Viernes, 29 de Marzo 2024
Suplementos | Tres apóstoles caen de rodillas ante la visión momentánea de la infebilidad de Dios

La Transfiguración del Señor

Tres apóstoles caen de rodillas ante la visión momentánea de la infebilidad de Dios, un instante que les da fuerza para toda la vida

Por: EL INFORMADOR

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LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Génesis 22, 1-2.9-13.15-18

“No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo”.

SEGUNDA LECTURA:

San Pablo a los Romanos 8, 31b-34

“Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”

EVANGELIO:

San Marcos 9 ,2-10

“Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.

GUADALAJARA, JALISCO (01/MAR/2015).- En ocasiones el Señor Jesús, solo, subía a la cumbre de algún monte y pasaba allí arriba la noche entera en oración, en comunicación con su Padre. Ahora sube acompañado, no de los 12 apóstoles, sino solamente  de tres: Pedro, quien será la cabeza de su Reino, la Iglesia; Santiago, a quien le está destinada la gracia de ser el primero de los apóstoles en derramar su sangre por el Evangelio; y Juan, el más cercano a los misterios del Verbo de Dios hecho hombre, camino, verdad, vida, amor.

Jesús les mostró, como dijeron los evangelistas, su rostro resplandeciente como el Sol, y sus “vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la Tierra”.

Dos hombres, dos figuras cumbres en la historia del pueblo de Israel, se hacen visibles allí entre los tres testigos escogidos. No se asustaron éstos al verlos. Es una visión gloriosa y simbólica. Allá está Moisés, el caudillo que condujo al pueblo hebreo antes esclavo a su pascua, a la libertad. Es quien habla y obra en nombre de Yahvé; es quien baja de otro monte, el Sinaí, con  las tablas de la Ley.

Presente también está Elías, el primero de los profetas, el valiente para desafiar en otro monte, el Carmelo, a los propagadores de la mentira, los falsos sacerdotes de los Baales.

La Ley y los profetas, los dos signos de un pasado, la antigua alianza, que cierra una puerta y en Cristo abre otra a la plenitud, a la nueva alianza.

Contemplación, éxtasis, arrobamiento, o tal vez otra difícil, no común palabra, para explicar ese muy breve instante.

Esa grandiosa presencia hizo caer por tierra a los tres discípulos; la frágil naturaleza no pudo aguantar.

Tal momento de gloria, un relámpago, fue para disponer a quienes en el continuo combate al mal habían de luchar por la verdad, por el bien.

Cuando Cristo les anunció que subiría a Jerusalén para padecer de parte de los ancianos, de los escribas, de los principales y de los sacerdotes, que le darían muerte, y resucitaría al tercer día, Pedro —asustado y escandalizado— llevó aparte al Maestro y le dijo: “De ninguna manera te sucederá éso!” y el Señor duramente lo reprendió: “Apártate de mi Satanás, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres!”.

Lo verán finalmente glorioso, resucitado. Pero antes van a ser testigos de sus padecimientos; lo verán levantado en una cruz, entre dos ladrones; allí estarán ellos, y Jesús morirá rodeado de una multitud violenta y ciega, que a gritos pedía que se le crucificara. Bajarán tristes y llorosos del Monte Calvario, la tremenda noche del viernes.

La visión celestial en esta cumbre es un regalo, un anticipo, para darles fortaleza interior en los amargos días venideros.

Así suele el Señor conducir a los que le siguen: con regalos de consolación cuando les es provechosa, y así animar, entusiasmar, enfervorizar. Muchos santos también han experimentado “la noche oscura” de la desolación, para afianzarse en la fidelidad, para, como en el crisol, purificar y acrecentar el amor.

José Rosario Ramírez M.

“Vale la pena ser sacerdote”

Este primer domingo de marzo, la Iglesia diocesana de Guadalajara celebra con gozo el Día del Seminario, celebración que nos involucra a todos como miembros de la Iglesia desde nuestro bautismo.

El festejo de esta casa de formación con más de 300 años de historia es un compromiso para todos nosotros, particularmente con nuestra oración, dado el mensaje expresado por nuestro Señor Jesucristo: “Rueguen por tanto al dueño de la mies que envíe operarios a sus campos”

El compromiso se extiende también en el acompañamiento y testimonio, todos somos formadores de los seminaristas, no es una labor de unos cuantos asignados por el obispo, es tarea de todos colaborar en la formación de sus futuros pastores, desde la cercanía, el testimonio y el impulso para que cumplan con fidelidad en razón del llamado que han recibido de Dios: “Vengan que yo los haré pescadores de hombres”.

La solidaridad que se desprende de nuestra parte, con nuestra ayuda económica, es también formativa, porque quien ha recibido en abundancia y desde la caridad se ha de comprometer a servir con alegría, disposición y generosidad de espíritu y tiempo. Nuestra ayuda no es sólo un sustento, es caridad que forma y compromete, en apego a lo que nos dice Jesús: “Ejerzan gratuitamente, aquello que gratuitamente han recibido”.

Año con año, esta celebración se enmarca con un lema, que en esta ocasión reza así: “Vale la pena ser sacerdote”. Es eco de las palabras que San Juan Pablo II pronunciara en su primera visita a nuestra nación y dichas en la casa de este seminario, en su alocución a los seminaristas de México: “Vale la pena consagrarse al hombre por Cristo”. En resonancia a dicha invitación el Seminario hoy nos recuerda: “Vale la pena ser sacerdote” y podemos profundizar más, vale la pena ayudar a la formación de los futuros sacerdotes, vale la pena favorecer el incremento de las vocaciones, vale la pena, porque esta es la obra de Cristo: Sean otros Cristos, para el servicio de sus hermanos.

