Martes, 23 de Abril 2024
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El drama de evitar tirarse al drama

Dejar que la tristeza llegue de vez en vez no está mal; de hecho, nos viene bastante bien

Por: EL INFORMADOR

Los creadores de 'Intensamente' eligieron un personaje gordo, con gafas y un suéter de cuello de tortuga pasado de moda. ESPECIAL / disney.wikia.com

Los creadores de 'Intensamente' eligieron un personaje gordo, con gafas y un suéter de cuello de tortuga pasado de moda. ESPECIAL / disney.wikia.com

GUADALAJARA, JALISCO (01/AGO/2015).- La crisis en el cerebro de la joven protagonista de la película “Intensamente” se desencadena con el estrés de una mudanza. Una suma de frustraciones hace que aflore una emoción que hasta ese momento no había tenido demasiado peso: la tristeza.

La espídica y positiva alegría, hasta entonces capitana de las emociones de la niña, observa con horror cómo los recuerdos vitales de ésta comienzan a volverse tristes y decide resolver el problema encerrando a la tristeza en un círculo de tiza.

 A través de un viaje en paralelo por el mundo interior y exterior de la preadolescente, el último éxito de Pixar nos enseña que bloquear las emociones es un grave error.

“En el mundo actual es bastante común negar la tristeza”, afirma la psicoterapeuta Gestalt Lola Sánchez Lebrato, “nuestra cultura del bienestar niega todo lo que tenga que ver con el dolor”.

 Ella lo comprueba semanalmente con pacientes que le relatan episodios tristes de su vida con una sonrisa en la cara. A veces, incluso riéndose.
Ocurre todos los días, dentro y fuera de la consulta.

¿Quién no conoce a alguien que tras una ruptura sentimental se ha fundido la cartera en copas y ha bailado hasta las seis de la mañana, como si en vez de haber roto con su pareja estuviera celebrando que no le ha quedado ninguna asignatura para septiembre?.

Aunque los amigos puedan deducir por sus salidas frenéticas que esta persona es totalmente insensible a lo que ha ocurrido, muchas veces la huída hacia adelante se produce de manera inconsciente. “El bloqueo de una emoción puede ser un mecanismo automático de protección. Cuando la tristeza y otras emociones desagradables son muy intensas o nos generan sensación de descontrol, tendemos a negarlas.

Lo cual, en general, tiende a amplificarlas”, explica Gonzalo Hervás, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y experto en emociones y psicología clínica.

¿Qué ocurre si no dejamos fluir la tristeza?

El profesor Hervás responde que en ocasiones pueden generarse trastornos de ansiedad o de somatización, como problemas dermatológicos o del aparato digestivo.

“Aunque la mayoría de las veces la consecuencia es la depresión”, afirma, “por ejemplo, cuando tras una muerte cercana la persona no es capaz de vivir el duelo con normalidad”.

A la hora de darle rostro a la tristeza, los creadores de “Intensamente” eligieron un personaje gordo, con gafas y un suéter de cuello de tortuga pasado de moda: un estereotipo de lo que nuestra sociedad consideraría impopular. “Desde pequeños aprendemos que la expresión de la tristeza no está muy bien aceptada, nos empiezan a castrar esa emoción diciéndonos: no llores, no pasa nada”, afirma la psicóloga Sánchez Lebrato, “las personas tienen la sensación de que si se muestran tristes ante los demás no les van a aceptar”.

“Los caracteres optimistas y las personas impulsivas son especialistas en negar la tristeza”, prosigue Lola. “Cuando una amiga o un familiar les comunica que le han detectado un cáncer de mama, una respuesta muy común es: “Bueno, bueno, si eso está ahora muy controlado, ¡no hay problema!””.

Pero negar la tristeza no acaba con ella, de igual modo que construir un dique no hace que se evapore el agua. La psicoterapeuta ha tratado a pacientes a quienes esa pena que no se procesó en su momento les ha brotado años después. Esas personas acaban reconociendo, por ejemplo, que cuando murió su padre no fueron capaces de llorar, o que cuando su hijo sufrió un accidente tuvieron que hacerse fuertes para asumir lo que se le venía encima a la familia.

Beneficios de la tristeza (Que los hay)

Junto a la ira, la alegría, el asco, el miedo y la sorpresa (esta última, por cierto, sin personaje en la película de Pixar), la tristeza es una de las seis emociones elementales que se generan en el sistema límbico de nuestro cerebro, concretamente, en la amígdala cerebral. Gonzalo Hervás explica que su activación no depende sólo del entorno: “Lo que percibimos, lo que interpretamos, nuestra personalidad y nuestros recuerdos son cuatro elementos clave en el proceso de generación de emociones a nivel psicológico”.

