostés su antítesis y su término, se reúnen los pueblos en la Iglesia y se supera la confusión de las lenguas en la acción del Espíritu a través del discurso de Pedro, que es comprendido por todos, gracias a su acción.

El libro de los Hechos de los Apóstoles algunos autores lo llegan a llamar, el Evangelio del Espíritu Santo, ya que revela la actualidad permanente de este don, el carisma por excelencia tanto por el lugar que ocupa el Espíritu en la dirección y en la actividad misionera de la Iglesia, como por sus manifestaciones más visibles.

El don del Espíritu Santo califica los últimos tiempos, periodo que comienza en el momento de la Ascensión y encontrará su consumación el último día cuando retorne el Señor de una manera gloriosa al final de los tiempos.

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