Martes, 16 de Abril 2024
Suplementos | El magnate logró hacerse del voto ante un sistema visto como corrupto

¿Por qué votaron por Trump?

El magnate logró convertirse en el depositario del voto del hastío y el descontento ante un sistema que es visto como corrupto

Por: EL INFORMADOR

Trump obtuvo el votante blanco, trabajador,  quienes fueron el 82% de sus votantes. ESPECIAL / J. López

Trump obtuvo el votante blanco, trabajador, quienes fueron el 82% de sus votantes. ESPECIAL / J. López

GUADALAJARA, JALISCO (13/NOV/2016).- “Prefiero votar por un loco que por un corrupto”, se lee en una pancarta de un simpatizante de Donald Trump. En pocas palabras simboliza la disyuntiva que enfrentaron muchos electores americanos. Es cierto, en Estados Unidos pervive un voto racista que rápidamente conectó con el magnate. Es cierto, también, hay segmentos demográficos en Estados Unidos misóginos que no concebían a una mujer en la Casa Blanca. Y es cierto que Obama hereda buenas cuentas, pero que hay millones de americanos que se sienten olvidados por su Presidente. Sin embargo, lo que explica el triunfo de Trump no se reduce a los votantes racistas que siempre han existido, pero que nunca han sido una mayoría en la Unión Americana. Si no analizamos a fondo los resultados de la contienda del pasado martes, corremos el riesgo de pensar que los estadounidenses son una bola de racistas, xenófobos, nativistas y más adjetivos que, si bien aplican para algunos, nunca han sido el fiel de la balanza en una elección.

Trump gana menos por lo que hizo y más por lo que Hillary Clinton no pudo hacer. Los datos son a prueba de balas. Los demócratas no votaron. Los simpatizantes de la agenda liberal se quedaron en su casa. La ex secretaria de estado consiguió 59 millones de votos, que son nueve millones menos que los que obtuvo Obama en 2012. Es decir, 13 de cada cien votantes que se movilizaron por Obama, dijeron “no” a Clinton. La sangría de votos es particularmente dolorosa en “estados columpio”, aquellos que cambian de un partido a otro, como Florida u Ohio.

Podemos discutir si se debe a la normalización de las relaciones con Cuba, en el caso del primero, o a la apuesta por energías renovables de la administración Obama, en el segundo, pero lo indebatible es que Clinton no conectó ni con los suyos. Por ello, Trump se convierte en el Presidente número 45 de la historia de Estados Unidos con menos votos que Mitt Romney (60.9) o John Mc Cain.  (60.1). Trump supo movilizar al votante blanco, trabajador, -fue el 82% de sus votantes- pero no hay que perder de vista que los votos obtenidos por Trump distan mucho de ser históricos.

La candidata demócrata no logró quitarse la estampa de ser un títere del establishment americano y global. En un contexto electoral polarizado, de enojo con las élites que gobiernan Estados Unidos, Hillary nunca supuso una alternativa al orden político vigente. Su relato no emocionaba ni a sus nichos más próximos. Parecía que los electores demócratas votaban con la nariz tapada, más por evitar que llegara un energúmeno a la Casa Blanca que por los atributos particulares de Hillary. El voto de las mujeres es un caso muy particular. 53% de las mujeres blancas en Estados Unidos votaron por Trump, 10 puntos más que por la candidata demócrata. Y sólo supero por cinco puntos a Trump en el voto femenino con estudios universitarios. A pesar de los escándalos que demostraban la misoginia de Trump, Hillary no logró conectar con las mujeres, elector clave para entender los triunfos de Obama en 2008 y 2012.

Los afroamericanos tampoco se entusiasmaron con Hillary. Es cierto, votaron masivamente por ella (88%), pero ni cerca del apoyo a Obama (95%). Y más allá de eso: uno de cada siete afroamericanos, que sí salieron a votar en 2012, en esta ocasión pasaron a engrosar las filas del abstencionismo. Los cálculos previos a la elección, señalaban que en algunos estados clave, Hillary necesitaba superar el 90% del voto afro para obtener los delegados. Al final, ni el miedo a Trump supuso un incentivo para votar por la candidata demócrata. Con los latinos, 27 millones de electores registrados, pasó algo similar. 11de cada 100 electores son de origen latino. Hillary, a pesar del fantasma Trump para los electores latinos, tuvo menos apoyo que Obama en este segmento. Las encuestas de salida muestran que 65 de cada 100 latinos respaldaron a la demócrata, seis puntos menos que en 2012. Y paradójicamente, Trump logró más apoyo de los latinos que Romney. Uno de cada cuatro electores es afro o latino, y Hillary no logró conectar con ellos como lo hizo Obama.

