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¿Se traicionan los zapatistas?

El EZLN apoyará a una candidata independiente indígena a la Presidencia de la República en 2018

Por: EL INFORMADOR

Ganamos el Gobierno, pero no el poder. EL INFORMADOR / J. López

Ganamos el Gobierno, pero no el poder. EL INFORMADOR / J. López

GUADALAJARA, JALISCO (23/OCT/2016).- Participar o no en el sistema, ése ha sido el dilema de movimientos revolucionarios a lo largo y ancho del mundo. Fue un debate para los sindicatos en el siglo XIX. Para los partidos socialistas y comunistas. Y para las fuerzas democráticas en contextos dictatoriales. Recordemos el profundo debate entre abstencionistas y participacionistas en el seno del Partido Acción Nacional (PAN) en 1970-1976. En el fondo de esta discusión están las siguientes incógnitas: ¿es posible cambiar el sistema desde el sistema mismo? ¿Participar en las elecciones no significa legitimar al propio sistema?

Este debate que representó un auténtico cisma para la izquierda durante 50 años, hoy vuelve con fuerza a México tras el anuncio de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) respaldará la candidatura de una mujer indígena a la Presidencia de la República en 2018. Tras 22 años de asumirse como un movimiento que actúa al margen de las instituciones, y que se busca posicionar más allá del Estado y el mercado-tomando prestadas sus palabras-, los zapatistas han entendido que era necesario comprometerse con la democracia, que siempre catalogaron como el sistema de los de arriba. No es una decisión menor, es la ruptura con un paradigma que entendía que el cambio político no se juega en las elecciones, sino en la construcción de autonomía política desde las comunidades mismas. Para el zapatismo no es sólo una decisión estratégica, es una toma de postura sobre el sistema que puede marcar su devenir histórico.

Se le atribuye a Salvador Allende la frase: ganamos el Gobierno, pero no el poder. La alocución del socialista chileno es el reconocimiento de una verdad de Perogrullo: el poder trasciende al Estado y a los gobiernos. Cuando leemos, tal o cual político ganó el poder, debemos siempre matizar la frase. En paralelo al Estado, coexisten poderes de todo tipo, desde el económico hasta el cultural y el social. No todo el poder se juega en una elección; es más, muchas veces los que realmente mandan no se presentan a las elecciones.

Por lo tanto, si partimos de que el zapatismo es un proyecto indigenista que guarda recelo con respecto a su relación con el poder y el sistema, no creo que apoyar a una candidata independiente sea, en sí misma la decisión, una contradicción fundacional del EZLN. Qué hacer con el pedacito de poder que obtiene de una elección, eso sí podría constituir una decisión estructural del proyecto. Es decir, si utiliza la influencia que obtiene de las urnas para reproducir los vicios del sistema, seguramente el zapatismo se estuviera traicionando a sí mismo. Sin embargo, si los reflectores electorales sirven para visibilizar dolores, sufrimientos y maltratos a los pueblos indígenas y a los pobres de este país, no encuentro ninguna contradicción en la participación electoral del zapatismo. En la mayoría de las democracias, los movimientos de insurgencia se transformaron en organizaciones políticas que se presentan a las elecciones y que en muchos contextos incluso devienen hegemónicas-Bildu en el País Vasco, ex brazo armado de ETA.

Y es que pocas veces nos preguntamos, ¿por qué el zapatismo se margina del sistema? ¿Qué tiene el capitalismo y nuestra maltrecha democracia que condujo a los zapatistas a tomar la decisión de no participar en las instituciones? ¿Qué llevó al zapatismo a sentir recelo del reformismo y abrazar la doctrina del éxodo?

Mucho del diagnóstico hecho durante décadas por el EZLN, lo podríamos compartir usted y yo. El modelo económico neoliberal seguido a rajatabla por nuestra clase política sólo arroja desigualdad, pobreza y exclusión. Y quien más lo sienten son los pueblos indígenas. Y un sistema político cooptado por una pequeña élite que se reparten el pastel a costa de los intereses generales. Un país construido bajo el mandato de una pequeña élite económica, política y social de origen europeo que ha trazado un proyecto nacional que excluye la diversidad indígena y que somete a las comunidades originarias a la pobreza perpetua. Un sistema asolado por la corrupción y la subasta a granel de los recursos naturales de este país. Un sistema que se olvida de la naturaleza y que comercia todo lo que está a su alcance. Hasta aquí hay un incipiente consenso. Las discrepancias están en la forma de lograr el cambio.

