Sábado, 20 de Abril 2024
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Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad

Dios nos llama y debemos responderle

Por: EL INFORMADOR

El apóstol Juan es llamado 'el discípulo más amado por Jesús'.  /

El apóstol Juan es llamado 'el discípulo más amado por Jesús'. /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Samuel 3, 3b-10. 19

“Habla Señor, que tu siervo te escucha”.

SEGUNDA LECTURA:

Primera carta de San Pablo a los Corintios 6, 13c-15a.17-20

 
¡Glorifiquen a Dios con su cuerpo!

EVANGELIO:

San Juan 1, 35-42

“Éste es el Cordero de Dios”.

GUADALAJARA, JALISCO (18/ENE/2015).-
En el Evangelio de este domingo, Juan el Bautista, concluida su misión de preparar el camino del Mesías, levanta su brazo para señalar a Jesús que va pasando y les dice a sus discípulos: “éste es el Cordero de Dios”, para que se desprendan ya de él (Juan), y sigan a quien habrá de guiarlos en adelante.

En la primera lectura se manifiesta el plan divino, en el que Dios siempre toma la iniciativa; llama y espera la respuesta del hombre libre, pensante, capaz de tomar una u otra de dos alternativas: el sí a Dios, o el no.

Samuel contestó al llamamiento y fue el profeta siempre fiel, valiente en los peligros, sabio y prudente para transmitir a los hombres el mensaje divino.

Dios siempre llama con diversos lenguajes y en distintos tiempos y ocasiones. Para algunos, la voz de Dios se ha dejado escuchar ante una aparente desgracia, un acontecimiento doloroso, que es una gracia, aunque parezca desgracia. Para otros, la voz de Dios está en una alegría, un amigo, un libro, un acontecimiento aparentemente fortuito.

En la última cena, en esa hora de despedida, de íntima comunicación entre el Maestro y sus discípulos, les dijo: “No son ustedes los que me han elegido a mí, sino que yo los elegí a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”.

Ser cristiano es haber sido objeto del más importante llamamiento, trascendental; es ser llamado a la salvación eterna.

Los maestros de vida espiritual le dan el nombre de la voluntad salvífica de Dios, quien quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

El propio bautismo es ya el llamamiento a la salvación. El bautizado ha de vivir en perpetua alegría: la alegría de ser Hijo de Dios, heredero ya de la vida eterna, por ese llamamiento a la gracia y a la filiación divina.

Mas no sólo vivir en eterna alegría, sino en agradecimiento y respuesta generosa como la de Samuel, como la de muchos santos, cuya respuesta diaria ha sido: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”.

Esa es la respuesta de amor al amor.

José Rosario Ramírez M.

El águila evangélica

La semana pasada retomamos una figura importante para el reconocimiento público de la vida de Jesús, pero ahora hablaremos de otro Juan, nombrado “el discípulo más amado por Jesús”.

Es Juan quien desde un inicio reconoce a Jesús, y es él quien permanece hasta el final de sus días.

Juan era pescador, así como su padre y su hermano. La primera vez que Juan reconoce a Jesús estaba con Santiago su hermano y sus amigos Simón y Andrés, y fue justo ahí que pasa cerca y les dice: “Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron sus redes, a su padre y siguieron a Jesús.

Desde este signo de los primeros apóstoles es que reconocieron a Jesús como el Maestro, dejándolo todo por seguirlo; por ello y muchas otras cosas se dice que ellos tres conformaron el pequeño grupo de preferidos de Jesús, pues los llevaba a todas partes y presenciaron los más grandes milagros. Los tres estuvieron presentes en la transfiguración, la resurrección de la hija de Jairo, la agonía de Jesús en el huerto de los olivos, y la preparación de la última cena.

Juan fue el único que presenció el calvario de Jesús y con él, uno de los regalos más grandes, la encomienda de cuidar a su madre María como su propia madre diciéndole: “He ahí a tu madre”. Y diciendo a María: “He ahí a tu hijo”. Y es así como acompañó a María en todo momento, incluso en la hora de su gloriosa muerte.

Es escritor del Apocalipsis y del Evangelio que lleva su nombre. Se le representa con un águila debido a la elevada espiritualidad que transmite con sus escritos. Según se dice, cuando Juan era anciano, lo único que siempre mencionaba era: “Hermanos, ámense los unos a otros”. Se dice que muere hacia el año 100 a los 94 años de edad.

Ser encontrados por Jesús

Como cristianos, la fe nos hace creer en lo que dice el libro del Génesis: que Dios creó al ser humano a su imagen, hombre y mujer, los colocó en un Edén donde tenían todo a su disposición para ser felices, primordialmente la amistad con Dios. Sin embargo, al ejercer su libertad, desobedecieron a Dios y traicionaron y perdieron esa amistad, y con ella, todas las maravillas que Él les había entregado para esa felicidad, y fueron expulsados del paraíso y destinados a luchar con dolor, esfuerzo, penalidades y penurias por la propia subsistencia.