Cristianos conformistas

Convertirse significa cambiar de vida, pero no por una vida conforme lo decidamos nosotros, ni siquiera por una vida cuyo estilo de moral sea diferente, en la que, si antes se emborrachaba, ya no lo hace; si era infiel, ya es fiel; si robaba, ya no más, etc. Ello sería consecuencia de la verdadera conversión, que implica renunciar a uno mismo, a sus criterios y sus convicciones al margen de Dios y de su Palabra; renunciar a una vida llena de egoísmo,  de egocentrismo, de soberbia y de hipocresía, para recibir del Espíritu Santo, la Vida Nueva que nos trae Jesús, una vida de amor, de entrega y servicio a los demás, de humildad y sencillez.

Muchos creen que ser cristiano consiste en rezar; ir a misa los domingos, cuando lo hacen; cumplir con ciertos ritos, mandas y otras tradiciones, especialmente en tiempos especiales como éste y la Semana Santa, y con ello se sienten satisfechos, creyendo que ya cumplieron.

Todo ello y otras prácticas religiosas que ayuden al encuentro con el Señor, son muy buenas, sin duda, pero insuficientes y, por lo mismo, denotan una religiosidad, es decir una relación con Dios, superficial, formalista, tibia y mediocre.

Por otra parte, abundan cristianos que en algún momento de su vida, ya sea de pequeños, de adolescentes o jóvenes, o bien ya adultos, y como un regalo especial del Señor, tuvieron alguna experiencia, un encuentro personal con Él, y decidieron luchar para dejar al “hombre viejo” a la “mujer vieja”, e iniciar una vida nueva, convertidos al Señor y con propósitos y promesas, y tal vez con compromisos concretos y serios de formarse, de conocer la Palabra de Dios, la doctrina de Su Iglesia, para servirlo y servir a los demás en diversas tareas, y hacerlo con amor, pero al paso del tiempo, descuidan su relación con Dios, dejando de dialogar con Él, es decir, de orar, de participar en los sacramentos, de participar activamente en un grupo o comunidad, en la que además de compartir su experiencia de Dios, se forme sólidamente con la catequesis. En otras palabras, se instalaron en su status y renunciaron a seguir esforzándose, luchando contra el Enemigo que no descansa, y así cayeron en la mediocridad.

Ese riesgo corrieron los discípulos que Jesús llevó al monte para ser testigos de su Transfiguración, según nos lo recuerda el Evangelio de hoy, al pedirle a Él que se instalaran allí mismo, porque “ahí se estaba muy bien”. Jesús, sin decir nada, los condujo de nuevo al valle, donde había mucho por hacer todavía, y que implicaría sacrificio, dolor, sufrimiento, humillaciones y hasta dar la propia vida.

No olvidemos lo que Jesús nos dice en el libro del Apocalipsis: “Yo a los tibios los vomito de mi boca”.

Francisco Javier Cruz Luna

Llamados a resplandecer

El segundo domingo de Cuaresma siempre nos trae un hermoso mensaje de esperanza que sin duda es un gran motivo de alegría.

Se trata de contemplar a Cristo Jesús en todo su luminoso esplendor, en eso que llamamos Transfiguración; cuando los apóstoles lo vieron y se dieron cuenta que toda su persona, y hasta sus vestiduras resplandecían…

Y eso es precisamente lo que nos pide el Señor en estos tiempos de renovación. También nosotros estamos llamados a ser luminosos, a resplandecer…

Si hemos atendido a su Palabra y si la respuesta a su llamado ha sido positiva, si ante las opciones que se nos presentan elegimos lo mejor: tomamos en serio la Conversión a la que el Señor Jesús nos invita.

Conversión quiere decir pasar de la ira y la violencia a la mansedumbre y a la bondad, de la envidia a la benevolencia, de la lujuria a la limpidez, de la avaricia a la generosidad, de la golosdad al control en el alimento y en el descanso.

Si dominamos nuestros gustos para optar por el bien de quienes nos rodean, no podemos dudarlo, toda nuestra vida será más brillante, más limpia y más reluciente… no habrá nada que nos abochorne, porque Conversión es precisamente eso: vencer los vicios capitales y crecer en el amor a Dios y al prójimo.

Porque hay ocasiones en que actuamos mal o negativamente y luego nos ofendemos por cualquier crítica o reproche y tanto más si proviene de alguien tan relevante como el Papa. Porque es cierto que lo que recientemente ha circulado no es ningún elogio, pero tendríamos que preguntarnos con sinceridad cuál es la imagen que damos ante el mundo, si nuestros medios transmiten tan sólo lo peor: notas rojas y páginas amarillas… en cambio las muchas, muchísimas cosas buenas que hay en nuestros ambientes, los eventos culturales, avances humanitarios o hechos heroicos, esos no son noticia.

Por eso el mensaje de hoy es iluminar nuestra vida con la luz de Cristo para no correr el riesgo de que en el último día, cuando nos presentemos ante Dios, el Señor nos diga: ¿y tú quién eres? No te conozco.

Oración


No me agrada Señor, que mi imagen se vea empañada por sombras, pero muchas veces yo mismo soy culpable y reconozco que mi comportamiento no es el más digno. Por eso vengo a ti, a pedirte que me ayudes a adquirir esa limpidez que me da tu ejemplo, para que el respeto que pretendo sea fruto de la luz que Tú me comunicas.

Gracias Señor Jesús por darme tu Palabra, tu ejemplo y gracias porque en ningún momento te olvidas de mí. Amén.

María Belén Sánchez, fsp

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