Quienes más se decepcionan con la decisión del zapatismo fue una corriente de opinión simpatizante del anarquismo que considera que apoyar a una candidatura independiente es jugar con las reglas y los tiempos del poder. Asumen que quien se engancha de alguna forma con la democracia liberal y sus procedimientos, es rápidamente cooptado y legitima las injusticias que el sistema reproduce. La doctrina del éxodo o de construir autonomía al margen del Estado, es un pensamiento clásico que ha recobrado vigencia ante la crisis que azota a la democracia en todo el mundo. Y en México, los fracasos de nuestra transición a la democracia, la podredumbre que se respira del sistema de partidos, ha dado alas a los que consideran que el cambio sólo puede llegar de la organización de la gente y el rechazo tajante y sin ambigüedades de las instituciones políticas hegemónicas.

Sin embargo, detrás de esta forma de entender la relación de los movimientos sociales con el sistema, existe un elemento a veces minimizado: nos guste o no, alguien gobernará. Abandonar el sistema significa perpetuar a quien siempre ha gobernado. Es cierto, que muchos quedaron enamorados con el inspirador relato de José Saramago en “ensayo sobre la lucidez”, en donde todo un pueblo le da la espalda a las elecciones y con una abstención masiva hacen volar por los aires a todo el sistema. Una lectura maravillosa sobre cómo un pueblo puede rebelarse a través de métodos pacíficos. Sin embargo, la realidad nos indica otra cosa. En elecciones presidenciales en México votó en 2012, el 62.08% de los electores registrados. Y la marginación del sistema ni ha provocado la constitución de alternativas viables de organización política ni tampoco una ilegitimación global del sistema. De acuerdo a las encuestas, lo que crece en México ante la ineficacia y corrupción de nuestra democracia es la atracción popular por la presunta eficacia del autoritarismo. Crecen los

mexicanos que creen que es preferible una dictadura que dé resultados económicos a una democracia ineficaz. No es cierto que comience a ser mayoritaria esa idea de que marginarse del sistema puede resolver nuestros problemas cotidianos. Nos guste o no, el nuevo Presidente aprobará presupuestos, impuestos, obras, doctrinas de seguridad, política exterior, gestión del campo e infinidad de temas que impactan en la vida y el bienestar de la gente.

En contraposición al éxodo como estrategia, está la disputa del Estado. En algún momento Boaventura de Sousa, el sociólogo portugués, señaló que el Estado debía convertirse en el novísimo movimiento social. Disputar el Estado es diputar la concepción misma del país que hemos construido al día de hoy. La participación del zapatismo en las elecciones, que por cierto embona con reflexiones que hicieron otros movimientos sociales que devinieron en organizaciones políticas que luchan por los puestos del Gobierno como Podemos o Syriza, puede significar que se coloquen en el espacio de disputa distintos temas que están invisibilizados: la injusticia económica que padecen los 15 millones de indígenas en este país; la necesaria adaptación de la estructura del Estado a la plurinacionalidad inherente a nuestra patria; el despojo y la exclusión que genera este modelo económico, particularmente en la explotación de los recursos naturales; la violencia que azota y destruye a las comunidades de nuestro país. Sin el zapatismo, sin esa candidata independiente indígena, dichos temas se reservarían para el debate académico y hasta ahí.

La esencia del zapatismo nunca fue la de oponerse al Estado como tal. Sí la denuncia de la opresión del sistema y la visibilización de que en México la exclusión de los indígenas ha sido una política de Estado permanente. Incluso, las negociaciones de los famosos Acuerdos de San Andrés constituyó el reconocimiento de la importancia de las instituciones para resolver la situación que afecta a los pueblos indígenas en nuestro país. Insuficientes dichos acuerdos, pero la toma de postura fue clara. ¿Qué hubiera pasado si Evo Morales hubiera optado por el éxodo? ¿Sería hoy Bolivia un estado plurinacional que reconoce su pluralidad interna? Lo dudo.

La incursión del EZLN en las elecciones presidenciales será un elemento que atraerá la mirada no sólo de los escépticos nacionales, sino también de buena parte de la opinión pública internacional. El porcentaje que obtenga es lo menos importante. El papel del EZLN y de su candidata independiente debe ser colocar el debate indígena en el centro de la discusión, no como folclor o cultura, sino como sujetos de derecho en un país que debe transitar hacia la plurinacionalidad y el reconocimiento de la injusticia histórica que han sufridos los indígenas en México. Pensar que el zapatismo pierde su esencia por participar en las elecciones, es aferrarse a una visión que no entiende que el poder se disputa en muchos lados y las elecciones es una arena fundamental para alterar la distribución de poder en nuestra sociedad. Las urnas han permitido cambios en el mundo que hubieran sido inimaginables sin la democracia. La candidata independiente indígena puede ser aire fresco en momentos de desencanto y hartazgo democrático.

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