Jueves, 28 de Marzo 2024
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La humanidad, fundamento y raíz de todas las virtudes

Jesús nos recuerda, una vez más, que no debemos obrar en función del beneficio que ello pueda reportarnos

Por: EL INFORMADOR

La humildad está en reconocer que todo cuanto tienes lo has recibido de Dios. ESPECIAL /

La humildad está en reconocer que todo cuanto tienes lo has recibido de Dios. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura del Libro Eclesiástico (3,17-18.20.28-29):

“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso”.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Carta a los Hebreos (12,18-19.22-24a):

“Mediador de una nueva alianza, Jesús”.

EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (14,1.7-14):

“Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

GUADALAJARA, JALISCO (28/AGO/2016).- En este domingo, San Lucas ofrece una escena en la que unos fariseos, apresurados, se abren paso para ganar los primeros lugares —los de honor— en la mesa de un banquete. El Señor Jesús, ante esa actitud de soberbia, propone dos caminos para llegar al Reino: vivir la humildad y poner en práctica el amor desinteresado al prójimo, al desamparado, con el servicio a ellos.

Infaltable característica en la vida de los santos, ha sido la humildad. Todos los santos —de todos los tiempos y lugares han sido ejemplares en dos virtudes: la caridad y la humildad—. Si alguna de éstas falta, no hay verdadera santidad. La humildad equivale a las raíces profundas y ocultas del árbol, Y la caridad, a los frutos maduros de las buenas obras.

Así como la soberbia es la raíz y fundamento de todos los vicios, de la caridad brotan las demás virtudes.

San Agustín escribió: “Si piensas edificar alguna gran fábrica de virtudes, trata primero del fundamento, de la humildad”.

En este Siglo XXI de prisas, ruidos, presiones y apariencias, el mundo constantemente predica, y su mensaje es una invitación al dinero, al poder, a los placeres, a las vanidades, a las apariencias, a llamar la atención, a fingir, a engañar y logra sus triunfos, mas son pasajeros, fugaces. No se puede vivir en algo que luego se lleva el viento. Todo eso que llega y luego se va, deja algo de contento y mucho de vacío, porque allí no está la verdad, sino un colorido engaño.

Los avances técnicos y científicos de estos tiempos tienden a engañar, creando la conciencia de que el hombre se basta a sí mismo, y engrandecen al hombre más allá de su auténtica limitación.

Todo indica que la virtud de la humildad no está de moda, y para algunos sería vestidura de los débiles. Sin embargo, es la virtud de los que verdaderamente son grandes a los ojos de Dios y aún ante sus semejantes.

Falso es el estilo de la soberbia. “Quien pretenda la verdad, buscará la humildad. El humilde no se fía de sus propios juicios; glorifica a Dios y encuentra la gracia de Dios” (Salmo 51-19).

No consiste la humildad en una negación de las cualidades y virtudes que se tienen. Algunos dotados de inteligencia, habilidades, bella figura corporal, voz y muchas otras gracias, ante la evidencia de que poseen eso, no pueden negarlo. La humildad está en reconocer que todo cuanto tiene lo ha recibido de Dios, y en respuesta, ha trabajado esos talentos, los ha acrecentado y le han dado triunfos y satisfacciones. Mas la humildad, virtud moral, inclina a quien la vive a reverenciar a Dios y a dar gracias por cuanto ha recibido. “Tus manos, Señor, me plasmaron enteramente” (Job 10, 8).

El fundamento de la humildad es “la reverencia a Dios, por la cual el hombre se somete a Él, atribuyéndose a sí mismo lo que ha recibido de su bondad”. Y agrega: “La humildad es una virtud especial que dice: Sumisión a Dios, por la cual se somete, también, a los demás, rebajándose” Y San Pablo afirma: “Por gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos (otros predicadores); mas no yo, sino la gracia de Dios que está en mí” (1a. Carta a los Corintios 15,10).

Muy conocida es la definición de la virtud de la humildad, que da Santa Teresa de Jesús: “Una vez estaba yo considerando por qué razón era Nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsome delante esto: Que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad”.

Humildad y caridad, tarea diaria

Las lecturas de hoy nos hablan de la humildad, una virtud muchas veces mal comprendida, y quizás, contraria a muchas actitudes donde la competitividad, la eficacia, el ganar, el éxito no nos permiten ver lo positivo que puede resultar vivir aferrado y convencido desde esta virtud: ser humildes.

Aprender a perder, qué difícil nos resulta. No queremos perder nada, ni siquiera en la más sencilla de las conversaciones estamos dispuestos a perder la razón, aunque no la llevemos. Parece que en la actitud humilde, a los ojos humanos, no se encierra ninguna valía. Eres desechado, cuando renuncias o escoges perder.

Al incorporarnos al ritmo habitual de nuestros quehaceres de la vida, Jesús se nos presenta como maestro de sabiduría, siguiendo la tradición sapiencial del Antiguo Testamento y llevándola a plenitud en su propia persona. Sus enseñanzas, que en apariencia se presentan como un manual de urbanidad, continúan con el mensaje que escuchamos el domingo pasado: la llegada del Reino y nuestra acogida del mismo.

Hoy, el Maestro ilumina el corazón de quienes acogen su palabra en un contexto que se convierte en escenario perfecto para construir una parábola: un banquete. Dos son las ideas en torno a las cuales gira la Palabra. La primera, la humildad. De ella nos dice el Eclesiástico que es virtud de quienes “alcanzan el favor de Dios”, y Jesús que “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

La segunda, la caridad. Jesús nos recuerda, una vez más, que no debemos obrar en función del beneficio que ello pueda reportarnos, sino según las necesidades del prójimo. San Ignacio de Loyola invita a expresar nuestro amor en obras, así es la invitación de Cristo en este domingo, quien ama será capaz de poner su vida al servicio desde la humildad haciéndose caritativo en bondad y cercanía con todas las personas con las que se conviva en los quehaceres cotidianos.

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