Martes, 16 de Abril 2024
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El Djerba, la bella isla de Túnez

Aunque pequeño, el país africano ofrece un sinfín de sorpresas a los viajeros que se aventuran en sus tierras

Por: EL INFORMADOR

Pequeña maravilla. El barco con sus cantaritos muy acomodados para ir a la pesca del pulpo en la Djerba de Túnez. EL INFORMADOR / P. Fernández

Pequeña maravilla. El barco con sus cantaritos muy acomodados para ir a la pesca del pulpo en la Djerba de Túnez. EL INFORMADOR / P. Fernández

GUADALAJARA, JALISCO (29/MAR/2015).- Djerba, o simplemente Yerba, es una pequeña isla en la costa mediterránea del hermoso país de Túnez en el Norte de África, en el extremo oriental del Sahara, no muy lejos de Trípoli, la capital de la conflictiva nación de Libia.

La pequeña isla repleta de mezquitas, atiborra con sus minaretes gran parte del horizonte isleño. El sonsonete del Imán montado en cada uno de ellos, vocifera cinco veces al día el llamado a la oración entretejiéndose con el sonido de las olas y el ruido bullicioso de los pescadores que al regresar de la pesca se ponen a orar dirigidos a la Meca.

Homero en su famosa Odisea menciona la Isla de Djerba en una escena cuando Ulises al llegar a ella, toda su tripulación —excepto él— deciden comer el fruto prohibido que ahí existía, perdiendo con esto la memoria y olvidando patria y familias. Un poco más delante su mayor asedio fue el canto de las sirenas, del que logró escapar atándose al mástil de su nave. Tiempo más tarde logró regresar a los brazos de la guapísima y ultra-solicitada Penélope, quien lo esperaba en su querida Íthaca tejiendo y destejiendo incansablemente su dichosa cobijita, y… (cuenta Homero) que, nuestro héroe disfrazado de mendigo acabó con todos los pretendientes de la bella Penélope, quedándose finalmente con la Doña… y con la frazadita.

Muchas cosas eran las que habíamos leído sobre la dichosa Djerba; y muchos eran los atractivos los que nos llevaron a instalarnos en esa isla, a donde pudimos llegar pasando sobre un empedrado y antiguo camino tendido sobre el mar que, habiendo sido construido en tiempos de los romanos, ahora había sido pavimentado por los tunecinos.

Atracamos en nuestra casa rodante a la orilla del mar; o sea, a la mera orilla del malecón de los pescadores. El contacto que tuvimos con ellos en “árabespañol” fue inmediato. Ellos se azoraban de nuestro camión y procedencia, y nosotros de sus barcos llenos de cantaritos sin ninguna red o anzuelo. Ellos vestían chilabas, y nosotros gorras y tenis. Ellos bebían agua y rezaban, nosotros bebíamos vino blanco y callábamos. Excuso decirles que al calor de los elíxires, ellos salieron con tenis y gorra, y nosotros con la promesa de que nos llevarían a pescar pulpos al día siguiente.

La mañana del siguiente día parecía muy extraña. Eran las nueve, y las diez, y todo estaba muy oscuro, como si de media noche se tratara. Inquieto, abrí la puerta del camión para contemplar si de verdad todavía era de noche o los relojes se habían descompuesto… cuando el fortísimo solazo del desierto me lastimó los ojos. ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Quiorasón? ¿Qué pasó? ¿Por qué hastorita?

El Sol refulgía ya bien alto cuando toda la familia, con los vidrios del camión sellados por la arena se despertaba confundida.

Durante la noche, una fortísima tormenta de arena había soplado contra nuestro camión; y como estábamos estacionados a la orilla del embarcadero y las olas también lo bañaban… arena y agua habían formado una gruesa capa de enjarre casi pétreo, empanizando literalmente nuestro vehículo, y convirtiéndolo en una oscura duna más de la región.

Excuso decirles, que el día entero se nos fue  en quitar con agua, espátula —y la ayuda de los pescadores—, los varios centímetros de arena que cubrían al famoso “On Toy”. (Sobina, entrañable amigo fue quien así lo bautizó, pensando que en algún lugar por donde pasaríamos, esa sería nuestra expresión… ¡¿On Toy?!... y así se llamó por siempre nuestro camión).

Al recuperar el “On Toy” su forma original, nos dedicamos a ver con curiosidad los cantarítos que, atados en una ristra, traían perfectamente acomodados en su barco nuestros amigos pescadores.

—Es para bescar bulbos—, nos decían algunos que medio hablaban español.

—Al bulbo le gustan cuevas— trataban de explicarnos.

—Nosotros bonemos anforitas, bero las atamos uniotra cada cinco betros, y las dejamos dos tres días descansar. Regresamos… y cada cuevita tiene un bulbo bueno ba comer—.

Interesante se nos hizo el ingenioso modo de “bescar bulbos”; y más interesante se nos hizo las bláticas que con ellos tuvimos en “arabesbañol” sobre su vida, sus costumbres, y sus interminables confidencias a la orilla del mar.

El otro lado de la isla, (a donde nunca fuimos) está repleto de lujosos hoteles internacionales “todo incluido”, tan iguales como en Miami, Can Cun o Dubai.

Tanto ellos como nosotros lamentábamos el implacable asedio del turismo que hace perder identidad de los pueblos y las costumbres de sus habitantes.

Pero la hermosa Djerba de Túnez, aún así, es una isla que todavía se puede disfrutar tal como es… y como fue.

vya@informador.com.mx
                     

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