Jueves, 18 de Abril 2024
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'Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí'

Antes de que sus ojos se abrieran a la luz, el alma del ciego mendicante se abrió a la fe

Por: EL INFORMADOR

El ciego ha clamado el auxilio de Jesús; aún ante las represiones no se detiene y, una vez curado, se puso en seguimiento del Señor. ESPECIAL /

El ciego ha clamado el auxilio de Jesús; aún ante las represiones no se detiene y, una vez curado, se puso en seguimiento del Señor. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Lectura del Libro de Jeremías (31,7-9)

“El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la Carta a los Hebreos (5,1-6):

“Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios”.

EVANGELIO

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (10,46-52):

“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”.

GUADALAJARA, JALISCO (25/OCT/2015).-
En este trigésimo domingo ordinario del año, el Evangelio de San Marcos capítulo décimo, presenta el inicio de una historia, aquella del que por primera vez abre sus ojos a la luz.

“Al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente…”.

Jericó, la ciudad de las palmas, en el Valle del Río Jordán, es un oasis entre los arenales del desierto. Fue escenario de los prodigios del Hijo de Dios, y sus afortunados habitantes recibieron el anuncio de la nueva ley: la ley del amor.

Un ciego llamado Bartimeo, digno de lástima, ciego, solo, a la vera del camino pedía limosna. Tres desgracias eran suyas: sus ojos nunca habían visto la luz, los colores, los rostros, las flores; la soledad: nadie con él, nadie para él; y tener que mendigar, porque sólo así podía llevar el pan a su boca.

Si a sus ojos faltaba la luz, en comparación su oído era fino. Algo insólito escuchó: el barullo, el estrépito de muchos pies y la algarabía de muchas voces.

Preguntó que ocurría y le contestaron: “Es Jesús, el Cristo que pasa”.

Cuando Guadalajara tuvo la dicha de recibir por primera vez al sucesor de Pedro, el Papa Juan Pablo II, después de una jornada gloriosa y agobiante, el señor cardenal don José Salazar López y muchos acompañantes despidieron al pastor en el aeropuerto tapatío. Lo llevaron en un vehículo abierto y la lluvia se hizo presente. Volvió empapado el señor cardenal a su morada en Garibaldi 770, junto a la Parroquia de Jesús. En silencio dejó la sotana para tomar otra seca, y la única frase de él, hombre de fe, refiriéndose al ilustre peregrino, fue: “Es Cristo que pasa”. En el vicario contempló al Maestro.

Bartimeo gritó con fuerza, con todo el aire de sus pulmones: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”.

Antes de que sus ojos se abrieran a la luz, su alma se abrió a la fe; y con la fe reconoció al anunciado por los profetas, al descendiente de David, al Mesías prometido que se sentaría en el trono de su Padre Divino y cuyo reino no tendrá fin. Esa misma fe lo impulsó a pedir algo que a nadie se lo había pedido, porque nadie se lo podía dar.

Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando más fuerte todavía: “Hijo de David, ten compasión de mi.”

¡Ánimo, levántate, porque Él te llama!
El ciego tomó el manto y de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús.
Su oración confiada y perseverante fue escuchada.
Sólo hubo un breve diálogo:
“¿Qué quieres que haga por ti?.
Señor, que yo vea.
“Ve, tu fe te ha salvado”.
Ser creyente es la verdadera alegría.
El creyente siempre ha de pedir la luz:
“Libra mis ojos de la muerte,
Dales la luz que es el destino;
Yo como el ciego del camino,
Pido el milagro, quiero verte”.

José Rosario Ramírez M.

La fe para construir el Reino

Al escuchar y meditar las lecturas de la liturgia de esta semana, una vez más podemos descubrir la preocupación constante en acompañar al hombre por parte de Dios. Por ello en la Carta a los Hebreos, ante la elocuente belleza con que Dios inspiró estas palabras, especialmente en los sacerdotes, el espíritu goza y venera. El hombre ha quedado perdonado para siempre, por la mediación del Hijo que se entrega a diario, pues Él siempre nos está amando, sólo basta sentir su amor. Verdaderamente humano, Jesús puede compadecerse de nuestra debilidad, porque Él estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros, sólo que Él jamás pecó. El pecado es la cruel realidad que amenaza continuamente a la humanidad, pues siempre va inclinada al mal. Así que la superación del pecado es la más profunda sanación del alma. Jesús conoce este complejo ser que es el hombre y le ofrece su mediación sacerdotal, perfecta y única manera de alcanzar el perdón de Dios y la salud de todo el ser. La curación que Él da en la absolución del pecado es profunda, y quiso comunicar este poder a los ministros que instituyó para que nunca faltara al hombre este auxilio, que se convierte en su gran regalo.

En Evangelio, nuevamente la curación del ciego nos sirve de enseñanza para los discípulos. El ciego ha clamado el auxilio de Jesús; aún ante las represiones no se detiene y, una vez curado, se puso en seguimiento del Señor. Él ha dejado atrás el temor que le infunden las represiones, sus gritos al Mesías: —Hijo de David—, han roto con el complejo de no alborotar a la gente. Una fe sincera, manifestada en su clamor firme y su desafío al miedo, le ha dado la salud, la salvación. Cómo no seguir, a donde sea, al que le ha dado esa nueva vida. Éste es el tipo de seguimiento que caracteriza al cristiano, a aquél que va construyendo el Reino en su vida. Pidamos al Espíritu Santo, que es fuente de toda pureza, que nos la comunique por medio del amor y de la Cruz, y guarde nuestros cuerpos y almas siempre puras y sin mancha. ¡Feliz domingo!

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