Jueves, 25 de Abril 2024
Suplementos | La fe y la humildad son los elementos primordiales de la oración

'Señor, si tú quieres, puedes curarme'

La fe y la humildad son los elementos primordiales de la oración

Por: EL INFORMADOR

'Si rezamos Él nos escuchará', dice el Papa Francisco. ESPECIAL /

'Si rezamos Él nos escuchará', dice el Papa Francisco. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Job 7, 1-4.6-7

“El hombre está en la Tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero”.

SEGUNDA LECTURA:

Primera carta de San Pablo a los Corintios 9, 16-19.22-23

“Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos”.

EVANGELIO:

San Marcos 1, 29-39

“Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar”.

GUADALAJARA, JALISCO (08/FEB/2015).-
Pasó haciendo el bien…así presenta el evangelista San Marcos, con su característica sencillez, la amable figura del Salvador.

Pasó haciendo el bien, porque quitó el sufrimiento curando a los enfermos, rompió las cadenas a los esclavizados por el maligno y abrió los ojos a muchos, para que saborearan la sabiduría divina, la que salva.

El cristiano fiel es el que sujeta sus pasiones a la razón, y la razón a Dios. Así vive libre de pecado, en gracia, en amistad con su Dios y Señor.

Cuando no es la Fe ni la razón la que guía al cristiano, cuando alguna de las siete pasiones predomina en sus actos, entonces sus manifestaciones no son de salud espiritual, sino un estado patológico. Entonces se manifiesta la fiebre.

La ira es una fiebre con estos síntomas: rostro encendido, manos crispadas o empuñadas, voces altas, palabras ofensivas y acciones contra los demás; después vienen el remordimiento, la tristeza, el sentido de la culpa.

La gula es una fiebre, es una manía por el fugaz placer de que pasen de prisa por la boca , bebidas y comidas, causantes después de sufrimientos.

Es la pereza una enfermedad del alma. Es una fiebre que doblega el cuerpo y adormece la mente, lo cual imposibilita dar alegre cumplimiento al deber personal.

La envidia —la más triste e infecunda de las fiebres— sólo engendra rencores. Le quita al alma la alegría y la lleva a mirar los lados negros de la vida.

Cuando los apetitos carnales se apoderan desordenadamente del hombre, éste cae enfermo. Es la fiebre de la lujuria, que entorpece la vista y el oído y endurece el corazón. Es un  egoísmo hecho fiebre, a veces tan persistente que acaba con sus víctimas.

La codicia, la más persistente de todas las fiebres —diabólica pasión nunca sola, siempre de la mano de otras pasiones— embota el pensamiento, distorsiona el sentido de las propias dimensiones y atropella los derechos de Dios y de sus semejantes.

Todas ellas, la concupiscencia del hombre caído, tienen una fácil curación: la mano de Cristo. Con su breve y saludable contacto quedarán curadas...

El evangelista da un dato importante: le llevaron a todos los enfermos… y curó a muchos. No curó a todos, sino a muchos.

¿Por qué volvieron algunos enfermos a sus casas?, ¿por qué siguieron cargando sus enfermedades y dolores?

Porque para que Cristo cure las fiebres del alma o cure las enfermedades del cuerpo, hay una condición, una sola: ir dispuesto; llevar una disposición interior, que es una humilde confianza: ”Señor, si tú quieres, puedes curarme”. A esa oración humilde llegó "luego, luego", el milagro.

En la relación entre el hombre y Dios, su Creador, siempre viene primero la gracia de Dios que invita, que llama, que mueve a conversión; pero siempre ha de haber la respuesta del hombre. Muchos enfermos no respondieron y no fueron curados.

La revelación divina sobre el dolor enseña, a ejemplo de Cristo, que el dolor purifica. El cristiano  no es un estoico, sino que, como discípulo de Cristo, soporta la cruz, los sufrimientos y todo lo convierte en signo de victoria.

San Pablo dijo: “…Cuando soy débil es cuando soy fuerte”.

José Rosario Ramírez M.

La oración

En la actualidad, la guerra no sólo existe en las ciudades, por el contrario, el mundo vive en una guerra constante, tanto física como espiritual; para el Papa Francisco, la oración representa la raíz de esa paz necesaria para el ser humano, pero no es sólo la paz un derivado de la oración, por el contrario hay muchos otros factores que se derivan de la oración; es un abrir la puerta al Señor ante algún problema, situación difícil e incluso para la alegría.

Orar no es un proceso fácil, toma tiempo; pero en definitiva, cambia el corazón humano. Es una lucha constante que nos hace conocer al Señor, es un constante diálogo, libre e insistente.

En diversos pasajes bíblicos podemos encontrar esta oración intensa, insistente y con fuerza; el mismo Moisés, al estar orando en el Monte Sinaí, lo hizo de tal manera que Dios se arrepiente del mal que le haría a su pueblo por haber hecho el becerro de oro.

Hablar cara a cara con Dios como lo hizo Moisés es la mejor manera de orar con él, sin duda existen diversas formas de orar, pero siempre hacerlo sin máscaras, sin engaños ni prejuicios, únicamente como se charla con un amigo verdadero.

La oración “es el arma que nosotros tenemos para tocar el corazón de Dios. Si rezamos Él nos escuchará” dice el Papa Francisco. Orar no es únicamente la repetición de una frase que por años nos enseñaron y desde niños aprendimos, es algo mucho más profundo e intrínseco que eso; pero es evidente que nunca nos enseñaron eso, sin duda, la misma experiencia de la cercanía con Dios es la que te lleva de la mano para seguir caminando junto a Él a través de la oración.