El miedo nos pone alerta para reaccionar con rapidez ante una amenaza; el asco produce respuestas de escape ante situaciones potencialmente dañinas; la ira moviliza gran cantidad de energía para actuar sobre un comportamiento externo que consideramos injusto. Todas las emociones provocan reacciones fisiológicas y motoras encaminadas a promover una respuesta determinada. “En el caso concreto de la tristeza, lo que se genera es inactividad y desmotivación, así como un ligero aumento de la actividad cardiaca y neurológica. Sirve para fomentar la reflexión y el análisis tras una pérdida o un fracaso, para ahorrar energía después de una época de mucho desgaste o para pedir ayuda y evocar comportamientos de cuidado en otros”, desarrolla el investigador.

Este último aspecto es clave, porque las emociones también cumplen una función social.Observar la expresión de las emociones en los demás nos permite anticipar sus reacciones y adaptar nuestra conducta. Si estamos discutiendo con alguien y vemos que empiezan a llorarle los ojos, probablemente sintamos empatía y nos apacigüemos un poco, algo que no ocurrirá si esa persona finge que lo que le decimos no le está afectando. Negando la tristeza, además de empeorar las cosas, también nos estamos perdiendo la ocasión de recibir un abrazo largo y cariñoso que nos recuerde, en un momento vulnerable, que no estamos solos en el mundo.

¿Pastillas a la mínima? No

El profesor Hervás es especialista del campo de la regulación emocional y recomienda “vivir las emociones de forma equilibrada, ni dándoles la espalda, ni volcándonos en ellas en exceso olvidando el resto de nuestra vida”. Suena como algo sencillo de hacer, pero no debe de serlo tanto cuando el consumo de ansiolíticos y antidepresivos crece en España sin parar desde el año 2000. Los psiquiatras se quejan de que los pacientes solicitan medicación a la mínima para suprimir emociones que se disiparían solas dejándolas reposar el tiempo suficiente.

Narcís Cardoner es psiquiatra y responsable del Proceso de Depresión y Ansiedad del departamento de Salud Mental de Parc Taulí Sabadell, utiliza técnicas de neuroimagen basadas en resonancia magnética para visualizar qué áreas de nuestro cerebro se activan cuando reaccionamos a las distintas emociones. “Estamos viendo que las personas que utilizan regiones asociadas con el pensamiento abstracto y racional consiguen regular mejor la respuesta emocional que aquellos en los que predominan las respuestas más inmediatas”.

Y pone un ejemplo: “Si has sufrido una decepción porque tu jefe te ha dicho que has entregado un trabajo horrible, puedes pensar que eres un inútil, que lo has intentado pero que no sirves para esto y que mejor lo dejas. En cambio, si analizas en positivo y piensas que tu jefe y tú tienen puntos de vista diferentes, buscas una alternativa e introduces algunos cambios, consigues darle un sentido a lo que ha ocurrido. El malestar lo vas a tener igual, pero has atenuado la emoción y eso te ha permitido seguir avanzando”.

La obligación de 'estar' feliz

“Nuestra sociedad cada vez tiene menor tolerancia a cualquier tipo de sufrimiento y malestar. La necesidad de sentirnos felices hace que muchas veces no soportemos convivir con la tristeza”, reflexiona Narcís.

“Debemos aprender a aceptar que no siempre vamos a conseguir lo que queremos y que, además, vamos a sufrir pérdidas”.

Aspiramos a un trabajo en el que nos sintamos totalmente realizados, pero que tenga un buen sueldo y nos deje tiempo libre; experiencias nuevas, viajes exóticos y, también, ahorrar; queremos cultivar nuestros lazos familiares sin renunciar a tener tiempo para nosotros mismos el fin de semana; una relación amorosa duradera en la que jamás se apague la chispa.

La paradoja de la búsqueda de la felicidad en todos los aspectos de la vida es que nuestras posibilidades de frustración aumentan.

Y la frustración invoca a su vez a la tristeza, lo último que estábamos buscando.

Las buenas noticias son que ese camino también puede recorrerse en el sentido contrario. El cómico estadounidense Louis C.K. explicaba la maravillosa experiencia que había sentido al dejar que la tristeza le “golpeara como un camión” cuando, en lugar de huir del sentimiento de soledad, decidió entregarse a él.

 “Empecé a llorar de una manera brutal y fue precioso”, rememoraba en el programa de Conan O’Brien, “la tristeza es poética”.

El premio por acoger esa emoción que tanto tiempo llevaba negando fue una liberación de tensión y un espectacular chute de hormonas que le arregló el día. La entrevista concluía con la siguiente reflexión: “Es una pena que por no enfrentarte a ese primer momento duro de la tristeza la bloquees (...) porque así nunca vas a sentirte completamente triste, ni completamente feliz”.

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