Nos podemos ir segmento por segmento de la población americana y nos percataremos que Hillary perdió votos en todas partes. Hasta en el voto blanco, Obama obtuvo más apoyo que su ex secretaria de Estado. Detrás de estas cifras hay una realidad innegable: la política está cambiando de modo vertiginoso. Las coordenadas políticas se mueven y ahora las identidades se configuran de forma distinta que antes. Las experiencias del Brexit, el referéndum en Colombia, demuestran que los pueblos están apostando por aquellas opciones políticas que representan el desafío al sistema establecido. La incorrección política, marginal por décadas, hoy se convierte en una opción posible ante el descrédito de los políticos y los partidos tradicionales. Hace algunos días, en una entrevista televisiva, Naomi Klein, la autora de libros como “la doctrina del shock” o “no logo”, que se venden como pan caliente en todo el mundo, decía: “Cada vez más se configura una mayoría antisistema en el mundo, cada vez es más es una opción mayoritaria”.

La reacción ante una élite que es percibida como corrupta y parasitaria, tiene especial fuerza en la elección que acabamos de vivir en Estados Unidos. Los electores de la gran masa central de los Estados Unidos se rebelaron contra lo establecido-la inminente victoria de Hillary. No sólo de los electores de Montana o Mississippi, sino también de las entrañas del llamado “muro azul”, estados que tradicionalmente votaban en masa por los demócratas, como Wisconsin o Pensilvania. Una curiosa articulación entre electores ricos, favorables a Trump, y trabajadores pobres rurales, le permitieron al magnate configurar su reacción al sistema. Trump emocionó a una parte de los “olvidados”, trabajadores americanos que se sienten desprotegidos ante la globalización, excluidos de las oportunidades económicas y ninguneados administración tras administración. No niego el peso del voto racista, ahí está el apoyo del Ku klux klán y la fiesta que organizaron ante la victoria de Trump, pero quien hizo la diferencia fue ese trabajador rural que aborrece el libre comercio y que siente a sus élites como entreguistas de la soberanía de su país.

Trump ganó porque enfrente tenía a una candidata sin alternativas. No sé si Bernie Sanders, rival de Hillary en las primarias demócratas, hubiera tenido un mejor resultado. Posiblemente sí, también es un antisistema, pero por la izquierda. Comparten una parte del diagnóstico, Trump y Sanders, pero las soluciones a los problemas de Estados Unidos son diametralmente opuestas.

No obstante, es ilustrativo que, ante la amenaza de los candidatos antisistema, el establishment en todo el mundo se va quedando con una sola arma: el miedo. La política del miedo. No digo que Trump no nos deba de dar miedo. Desde su victoria, el racismo y la xenofobia parecen adquirir carta de naturalización en Estados Unidos. No digo que no debamos tener miedo a un loco con armas nucleares a su disposición. Y no digo que no tengamos que tener miedo a un racista que quiere poner muros por doquier. Empero, la amenaza no sólo se combate con miedo. A los intolerantes no sólo se les combate a través de aterrorizar a las sociedades. También la esperanza es un buen antídoto.

Ahí reside el gran fracaso de Hillary: no supo más que agitar el miedo. El relato de la demócrata nunca supuso una alternativa para el elector. En los debates, Hillary habló más de la incapacidad mental de Trump para llevar las riendas de Estados Unidos, que de los problemas reales de los americanos. Nunca fue vista como un remedio a la desigualdad, como una medicina ante el desencanto o como la candidata ideal para regenerar a un establishment visto como corrupto. Hillary decía vamos a cambiar tal cosa y lo que pensaban muchos votantes es: tú eres Wall Street, los bancos y la cara más simbólica del sistema. Cuando tu único argumento es agitar el miedo, algo serio pasa con tu proyecto político.

En política está pasando lo imposible. Los límites de lo imaginable se han ensanchado. En diciembre los italianos votan por una reforma política propuesta por el Primer Ministro Matteo Renzi y su rechazo podría hacer caer al Gobierno, y abrir serias posibilidades de que el Movimiento Cinco Estrellas se fortalezca de cara a una cita electoral. ¿Y qué decimos de Francia? Votan en abril (primera vuelta) y en mayo (segunda vuelta), con la xenófoba Marine Le Pen encabezando todos los sondeos de intención de votos y los socialistas de Hollande por la calle de la amargura. El mundo se mueve hacia el fortalecimiento de las opciones políticas que desafían al sistema y sus consensos. Algunas de esas opciones desafían al sistema para buscar mejor trato a los migrantes, una economía más justa, ampliación de libertades y más paz. Sin embargo, hay otras opciones antisistema como Trump o Le Pen, que desafían al sistema como forma de vuelta al pasado, al mundo de los muros, al racismo y a la cerrazón cultural. Tiene razón Klein, los antisistema se están volviendo mayoría y mientras no surjan opciones políticas tolerantes con la diversidad y comprometidas con un mundo en paz que también cuestionen el sistema, los Trump seguirán ganando elecciones. Y convirtiendo nuestro mundo en un espacio aún más peligroso.

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