Miércoles, 24 de Abril 2024
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La Tierra no pertenece a los hombres

Son los hombres quienes pertenecen a la Tierra

Por: EL INFORMADOR

No somos dueños de nada. Nada nos vamos a llevar. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

No somos dueños de nada. Nada nos vamos a llevar. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

GUADALAJARA, JALISCO (08/MAY/2016).- En un espacio como este, dedicado a los viajes y a las aventuras que podemos disfrutar mientras pasamos por este  maravilloso planeta al que llamamos Tierra, y que tiene la indiscutible vocación de hacer conciencia del cuidado y del aprecio del bellísimo y frágil mundo; lugar en donde tenemos el privilegio de viajar, de explorar, de ilusionar, soñar… creo que vale la pena recordar una vez más los simples y valiosos pensamientos del Gran Jefe Seattle en su famoso discurso de 1854, ante el gobernador del entonces naciente estado de Washington....

El -tyee- Jefe  Seattle, de la tribu Squamish al Noroeste de los Estados Unidos: alto, corpulento, bien parecido, muy sabio, y con voz sonora y elocuente…. ampliamente reconocido por haber sido el posible  “Primer Ecologista de América” cuando, con sus breves pero sustanciosas palabras expresó sabios y trascendentales pensamientos con los que intentaba hacer conciencia de los valores naturales que tenemos en nuestro mundo.

En aquel enorme y abrumador auditorio que tenía delante, elocuentemente levantó su voz ante el variopinto público para con sencillas palabras hacer notar la abrumadora y natural  belleza de nuestras tierras, así como lo efímero de nuestra existencia.

“La Tierra no pertenece al hombre. El hombre es el que  pertenece a la tierra” comenzó diciendo.

“Esta Tierra es sagrada para nosotros. El agua que corre por los ríos y esteros no es sólo agua, es la sangre misma de nuestros antepasados que regresa a ella para calmar nuestra sed y alimentar a nuestros hijos”

“Todas las cosas están tan conectadas como la sangre que une a nuestras familias. Habrán de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para nuestro pueblo”

“Nunca hemos sido dueños de la frescura del aire, ni del centelleo del agua. ¿Cómo podrían comprarnos eso? Como pueden pensar en comprar o vender el cielo, o el calor de la tierra que ni siquiera son nuestros? Tan solo esta idea nos parece muy extraña”

“El hombre blanco no comprende nuestra manera de ser ni de pensar. Les da lo mismo un pedazo de tierra que el otro, porque ellos son tan solo unos extraños que llegan a sacar de ella lo que necesitan; y una vez que la conquistan simplemente la abandonan y siguen su camino por otro lado”

“Tratan a su madre Tierra y a su hermano Cielo como si fueran cosas que se pueden comprar, desvalijar y luego vender con provecho propio sin pensar en los demás. Su insaciable apetito simplemente devora las tierras y deja tras de sí un desierto egoísta y abandonado”

“El hombre blanco abandona su tierra cuando ilusamente se va a viajar por estrellas y cielos inexistentes. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre. Todos somos parte de la Tierra y ella es parte de nosotros. Deberían de enseñar a sus hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza misma de sus abuelos. Que la tierra es nuestra madre. Y todo lo que afecta a la tierra acaba afectándonos a todos los que somos hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el suelo se escupen a sí mismos”

“Las fragantes flores son nuestras hermanas. El venado, el caballo, el águila majestuosa, son también nuestros hermanos nacidos de la misma tierra. Al igual que los cerros rocosos o las praderas verdes. El calor de un potrillo o el del hombre mismo  pertenecen a la misma familia. El hombre blanco debe tratar a los animales y a los habitantes de éstas tierras como hermanos. Yo soy salvaje y no comprendo otro modo de conducta. Por eso cuando el hombre blanco trata de comprar nuestras tierras… es tonto lo que pide”

“En las ciudades del hombre blanco no hay ningún lugar tranquilo. No hay ningún lugar en donde se pueda escuchar el abrirse de las hojas en la primavera, o el rozar de las alas de un insecto. El ruido de la ciudad parece insultar a los oídos. ¿Que clase de vida puede ser ese, si el hombre no es capaz de oír el canto de los pájaros o la ruidosa plática nocturna de las ranas?”

Muchas y muy sabias cosas explicaba  el Jefe Squamish ante los políticos que -quizás sin entender la trascendencia de su discurso- escuchaban con oídos sordos, egoístas y cortos de visión, aquel mensaje tan vital, trascendental y asombrosamente real, en donde el gran jefe squamish con asombrosa sencillez y claridad trataba de hacernos ver que…

 “La Tierra no pertenece al hombre. El hombre es el que pertenece a la Tierra”…

NB: Ojalá el Jefe Seattle pudiera volver entre nosotros, para proteger las tierras sagradas de los wirráricas, o las hermosas barrancas de los rarámuris en donde se siguen padeciendo las mismas agresiones.

pfs@telmexmail.com                                      

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