Jueves, 18 de Abril 2024
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El buen empleo del tiempo libre se llama ocio

Urge el mensaje de Cristo para muchas ovejas sin pastor que vagan por el mundo

Por: EL INFORMADOR

El pastor es a la vez un jefe y un compañero. ESPECIAL /

El pastor es a la vez un jefe y un compañero. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Jeremías 23, 1-6

“Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá”.

SEGUNDA LECTURA:

San Pablo a los Efesios 2, 13-18

“Ahora, por la sangre de Cristo, están cerca los que antes estaban lejos. Él es nuestra paz”.

EVANGELIO:

San Marcos 6, 30-34


“Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.

GUADALAJARA, JALISCO (19/JUL/2015).-
En el reducido espacio de cinco versículos, del 30 al 34 del capítulo sexto del Evangelio de San Marcos, la palabra de Dios ofrece este domingo larga y profunda enseñanza, no sólo para los creyentes sino para todos los hombres del siglo XXI.

El principio de la narración es el retorno feliz de los 12 discípulos contentos, comunicativos después de haber sido agentes de la misión de anunciar que Jesús, el de Nazaret, era el Mesías por siglos esperado, que ya estaba entre ellos. Esa fue la buena nueva que proclamaron, y confirmaron su palabra con maravillas que obraron en el nombre de Dios.

Pero venían cansados y el Señor los invitó a subir a la barca y les dijo: “Vengan solos a un lugar apartado para descansar un poco”. Toda  vida humana se desenvuelve el ritmo de extensión y compresión; la dinámica de ir al exterior y la otra para reflexión y quietud.

Así es el Señor: a ellos, a todos, enseñaba y enseña que para hacer el bien no basta la acción —que puede hacerse un vicio, un activismo enfermizo y hueco—, sino que hay que alternar el dar con el recibir. Que el silencio y la oración son imprescindibles en todo el apostolado, que el ministro del señor ha de “Volverse a sí mismo”, que ha de llenar su alma de fe y de amor, para ir de nuevo a comunicar sus nuevas vivencias interiores a los demás; y no hablar de labios hacia afuera, sino que de la boca salga lo que abunde en su interior. El ocio es el espacio de tiempo que el hombre, libre e inteligente, emplea en lo que gustosamente hace.

Muchos confunden el ocio que es un bien, con la ociosidad, que es lo opuesto al ocio, porque es un desperdicio en lo inútil y pernicioso.

En resumen, el buen empleo del tiempo libre se llama ocio. Y es ahora el tiempo oportuno de educarse para el ocio, en este siglo de prisas, de demasiados aparatos de televisión y de miles de ofertas de diversiones y espectáculos, que llevaban, no al aprovechamiento si no a la pérdida del tiempo. Y este es único y sagrado. Urge el mensaje de Cristo para muchas ovejas sin pastor que vagan por el mundo.

José Rosario Ramírez M.

Pastor y rebaño

La metáfora del pastor que conduce su rebaño, profundamente arraigada en la experiencia de los arameos nómadas que fueron los patriarcas de Israel en medio de una civilización de pastores, expresa admirablemente dos aspectos, aparentemente contrarios y con frecuencia separados, de la autoridad ejercida sobre los hombres. El pastor es a la vez un jefe y un compañero.

Es un hombre fuerte, capaz de defender su rebaño contra los animales salvajes; es también delicado con sus ovejas, conociendo su estado, adaptándose a su situación, llevándolas en sus brazos, queriendo con cariño a una u otra como a su hija. Su autoridad no se discute, está fundada en la entrega y en el amor. En el Antiguo Oriente (Babilonia, Asiria), los reyes se consideraban fácilmente como pastores, a los que la divinidad había confiado el servicio de reunir y de cuidar las ovejas del rebaño. Sobre este fondo detalla la Biblia las relaciones que unen a Israel con Dios, a través de Cristo y sus delegados.

Yahveh, jefe y padre del rebaño. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, Yahveh no lleva casi nunca el título de pastor: dos designaciones antiguas y dos invocaciones en el salterio. El título parece reservado a aquel que debe venir. En cambio, si no hay alegorización del título sobre Yahveh, se pueden, sin embargo, describir en una parábola del buen pastor las relaciones de Dios con su pueblo.

A la sazón del éxodo guió a su pueblo como ovejas, como a un rebaño en el desierto: como pastor que apacienta a su rebaño, recoge en sus brazos a los corderos, se los pone sobre el pecho, conduce al reposo a las ovejas madres, Yahveh sigue guiando así a su pueblo; cierto que Israel semeja más a una novilla cerril que a un cordero en la pradera; deberá partir en acutiverio. Entonces Yahveh de nuevo lo guiará hacia las aguas manantiales reuniendo a las ovejas dispersas, silbándoles. Muestra la misma solicitud para cada fiel en particular, que no carece de nada ni puede temer nada bajo el cayado de Dios. En fin, su misericordia se extiende a toda carne.

La perniciosa soberbia

La Soberbia, en lenguaje sencillo, es amarnos demasiado a nosotros mismos, al grado que nos hace despreciar a Dios y a los demás.

Somos soberbios cuando creemos que podemos hacerlo todo, que no necesitamos de Dios ni de los demás; cuando nos creemos mucho (que somos los más listos; los más perfectos, y los demás son unos tontos); cuando somos presumidos o nos gusta llamar la atención; cuando nos aferramos a que todo se haga como nosotros queremos; cuando creemos que todo nos lo merecemos, cuando sólo hablamos de nosotros mismos.

Una persona que se deja dominar por la soberbia, estará, mientras así lo permita, alejada de Dios, carecerá de una buena relación con Él y, por tanto, estará cerrada, ‘impermeabilizada’ para recibir su gracia, sus dones, su amor, su salvación, ya que si lo minimiza, lo subestima, lo menosprecia y lo margina de su vida, obviamente, no le interesará recibir de Él nada, ni siquiera lo toma en cuenta para su manera de vivir.

Lo mismo dígase en cuanto a la relación con los demás en los diversos ámbitos de la vida. Ellos no serán considerados como semejantes, mucho menos como hermanos, sino que representarán para ella unos instrumentos para servirse de  y satisfacer sus necesidades, para el logro de sus fines individuales; unos peldaños para escalar y llegar a la ‘cumbre del éxito’, aunque para ello tenga que pisotearlos, humillarlos, sin importarle la reacción que aquellos puedan tener, sea ésta de violencia o de venganza porque, en lo posible, se aprovechará de ello para arremeter con prepotencia acrecentada.

La virtud que deberemos cultivar para atacar la soberbia es la HUMILDAD. Ser humilde es pensar que Dios nos creó y que no somos nada en comparación a Él, que no podemos dar un paso sin que Él lo permita. Ser humilde es pensar que lo bueno que tenemos, no lo hemos logrado nosotros, sino que Él nos lo regaló gratuitamente, sin condición alguna, y, así mismo, reconocer que también tenemos mucho malo por corregir. Ser humilde es negarse a buscar y a aceptar que los otros te aplaudan; es buscar pasar desapercibido, buscar ocupar el último lugar.

Jesús, cuando sus discípulos dieron señales de ensoberbecerse, los lleva a un lugar solitario, tranquilo, en el que podían reflexionar a solas, sin la presencia de la gente con la que se podrían envanecer.

El día de hoy, es una excelente ocasión para, a solas con Jesús, hacer una sincera revisión para darnos cuenta de cuán soberbios somos, y cambiemos de actitud, pidiéndole la virtud de la humildad para tener éxito en ello.

Francisco Javier Cruz Luna

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