Jueves, 25 de Abril 2024
Suplementos | 'Es idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados'

Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

'Es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados'

Por: EL INFORMADOR

La Santa Iglesia siempre ha enseñado y practicado la oración por los difuntos. ESPECIAL /

La Santa Iglesia siempre ha enseñado y practicado la oración por los difuntos. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Sabiduría 3, 1-9

“Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento”.

SEGUNDA LECTURA:

Primera Carta de San Juan 3, 14-16

“Estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos”.

EVANGELIO:

San Mateo 25, 31-46

“Vengan benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino; porque estuve hambriento y me dieron de comer”.

“…PARTIMOS CUANDO NACEMOS, ANDAMOS MIENTRAS VIVIMOS Y LLEGAMOS,AL TIEMPO QUE FENECEMOS…”

GUADALAJARA, JALISCO (02/NOV/2014).- El calendario litúrgico inicia así en el mes de noviembre: día primero,solemnidad de Todos Los Santos;día dos, conmemoración de Todos Los Fieles Difuntos.

Conmemorar es hacer memoria, es tener presentes a los familiares y amigos que han ido partiendo; mas recordarlos no con un acto vacío y de sólo sentimiento, sino mediante la fe y la caridad. Por la Fe se acepta, también, la unión con ellos, y por la caridad ofrece el cristiano el sacrificio eucarístico por ellos, y también por ellos eleva sus plegarias al Señor.

Vivir es caminar. Así,de dominio público es la comparación de la vida con un camino: se empieza al nacer, y con la característica de que ni alto ni retorno tiene:
“ Este mundo es el camino para el otro que es morada sin parar; mas cumple tener buen tino, para andar esta jornada sin amar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos, descansamos”.

Cabe una comparación más: un grupo de creyentes, de bautizados, sale una mañana temprano de la Catedral Tapatía, en romería a la Basílica de Zapopan. Nadie puede dejar de caminar, aunque distinto sea el paso y diferente el ánimo con que caminan. Unos van alegres, cantan, ríen; otros lloran o reniegan, más todos van.

Por fin llegan al atrio de la Basílica. Allí adentro está Dios en su Divina Majestad, con innumerables coros de ángeles y arcángeles; allí está María Santísima, la Madre del Señor; allí los Apóstoles, los Mártires, los Confesores, las Vírgenes y la multitud de los Santos.

Músicas y cánticos anuncian la fiesta eterna, la alegría.

La Santa Iglesia siempre ha enseñado y practicado no el culto a los difuntos, sino la oración por ellos.

Orar por los difuntos es una prueba de fe en que Dios es Vida; es una obra de caridad porque es dar, y dar con amor.

En este año, el día de conmemoración de los Fieles Difuntos decir así a Dios: “Dales Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua”. Amén.

José Rosario Ramírez M.

La plenitud de la Iglesia


Los tres estados de la Iglesia los hemos celebrado en estos dos primeros días de  noviembre, el día primero, la Iglesia triunfante, Todos los Santos, hoy segundo día, la Iglesia purgante, aquellos que ya murieron y esperan la gloria del Reino de Dios, y quienes celebramos, la Iglesia peregrina, quienes nos encontramos en este mundo.

Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él.

La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales.
Por el hecho de que los del Cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad, no dejan de interceder por nosotros ante el Padre.

No veneramos el recuerdo de los del Cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios.

La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos; “pues es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados” (2 M 12, 46)”. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.

La seriedad de la muerte

Reflexionemos hoy acerca de tres actitudes que el ser humano suele tener ante la realidad de la muerte.

La primera de ellas es la del miedo que llega al extremo del pavor. El pavor, que, según el diccionario, es un temor o un miedo con espanto o sobresalto, suscita en la persona una forma de vida de una constante inquietud, desasosiego, preocupación persistente, en pocas palabras una falta de paz interior, que transforma el carácter, lo amarga, lo endurece y llega a hacer de la persona un ser intratable, y todo ello provoca, finalmente, un estilo de vida por demás anticristiano, no sólo en su propio ámbito, sino que también en su relación con los demás, especialmente con los más cercanos.

