Viernes, 19 de Abril 2024
Suplementos | Adorar a un solo Dios en tres personas y a las tres personas en un solo Dios

'El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón'

La fe católica consiste en adorar a un solo Dios en tres personas y a las tres personas en un solo Dios, sin confundir a las personas ni dividir la esencia

Por: EL INFORMADOR

'Creer es un acto del entendimiento, que asiente a la verdad divina por medio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia'. ESPECIAL /

'Creer es un acto del entendimiento, que asiente a la verdad divina por medio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia'. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Génesis 3, 9-15


“Pondré enemistad entre ti y la mujer; y su descendencia te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón”.

SEGUNDA LECTURA:

Segunda Carta de San Pablo a los Corintios 4, 13- 5, 1


“No nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día”.

EVANGELIO:

San Marcos 3, 20-35


“Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón”.

GUADALAJARA, JALISCO (07/JUN/2015).-
Clara, explícita, aparece en el Nuevo Testamento la revelación de un solo Dios en tres personas. El ángel anuncia el misterio a la doncella María a quien ha sido enviado a llevarle el mensaje divino. “El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el Santo que nacerá de Tí, será llamado Hijo de Dios.

Siguiendo la tradición apostóica, la Iglesia confesó que el Hijo es consubstancial del Padre, es decir, un sólo Dios con Él, “homo ousios”, palabra griega que significa “de la misma substancia”, que dejaba en claro la doctrina contra el triteismo —tres dioses— y el subordicionalismo —el Hijo subordinado al Padre—.

Quedó así el símbolo niceno-constantinopolitano, el credo que recibe el pueblo.

La fe católica consiste en adorar a un solo Dios en tres personas y a las tres personas en un solo Dios, sin confundir a las personas ni dividir la esencia.

Una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo, pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una divinidad, tienen igual gloria y coeterna majestad. Cual es el Padre, tal es el Hijo y tal el Espíritu Santo.

Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo, eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no hay tres increados, ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Asimismo el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios.

Inmutable la doctrina desde entonces hasta el presente, y siempre la Iglesia misionera ha cumplido con fidelidad el último mandato de Cristo, cuando se despidió, momentos antes de elevarse en su ascensión a los cielos: “Vayan pues, enseñen a todas las naciones y bautícenlas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Así al que recibe el Bautismo, desde ese momento el Padre lo adopta como Hijo, el Hijo se identifica con el bautizado, y el Espíritu Santo lo ilumina, anima, vivifica.

El pueblo de Dios, la Iglesia, es la congregación de quienes han sido bautizados en el nombre, no en los nombres, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Cada uno y los 52 domingos del año, son para los creyentes fiesta de la Augusta Trinidad, y desde lejanos siglos, en adoración y culto los fieles cantan “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos amén”.

José Rosario Ramírez M.

Mala historia, buen mensaje


El libro del Génesis en sus primeros 11 capítulos, nos brinda la oportunidad para entender y valorar los géneros literarios que se encuentran en el texto sagrado. En esos primeros capítulos la intención no es tanto la de darnos una historia en sentido estricto, no es una narración cronológica de acontecimientos, sino más bien la transmisión de un mensaje revelado acerca de la condición humana, sobre todo del origen del mal y del pecado en el mundo.

Esto mismo nos lo recuerda el Documento emanado del Concilio Vaticano II, al decir: “Dios habla en las Escrituras por medio de hombres y en lenguaje humano”. Hemos de saber distinguir, por tanto, entre la expresión literal y el mensaje que se desea transmitir. La imagen que nos presenta el libro del Génesis en torno a Adán y a Eva se sitúa ya en el juicio de Dios sobre la serpiente, la mujer y el varón. Al despertar del sueño de ser como dioses —causa de la desobediencia—, los ojos se les abren a una penosa realidad: “No son más que simples y degradados seres mortales”.

El pecado introduce un desorden y un desequilibrio contagioso en la creación de Dios. No obstante, en medio de tan sombrío panorama, brilla un rayo de esperanza. Y surge la promesa de la victoria sobre la serpiente-diablo por medio de un descendiente de la mujer. Es el llamado “proto evangelio”, primera Buena Nueva para la humanidad caída, que apunta a Cristo Jesús, hijo de la nueva Eva que es María.

Esta lucha entre el bien y el mal dentro de cada uno y a nuestro alrededor es general y permanente. El pecado, como estado miserable del hombre, del que sólo nos logra salvar nuestro Señor Jesucristo. Por eso, la cínica acusación de los letrados a la persona de Jesús constituye una blasfemia contra el Espíritu Santo. Pecado imperdonable porque es negación total y ceguera voluntaria frente a una luz diáfana, atribuyendo al diablo lo que evidentemente es obra de Dios.

Obedecer es la clave


El ‘Padre Nuestro’, es, sin duda, una de las oraciones más pronunciadas por los creyentes, sin embargo habría que preguntarnos qué tanto la reflexionamos; qué tan conscientes somos de lo que en ella repetimos; qué tanto comprendemos lo que en ella aseveramos o pedimos y, sobre todo, qué tanto lo aceptamos y lo hacemos vida.

Una de las expresiones de esta oración que más difícilmente aceptamos y vivimos es la que versa: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.

Ahora bien, Dios, nuestro Creador y nuestro Dueño,  ha establecido y destinado un plan salvífico para nosotros sus hijos, y si realmente queremos salvarnos, es decir, trascender esta vida mortal, limitada, finita, y en la que no se puede alcanzar la felicidad plena, hacia una vida inmortal, ilimitada, infinita y con una felicidad plena, hemos de vivir conforme a ese plan: eso significa, en palabras llanas y sencillas, que se haga su voluntad, y aunque la expresión está escrita en forma impersonal, es preciso aclarar que el ser humano es actor principal, y su participación es indispensable para que así sea.

Y, ¿cómo es esto? Pues bien, es sabido que es el Espíritu Santo, a través del ser humano como instrumento, quien se encarga de llevar a cabo la obra de Dios, y que a este ser humano le corresponde tan sólo ser dócil y obediente para dejarse guiar por Él y así “poder hacer las mismas cosas que hacía Jesús, y aún mayores” (Cfr. Jn 14, 12), y por lo tanto, permitir que por Él, y por nuestro medio, haga la voluntad del Padre.

Para el ser humano, que desde que nace está marcado por su naturaleza pecadora, la cual es proclive a caer fácilmente bajo el dominio de la soberbia, el orgullo, la vanidad y autosuficiencia, le es imposible ser dócil, obedecer y dejarse guiar por el Espíritu Santo, si el mismo no lo capacita para ello; y para que reciba esa capacidad, necesita creer en Jesús y realizar todo lo que implica esa fe, como es renunciar a todo lo que lo domine, y se oponga e impida abrirse a Él.

Esto es crucial en la vida del cristiano, tanto que, como nos lo recuerda el pasaje evangélico de hoy, Jesús declara a  los que estaban sentados alrededor de Él: "Estos son mi madre y mis hermanos –cuando le dijeron que su madre y sus hermanos lo buscaban--.  Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Hacer, pues, la voluntad de Dios, o dejar que su Espíritu la haga en nosotros, nos hace familiares de Jesús, y con ello, coherederos con Él de la Gloria eterna del Padre.

Francisco Javier Cruz Luna

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