Viernes, 19 de Abril 2024
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¿Eres Tú el que ha de venir, o esperamos otro?

En esta tercera semana de Adviento, las lecturas insisten en la conversión profunda

Por: EL INFORMADOR

Dios viene cada año, viene continuamente y de diversas maneras. La actitud del cristiano es de invocarlo y esperarlo. ESPECIAL /

Dios viene cada año, viene continuamente y de diversas maneras. La actitud del cristiano es de invocarlo y esperarlo. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura del Libro de Isaías (35,1-6a.10):

“Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión”.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Carta del Apóstol Santiago (5,7-10):

“Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”.

EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (11,2-11):

“Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”.

GUADALAJARA, JALISCO (11/DIC/2016).- Para el auténtico cristiano, la venida de Cristo Jesús, el Salvador, debe ser tomada no con temor, sino con la alegría de que, tras prolongada espera, al fin llega su regia visita a todo hogar que le abre las puertas.

El pueblo de Israel llevaba siglos y siglos en impaciente espera. Los profetas anunciaban una feliz llegada: llegaría el Salvador; los patriarcas alentaban a la esperanza, y todos estaban atentos a interpretar los signos de los tiempos. Habría de llegar. Llegaría el Salvador, y con su llegada “se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como venado el cojo, y la lengua del mudo cantará; brotarán aguas del desierto y corrientes en la estepa” (Isaías 35, 11). Esperaban la hora de Dios, y la hora llegó: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Juan 1, 11).

El hombre de hoy sabe que es limitado por su misma naturaleza: tiene imperfecciones, falla y comete errores. Quiere algo más para su vida que las solas preocupaciones cotidianas del pan y del vestido. Tiene aspiraciones; tiene no solamente la inquietud de satisfacer las necesidades materiales, sino que anhela plenitud en su vida, ya que el verdadero sentido de la vida no se encierra entre una cuna y un féretro. Los hombres cultos, los enriquecidos en el trato de los libros y en las cátedras, y los sencillos sin letras, con la sola sabiduría de la vida, están unos y otros abiertos a horizontes del más allá, del infinito. Por eso el hombre actual busca, espera, interroga: “¿Eres Tú el que ha de venir? ¿Eres tú el que necesitamos ahora?”. La muchas veces citada, la primera frase con que San Agustín abre su alma en su libro “Las Confesiones”, es el gozo de toda una vida de búsqueda, hasta que a los 33 años las aguas en torrente se aquietaron: “Nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en Ti”.

La situación de los hombres ante un futuro incierto convierte, para muchos, el presente en una realidad sin perspectivas. Eso provoca una realidad sin perspectivas. Eso provoca una sensación de cansancio, de inestabilidad, de desasosiego y nerviosismo, que esteriliza hasta los mejores momentos de la vida. En el Concilio Vaticano II (1962-1965) los obispos vieron ese peligro: “El hombre se sintió capaz de dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarlo o salvarlo” (Gaudium et Spes 9). Entre las calamidades que azotan a la mayor parte de la humanidad, hay un anhelo: la llegada del Mesías, porque él sí responde a todas las interrogantes de los hombres y viene a salvarlos. Mas, cuando el hombre busca el conocimiento, el amor verdadero, es porque quiere una felicidad sin sombras; y esta felicidad sólo está más allá del conocimiento, entra en la nostalgia de lo absoluto y se llega con la aceptación de los misterios revelados: se llega por la fe. Por la fe, el hombre se relaciona con Dios y entra en amistad con Dios.

El cristiano se desespera. Dios viene cada año, viene continuamente y de diversas maneras. La actitud del cristiano es de invocarlo y esperarlo. Y esperarlo con alegría, no con temor. Alguien ha dicho que se le ha de esperar como quien espera a un amigo que viene a su casa a cenar; esperarlo con gusto, con generosidad.

La segunda lectura de la misa es del apóstol Santiago y recomienda entender a todos: “Fortalecer las manos débiles, robustecer las rodillas vacilantes, reanimar el -corazón”; recomienda soportar contrariedades, no impacientarse por las tonterías propias y ajenas. La paciencia es una virtud activa, y una de las formas comunes y frecuentes de practicar la caridad. La paciencia excluye la prisa. La paciencia es esperar como el Señor ha esperado siempre, pues “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Con paciencia espera el tiempo de la cosecha, y espera para llevar el trigo a los graneros y la cizaña al horno. Cada ser humano es fruto de la paciencia de Dios.

José Rosario Ramírez M.

Los pies en la tierra…

Los tiempos modernos se desarrollan bajo la sombra del nerviosismo, del estrés, de la depresión. Hartos de todo y llenos de nada, los hombres de hoy buscamos afanosamente alegrías superficiales que nos permitirán olvidar nuestra realidad. Pero, mientras no arraiguemos nuestro corazón en el Padre, todo esfuerzo será vano, y tarde o temprano se volverá al estado de intranquilidad y desconcierto. La alegría auténtica es la manifestación de la fe, fruto del amor y la exigencia del espíritu.

Una vez más, tenemos el reto e interrogado por la figura vertical y consistente de Juan... Él no es un predicador de moda, cuyos puntos de vista varían con las fluctuaciones en el público o los intereses de los poderosos; ni es un charlatán bien vestido que predica para ganar dinero, para defender sus intereses, o para tener un cómodo y sin grandes exigencias vida... Pero es un profeta que recibió de Dios una misión y busca cumplir fielmente y sin miedo. Por ello cabe preguntarnos ¿Mi vida y mi testimonio profético cumplen con la misma rectitud y honestidad, o estoy dispuesto a vender y menos intereses propios, si me trae beneficios?

Juan “duda” acerca de la mesianidad de Jesús no es sorprendente, pero es un signo de profunda honestidad... Debemos tener más miedo de los que tienen certezas inamovibles, son absolutamente ciertas de sus verdades y sus dogmas, de los que buscan honestamente, las respuestas a las preguntas que los lugares de la vida cotidiana. Si en realidad queremos vivir una fe existencial es necesario cuestionar nuestra forma de creer: ¿Soy un fundamentalista, que nunca se equivoca y rara vez tiene alguna pregunta, o alguien que conoce no tiene el monopolio de la verdad, escuchar a los hermanos, y busca con ellos, descubrir el verdadero camino? En palabras de la mística mexicana Concepción Cabrera de Armida; “Con los pies en la tierra, pero el corazón en el sagrario”.

Ante la llegada del Reino de Dios no debe haber búsqueda de seguidores ni reclamo de privilegio alguno, sino confianza en Dios. El anuncio de Juan sólo es una preparación a la llegada de Aquél que debe ser escuchado y seguido: Jesús. Ahí la riqueza de ser bautizados en el espíritu, es decir, ser sumergidos; si nuestras vidas son sumergidas en Aquél que es la fuente eterna del amor, nuestra vida podrá dar frutos desde y en el amor. En esta tercera semana de Adviento, las insistencias de Juan el Bautista son en la conversión profunda, y nueva vida nos hablan de esta percepción de Dios, con un Corazón inquieto, nervioso, por dar nueva oportunidad a la humanidad, esta vez de casi insospechado.

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