La segunda actitud, es una que, contrapuesta a la anterior, se ha infiltrado y  ha tomado mucho peso en nuestra cultura cristiana, a raíz de una sobrevaloración del don de la vida, que si bien, de suyo es uno de los más grandes y excelsos dones del Señor –tan importante que sin él no tendríamos ningún otro-, no es un don absoluto como muchos lo asumen, ni mucho menos atribuible a nadie más que al mismo Dios, que lo da a quien quiere y cuando quiere, y lo quita en la misma forma;  por lo tanto nada puede haber más grande y valioso que el mismo Dios, por lo que la vida queda en un valor relativo. Pues bien, ante esa actitud, surge otra que es la que finalmente afecta  la vida y la fe de los bautizados que llegan a pensar así; esta es la indiferencia ante la muerte, o peor aún, la creencia de que ellos morirán cuando ellos lo decidan, y por lo tanto viven una vida al margen de Dios, llevados por esa y otras doctrinas más que han invadido nuestro medio; viven con un vacío que crece irremediablemente, y se busca llenarlo, generalmente, con valores ajenos y muchas veces contrarios a los principios Cristianos.

La tercera, que es la actitud ante la muerte que deberíamos asumir todos los bautizados, es la de esperanza, de gozo y de agradecimiento ante ella, pues, como dice el prefacio de la Misa de difuntos: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo”.

De esta manera podemos ver y vivir totalmente distinta, con autenticidad, a como tal vez hemos vivido, la fiesta de los fieles difuntos que hoy conmemora la Iglesia, es decir, de una manera superficial folklórica e intrascendente.

Francisco Javier Cruz Luna

Entre la vida y la muerte

Cada año la Iglesia nos hace recordar que nuestra vida en este mundo es pasajera, que no tenemos un lugar definitivo y que llegará un día en que inevitablemente tendremos que dar el paso definitivo a la Patria duradera que el Señor Jesús nos ha prometido.

Como buenos mexicanos, tenemos la costumbre de celebrar festiva y hasta jocosamente las fiestas de los santos y de los difuntos, pero nunca nos gusta considerar seriamente que un día tenemos que ser protagonistas del evento que actualmente nos causa risa, broma y a menudo hasta chistes, a veces de mal gusto…

La muerte personal la traemos en nuestro equipaje y la llevamos bajo el brazo desde el día en que nacimos, y esto tendríamos que considerarlo como una gracia, porque sería muy terrible quedarnos a vivir indefinidamente en este mundo cuando ya se nos hayan agotado todas las ilusiones.

Por otra parte, ni el mismo Jesús nuestro Señor quiso eximirse de ese momento difícil, porque sabía que necesitábamos un ejemplo que fuera para cada uno al mismo tiempo que una guía, el consuelo para prepararnos a ese día tan desconocido pero al mismo tiempo tan ineludible.

También nuestro Señor Jesucristo quiso aceptar una muerte en extremo dolorosa, para que la nuestra nos pareciera llevadera.

La única forma de perder el miedo a nuestra propia muerte es precisamente aceptar desde ahora, cuando estamos en vida, dar el paso definitivo a la otra vida, en compañía de nuestro Salvador, que quiere que precisamente vayamos a vivir con Él por toda la eternidad.

ORACION

Señor mío Jesucristo, tú nos has enseñado
que nuestro Padre Dios no quiere a nadie
fuera de su Reino ni lejos de su amor.
Por eso nos has preparado un lugar
y es allá adonde queremos llegar
cuando tengamos que dejar este mundo.
Por eso queremos dese hoy vivir en tu gracia y en tu amor,
para que nos recibas un día en el Reino de los cielos
al cual nos has invitado para vivir contigo para siempre, 
en compañía de la Virgen María y de todos los santos
que ya han llegado antes que nosotros.
porque queremos vivir contigo por los siglos de los siglos.
Amén  

María Belén Sánchez, fsp

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones