Miércoles, 24 de Abril 2024
Suplementos | La belleza del lugar reside no sólo en su laguna sino en sus historias

'En Tuxcueca sí que sopla el viento'

La belleza del lugar reside, no solo en el hecho de estar muy serena en su laguna, sino en que también le gusta platicar de su historia recordando al General Ramón Corona

Por: EL INFORMADOR

Chale Nafarrete. Gozaba oteando los horizontes de Tuxcacuexca. EL INFORMADOR / P. Fernández

Chale Nafarrete. Gozaba oteando los horizontes de Tuxcacuexca. EL INFORMADOR / P. Fernández

GUADALAJARA, JALISCO (16/ABR/2017).- Tuxcueca está al otro lado de la laguna. Tuxcueca ve para este lado; ve para el norte. Ve hacia los cerros empinados que abrazan la laguna. Pareciera como si Tuxcueca viera en el reflejo de las olas a la sierra del Travesaño de ahí de enfrente. El pueblo de Tuxcueca, tengo que decirlo, no está muy bonito que digamos, por haber sido descuidado tanto por sus gobernantes como por sus pobladores. Pero bueno, al pueblo le gusta estar ahí en la orilla de la laguna, y recargado en los cerros que paran los vientos resecos de los playones de Sayula. 

La belleza de Tuxcueca reside no solo en el hecho de estar muy serena en su laguna, sino en que también le gusta platicar de su historia recordando al General Ramón Corona quien, habiendo nacido en el pueblo de Puruagua de aquí muy cerca y en el mismo municipio, fue quien acabó con el famoso personaje de Manuel Lozada (a su modo bien intencionado, igual que Pancho Villa) el famoso Tigre de Álica en la batalla de “La Mojonera”, ahí muy cerquita de donde ahora se encuentra la Base Aérea Militar de Zapopan. Más tarde, el mismo Corona era quien caía asesinado a cuchilladas (quizás por órdenes de Porfirio Díaz) por un despistado jovencito llamado Primitivo Ron; quien acto seguido se suicidó de varias cuchilladas en el corazón (¿?). [Siempre dudosa y desconcertante resulta ser la historia]. 

Pero continuando con Tuxcueca, que además de gozar con la laguna y con su historia, tiene el privilegio de voltear a la Sierra del Tigre donde están encaramadas, Mazamitla, la Manzanilla y Concepción de Buenos Aires quien -gracias al humor del pueblo mexicano- con entereza sobrelleva el apodo de ‘Concha la Pedorra’.

Alejandro Solís, entusiasta promotor de su pueblo natal, nos invitó a excursionar por un lugar escondido entre los cerros, del que solamente nos dijo que “nos iba a gustar”. Al llegar a un lugar llamado el Tepehuaje, nos metimos por una brechita bien marcada en donde descubrimos una cerca a medio construir, con unas grandes y espectaculares piedras que causaron nuestro azoro. Unos 10 km delante nos encontramos en un llano desierto, rodeados de rocas volcánicas muy negras que les llaman seborucos. La vista era francamente surrealista

Caminando unos cientos de metros más sobre estos seborucos, llegamos a un acantilado en donde el viento soplaba con insistencia a la vista de un gran valle allá muy abajo, en donde se podían distinguir los pueblos de Citala, Atotonilco y San Juan Citala.

La vista no podía ser más extraordinaria. Calculamos que la diferencia entre el lugar en donde estábamos y el valle de allá abajo, serían unos quinientos metros. Al asomarnos al abismo, el fortísimo viento que soplaba al borde de las rocas nos arrancaba los sombreros y casi nos impedía la respiración; tan sólo un medio metro atrás, había completa calma. Una impresionante barrera de viento caliente y requemado lamía las rocas soplando hacia el cielo, para deleite nuestro y de los cuervos, halcones y zopilotes, que a escasos metros de nosotros “surfeaban” las corrientes de aire haciendo giros circenses sin importarles nuestra presencia. Gozo de ellos y gozo de nosotros.

Al regresar a los ceborucos, una cerveza y un sándwich nos hicieron volver a la realidad bajo el solazo abrazador, que el radiante cielo azul acrecentaba su poder achicharrante. En eso estábamos, cuando un extraño rumor, como si fueran las olas del mar, nos agobiaba y nos impresionaba… ¿Olas del mar? ¿En la montaña? Eran los huizaches de la orilla, que movidos por las ráfagas de viento que soplaba a intervalos, provocaban ese fantasmagórico sonido tan parecido a las olas de un mar movido por el viento.

Sirva todo este relato para recordar a nuestro queridísimo Chale Nafarrate de gratísima memoria, a quien, quizás estos vientos lo motivaron para iniciar su camino a explorar otros planetas ¡Buen viaje mi querido Chale, te quisimos mucho!

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