Aun así, en ese mismo momento, Dios ya les estaba prometiendo un Salvador, que vendría al mundo, no para restaurar ese Edén, ese paraíso terrenal, sino para algo mucho más sublime e inmenso, para hacernos hijos en su Hijo Jesús, y con ello herederos del Paraíso Eterno y Celestial.

Para ello sería preciso que recibiéramos en nuestro corazón a Jesús, lo escucháramos y pusiéramos en práctica sus mandamientos; así nos lo dijo el Evangelio del domingo pasado cuando al ser bautizado Jesús, se oyó la voz del Padre que dijo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección", y el Evangelio de Marcos en el pasaje de la transfiguración: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". Por su lado, Jesús en infinidad de veces nos exhorta y nos exige que creamos en Él, por ejemplo, en el Evangelio de san Juan encontramos esta consigna: En verdad, en verdad les digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre.”(Jn 14, 12).

Esa fe que, insistimos, es un don gratuito de Dios, que se lo da a quien lo pide y al mismo tiempo lo obedece, se suscita precisamente a partir de un encuentro personal con Jesucristo; de un conocimiento experiencial de Él, y no sólo con la razón, con un conocimiento intelectual; un encuentro que nos lleve a exclamar de esa manera alegre, festiva, entusiasta y contagiosa, es decir, desde el corazón, como lo hizo Andrés, quien vendría a ser uno de los discípulos y apóstoles del círculo íntimo de Jesús, según nos lo relata el Evangelio de este domingo: "Hemos encontrado al Mesías".

Si tú estimado lector, no has tenido la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, hoy es el día en que has de pedirle tener uno; hazlo con fe, aunque “no la sientas”, y cuando menos lo esperes Jesús se te hará el ‘encontradizo’, porque hemos de ser conscientes que es Él quien sale a nuestro encuentro y no nosotros al de Él, pues nosotros por nuestras propias fuerzas y recursos no podemos llegar a Jesús.

Francisco Javier Cruz Luna

¿Dónde vives?

En lo más íntimo del ser humano palpita un sentimiento inexplicable que le impulsa a buscar constantemente algo que está más allá de lo que alcanzan sus manos.

Cuando se alcanza un logro, se abre un nuevo espacio hacia otra meta y la búsqueda sigue acicateando el deseo.

Lo malo o lo bueno es saber hacia dónde se orientan nuestras búsquedas más importantes, porque el corazón del ser humano no se llena con banalidades ni con lo que se esfuma en el aire o se evapora en poco tiempo…

Por eso, una de las búsquedas más consistentes es la que va en pos de lo perdurable y eterno, que no se afianza en cosas materiales, sino que llega a tener dimensiones de eternidad.

¨Por eso el relato que nos presenta hoy el Evangelio es tan sugerente y significativo. Los Apóstoles buscan a Jesús, quieren conocerle, saber dónde vive y qué hace. Allí empieza la aventura que los llevará mucho más lejos.

Para nosotros los seres de este siglo y de estas latitudes, que acaso hemos escuchado hablar mucho de Cristo Jesús nuestro Señor y a veces ni siquiera muy bien, también nos surge la inquietud de querer preguntarle:

Maestro, ¿Dónde vives? Y quien sabe si Él podría respondernos:

-Mira, ven a ver, pero lo importante no es saber dónde vivo, lo más importante es dónde quiero vivir.

Ya su persona ha trascendido los límites del espacio y del tiempo, ya no está sujeto a limitaciones como lo estamos nosotros… ya podemos entender que su casa no es un lugar de este planeta, sino un espacio en el corazón de cada ser humano, porque es allí donde Él quiere morar.

Por tanto, no es significativo saber dónde vive Dios, sino saber si queremos hacerle un lugar en nosotros mismos para que viva en nuestro ser, en el centro del corazón y de la vida.

Y todavía eso no es suficiente. Hay que ir más allá, estar decididos a aceptarle, a compartir con Él y a darle cabida en nuestros intereses, en nuestras inquietudes y en la actividad de cada día.

En resumidas cuentas, en vez de preguntarle a Cristo Jesús en dónde vive, decirle que  queremos vivir con Él. Entonces nuestra búsqueda existencial encontrará una playa, nuestro corazón tendrá sosiego y nuestra vida un porqué.

Otras metas buscaremos, otras inquietudes impulsarán nuestros pasos, pero lo principal estará ya satisfecho porque el corazón está colmado del amor divino que supera todo lo humano y material que hay en este mundo.

Oración


Señor Jesús, yo quiero que Tú vivas conmigo
y quiero vivir contigo siempre, a tu lado,
compartir todo lo bueno que sólo Tú nos sabes dar:
Paz, alegría, ilusión, felicidad…
y sobre todo esa plenitud de gracia y bendición
que contigo encontramos cuando buscamos
lo que está más allá de nuestras manos y de nuestros ojos,
como lo hicieron nuestros santos mártires
que con su ejemplo nos dijeron que hay algo más,
y mirando al cielo supieron dar testimonio
del Reino en que habitas y donde nos esperas.
Por intercesión de la Virgen Santísima,
te pedimos nos ayudes a cumplir siempre
tu santa voluntad y a vivir en tu amor.    Amén

María Belén Sánchez, fsp .

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