Jueves, 28 de Marzo 2024
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Se elevó a la vista de todos

Jesús quiso tener testigos que lo vieran dejar la tierra para volver hacia el cielo

Por: EL INFORMADOR

El libro de los Hechos de los Apóstoles es el único texto que da alguna descripción de la subida de Jesús al cielo. ESPECIAL /

El libro de los Hechos de los Apóstoles es el único texto que da alguna descripción de la subida de Jesús al cielo. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Hechos de los Apóstoles 1, 1-11:

“Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los Efesios 1, 17-23:

“El Padre de la gloria, les conceda espíritu de sabiduría y de reflexión para conocerlo”.

EVANGELIO
San Mateo 28, 16-20:

“Sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

GUADALAJARA, JALISCO (28/MAY/2017).- Ante los asombrados ojos de sus discípulos, Cristo emprendió el retorno al Padre. Momentos antes los había convertido en misioneros, al dejarles el mandato de “ir a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a observar todo cuanto les he mandado”.

Después de 40 días de alegría para los apóstoles, los discípulos, las mujeres piadosas, esos afortunados a quienes se les dio el privilegio de ver a su Maestro glorioso, resucitado, ya no lo volverán a ver. Hasta comió con ellos; con la vista, con el oído, incluso con el tacto, pudieron cerciorarse de que sí era Él”. Más, a todo le llega el tiempo, y se llegó la hora de la despedida. San Lucas, en el primer capítulo de su libro Hechos de los Apóstoles, narra ese final y ese principio. Final de la historia de Cristo en la tierra, visible, a donde bajó a cumplir fielmente la voluntad de su Padre; a abrir los ojos de los ciegos; a hacer caminar a los cojos y los tullidos; a curar toda clase de enfermedad de cuerpo y alma; a dar libertad a los prisioneros de sus pasiones y de sus culpas; a evangelizar a los pobres y a entregarse a la muerte para borrar con su sangre las manchas, los pecados de todos los hombres. Cumplida su misión, quiso tener testigos, otra vez privilegiados, para que lo vieran dejar la tierra para volver hacia el cielo, de donde vino.

Él se va, era su momento. Últimos momentos de cercanía con ellos, para dejarles la responsabilidad de continuar la obra iniciada: el Reino, la Iglesia fundada en esos tres años de ir y volver por aldeas, por ciudades, para dejar caer en todos los corazones la siembra más bella, la semilla del amor. Mas en adelante, los 11 llevarán el peso de su misión, esos que están ante Él con cara de asombro y de tristeza. A ellos les deja el oficio amplio en el tiempo y el espacio: “Vayan pues, enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. y enseñándoles a observar cuanto les he mandado” (Mateo 28. 19-20). No recomendación, no sugerencia, sino mandato, en ese momento solemne, dintel entre un pasado declinante y un futuro adveniente. Se puede reducir este mandato a cuatro momentos: Primero: Ir, no esperar. Entonces, ha de pasar el tiempo del pasivo esperar, es la hora de aplicar el activo acudir.

“Miren que estaré con ustedes todos los días, hasta la consumación de los siglos”. Tal vez el Señor vio lágrimas en los ojos de los discípulos y les dio el mayor aliento. Deja de estar visible, para seguir invisible en su Reino, en su Iglesia. Con su ascensión los apóstoles comprendieron, ya sin titubeos, que a quien ellos siguieron, porque Él los llamó, es verdaderamente el Señor. Entendieron que su Reino no es de este mundo; que se debe construir aquí abajo, con el sabio y constante impulso del Espíritu Santo y que ellos y quienes les han de seguir con su palabra —y ante todo con su testimonio— lo han de llevar siempre adelante. También se inaugura allí la nueva visión; vivirán desde entonces con la luz de la fe y con la alegría de la esperanza. “Voy a prepararles un lugar —les ha dicho—, porque quiero que a donde yo voy, vayan también ustedes”.

Los discípulos volvieron a Jerusalén con gran alegría espiritual, con el alma llena de gozo. Tal vez comentaban entre ellos la dicha de haberlo conocido; de haber escuchado su llamado; de seguirlo en los días de la predicación de la Buena Nueva; como muy de cerca fueron testigos de muchos hechos milagrosos; cómo ellos fueron los más afortunados, al sentir más cerca que nadie el inmenso, el inefable amor que llevó a Cristo hasta la cruz. Lo tuvieron cerca en esos días en que el Resucitado los buscó, y ahora fueron testigos de su ascensión, de su glorificación.

José Rosario Ramírez M.

Una espiritualidad de la ascensión

El libro de los Hechos de los Apóstoles es el único texto que da alguna descripción de la subida de Jesús al cielo, y su extrema discreción muestra que no pretende diseñar la primera entrada de Cristo en la gloria.

El cuadro tan sobrio que se narra en la ascensión, no se parece en nada a las apoteosis de héroes paganos, como Rómulo o Mitra, ni siquiera al precedente bíblico de Elías. Hace intervenir la nube estereotipada de las teofanías y una palabra angélica que explica la escena, renunciado a dar una descripción del misterio, realista y de dudoso gusto, como la inventarán algunos libros apócrifos, y limitándose a los datos esenciales que evocan su significado.

No es que la escena de la ascensión, localizada en forma precisa en el Monte de los Olivos no represente un recuerdo histórico, ni que Jesús no pudiera conceder a sus discípulo cierta experiencia sensible de su retorno cerca de Dios; pero la intención del relato no es ciertamente describir un triunfo que de hecho tuvo lugar ya en el instante de la resurrección, sino únicamente enseñar que, después de un cierto periodo de coloquios familiares con los discípulos, el resucitado retiró del mundo su presencia manifiesta para no resucitar hasta el fin de los tiempos.

La afirmación profunda que se desprende de todos estos temas es que Cristo, triunfando de la muerte, inauguró un nuevo modo de vida cerca de Dios. Él penetró en el cielo para preparar un puesto a sus elegidos; luego retornará y los introducirá para que estén siempre con Él.

Los cristianos, mientras esperamos este término, debemos mantenernos unidos por la fe y los sacramentos, la casa celestial que nos espera y anhelamos no es sino el mismo Cristo glorioso. De aquí brota toda una espiritualidad de ascensión a base de esperanza, pues desde ahora hace vivir al cristiano en la realidad del mundo nuevo en que reina Cristo. Pero no por eso somos arrancados del mundo, sino por el contrario, con esta espiritualidad podemos vivir en él de una forma nueva, que nos eleva a transformación que Dios nos llama.

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