Al estilo de Dios

Jesús era el Enviado del Padre, el ‘Profeta del Padre’, que tenía que cumplir una misión: Proclamar la  Buena Nueva del Evangelio, el Anuncio de la salvación eterna.  

Y aunque al perdonar, sanar, liberar, resucitar, etc., Jesús restituía la felicidad al beneficiario y a sus seres queridos, felicidad que ciertamente podemos gozar ya en este mundo, lo hacía con el fin de anunciar dicha salvación eterna y definitiva; todas sus acciones, además de una manifestación del amor divino, que se compadecía de la miseria humana, las realizaba con un fin sublime y trascendente: anunciar y dar a conocer la llegada del Reino de Dios, y ante tal anuncio, y ante tales maravillas, que, por así decirlo, lo avalaban, lo soportaban, lo respaldaban, y aunque Jesús jamás condicionó su actuar a favor de los enfermos, oprimidos o muertos, Él sí esperaba una respuesta, una correspondencia de aquél o aquellos a quienes se había manifestado y había bendecido con su acción divina.

Dicha correspondencia o respuesta se vería plasmada en la fe y la conversión, que en la práctica se concreta en transformarse en discípulo de Él, siguiéndolo y sirviéndolo, es decir, renunciando a nuestra autosuficiencia, a poner nuestra confianza en nosotros mismos, o en otros seres humanos, en nuestras capacidades, habilidades, posesiones, etc., o en las de otros, y confiar totalmente en Él, y vivir como Él vivió, siendo, además, portadores de ese Anuncio, de ese mensaje de Salvación, con nuestras palabras y nuestro testimonio.

Hoy por hoy, la Iglesia le ha venido dando el valor e importancia al carisma conocido como de “Sanación física, espiritual y emocional”, y cada vez más proliferan las reuniones de oración de sanación, llegando a ser concentraciones masivas. Ello es un regalo de Dios; sin embargo, de los que asisten y participan, muchos lo hacen buscando ‘los milagros de Dios’. y no al ‘Dios de los milagros’, y muchos de los que reciben alguna sanación, no profundizan en el sentido de la acción del Espíritu Santo y se quedan con el regalo, ignorando u olvidando al Señor que les dio el regalo, el motivo por el que se los dio y corresponderle como Él lo espera. Correspondencia que la suegra de Pedro tuvo de inmediato al ser sanada por Jesús, según nos lo recuerda el evangelio de hoy: “En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles”.

Reflexionemos: Jesús nos anuncia ese nuevo mundo, pleno de felicidad, pero al estilo de Dios y no como el ser humano lo quiere, el cual, para alcanzarlo, es preciso vivir todo eso con amor, a ejemplo de Jesús que, para que nosotros tuviéramos un lugar en la casa del Padre, lo aceptó todo por amor, a su Padre y a nosotros.

Francisco Javier Cruz Luna

El  encuentro con Jesucristo


Encontrarse con Jesús es lo mejor y más hermoso que le puede suceder a una persona, su presencia trae a la vida salud, alegría, consuelo, paz, seguridad, plenitud -dones incomparables que no se pueden conseguir ni en un supermercado, ni en ningún  otro sitio, porque estos residen únicamente en el corazón.

Por eso, al leer detenidamente la página del Evangelio que nos sugiere la liturgia de este domingo V, podemos descubrir elementos muy interesantes que dan luz a esas interrogantes.

Primeramente nos vamos a dar cuenta de que el Señor se preocupa de nuestras necesidades más elementales, como son el bienestar físico, por eso cura a los enfermos y da alimento a los que tienen hambre; pero Él va más allá, según leemos en este pasaje evangélico: a la suegra de Pedro, además de la salud, le levantó el ánimo, le dio optimismo y motivación para hacer algo en beneficio de los demás.

También el Señor Jesús se preocupa por ayudar a superar la mente, instruir y enseñar a otros para levantar su nivel intelectual y espiritual. Pero no se queda anclado a ver quiénes se acercan, sino que Él mismo va a comunicar la grandeza de su Mensaje; el mismo que llega hoy en día hasta nosotros.

La fe nos dice que Jesucristo sigue vivo entre nosotros, por eso a través del tiempo seguimos escuchando su Palabra y participando de su vida y de los dones que cada día nos comunica.

Por eso su Verdad libera, ya que hay muchas esclavitudes, más crueles todavía que las mismas enfermedades, que a menudo nos atan y que frecuentemente nos tienen postrados.  

Al momento de encontrarnos con Jesús, la vida vuelve a llenarse optimismo, de alegría, volvemos a mirar en nuestro entorno y somos capaces de dar, de servir, de ayudar… Luego, automáticamente germina en el corazón el amor, un amor auténtico, genuino, que llena el corazón y expande todo el ser en dimensiones insospechadas.

Oración


Señor Jesús, no sé por qué
hay quienes tienen miedo de acercarse a Ti,
temen que les cambies la vida,
que les muevas de su confort
o les quites las comodidades
en las cuales se han instalado…
Yo sé que estar contigo y seguirte,
es abrirse al riesgo de lo desconocido,
es dejar abierta la puerta del corazón
para que entre el aire nuevo y vivificante
de tu gracia. Es exponer la vida al amor.
Y todo esto que en ocasiones atemoriza,
Es sin duda,  la máxima bendición.

María Belén Sánchez, fsp

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones