Lunes, 18 de Marzo 2024
Suplementos | La salvación requiere de nuestra propia voluntad y convicción

El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti

La salvación requiere una parte de nosostros mismos: la voluntad y la fuerza para seguir a Cristo

Por: EL INFORMADOR

'La cruz' que debemos cargar se refiere las penas derivadas de vivir el cristianismo.  /

'La cruz' que debemos cargar se refiere las penas derivadas de vivir el cristianismo. /

LA PALABRA DE DIOS

• PRIMERA LECTURA:    

Jeremías 20, 7-9


“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir”.

• SEGUNDA LECTURA:

San Pablo a los romanos 12, 1-2

“Les exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios”.

• EVANGELIO:

San Mateo 16, 21-27

“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.

GUADALAJARA, JALISCO (31/AGO/2014).- “Comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes, de los escribas…”

Nunca —en la historia de todos los pueblos de todo el mundo, en todos los tiempos— ha habido algo semejante: esa revelación clara que tenía que subir voluntariamente a Jerusalén, para padecer, para morir y luego, la máxima señal de que era el Hijo de Dios. Si voluntariamente entregaba su vida para redimir a todos los hombres, volver luego a tomarla, porque podía hacer lo que solo Dios puede hacer, porque es Dios.

Terrible porque anunciaba su propia muerte; gloriosa, porque no era la tumba final, sino la victoria sobre tres terribles enemigos: la muerte, el pecado y el demonio.

Tan alta revelación dejó atónitos y mudos a los 12. Ni Pedro, ni los 11, ni otros admiradores y seguidores de Cristo, entendían la profundidad del misterio.

Venía como víctima pacífica, a ofrecerse en voluntario sacrificio sangriento para salvar al género humano.

No es fácil entender cómo se quedarían los 12, después de esta revelación. Faltaba la explicación de las consecuencias, la suerte que tendrían que correr quienes con sinceridad quisieran seguirlo.

Desde entonces y siempre, el seguimiento de Cristo ha sido un acto libre. Él quiere voluntarios. El asunto principal, el más importante para el hombre, es su propia salvación, y así debe ser si el hombre quiere salvarse.

Muy conocida es la frase de San Agustin: “El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti”.

Invita, da la gracia y espera la respuesta hasta el último momento.

La vida del cristiano es la de echar siempre fuera el egoísmo; eso es negarse a sí mismo, y ese vacío llenarlo de amor a Dios y al prójimo.

La cruz tiene un fuerte valor simbólico: es la carga, el conjunto de penas, enfermedades, problemas y obligaciones que gravitan sobre cada mortal, mientras mortal sea.

Cuando se ha aprendido a llevarla, la cruz es menos pesada. Se empieza por aceptarla. Quien acepta su cruz abate la propia soberbia, ablanda la dureza de su corazón, purifica su conciencia, aumenta sus méritos, se une a Cristo con paciencia, alegría y amor.

Ser seguidor de Cristo no es un juego, no es cosa fácil, negarse a sí mismo es difícil, como lo es tomar su cruz y seguirlo.

José Rosario Ramírez M.

EN TODO SACRIFICIO SIEMPRE HAY UNA RECOMPENSA...

En esta parte del Evangelio, el mensaje de Jesús es más que claro con respecto a lo que sus discípulos tenían que hacer y lo que le iba a suceder a él . Hay veces en que Dios es más claro que el agua pero por nuestras vendas no podemos ver aquello que deseamos. A pesar de que Jesús anuncia lo que le sucederá, es traicionado y negado.

Reflexionando sobre las palabras que se nos dan —son el fundamento para muchas de las acciones que realizamos en nuestra vida—, si queremos seguir a Jesús encontramos la necesidad de negarnos a nosotros mismos, y esto no como un hecho de hacernos menos, al contrario, es deshacernos de nuestro prejuicios, de nuestras penas, de nuestros dolores e incertidumbres que no nos dejan caminar, aceptarlos y  tomar esa cruz como todo aquello que aceptamos como la forma de vivir dentro de la Iglesia de Cristo.

En nuestro afán por buscar las cosas, las perdemos; no me refiero a que debemos quedarnos sentados sin hacer nada, esperando a que todo llegue, sino a trabajar y luchar por conseguir eso que queremos pero sin aferrarnos, pues no sabemos cuál es el mejor momento para que llegue.

Perder la vida por Jesús es entonces entregarse en amor hacia los demás, es entregarnos tal cual somos con misericordia, sin prejuicios ni escatimando.

Hay ocasiones en que nos aferramos en culpar a Dios, en reprocharle lo que está mal en nuestra vida, lo que está fallando, cuando a veces no acepamos que es consecuencia de nuestras acciones. El sentido de voluntad que está intrínseco en nosotros es el que deberíamos de tomar en cuenta al momento de recibir las consecuencias de esas acciones.

LA VERDADERA CRUZ


Si no no seguimos a Jesús con una actitud de fe y confianza plenas en Él, difícilmente podremos hacer en nuestra vida su voluntad, que al final de cuentas será lo que nos permita hacer nuestra la salvación que Él, con su pasión, muerte y resurrección, ya obtuvo para nosotros, ni resucitar con Él a la vida eterna.

Ciertamente que esa voluntad divina, ese plan que Dios tiene para nuestra vida, no contempla el sufrimiento por sí mismo, ni la abnegación, las dificultades, contrariedades, fracasos y hasta persecuciones.

En cambio, cuando esto y mucho más se da como fruto, como consecuencia del seguimiento fiel y perseverante de Cristo, y del cumplimiento amoroso y libre de sus mandatos, ello se convierte en un medio de purificación, de fortalecimiento, de transformación interior y de santificación.

El Evangelio de hoy nos recuerda una de las sentencias más claras y directas de Jesús: Para ser sus discípulos, es preciso renunciar a nosotros mismos, tomar la cruz y seguirlo.

Pero, ¡cuidado! Hemos de entender en qué consiste esa cruz, y cuál es su significado.

Jesús no buscó la cruz; tampoco aceptó cargarla y morir en ella por un gusto masoquista. La cruz fue la consecuencia de hacer, en todo y fielmente, la voluntad de su Padre, obedeciéndole incondicionalmente y hasta el extremo.

No fue así que el Padre lo hubiese enviado a morir, y de esa forma tan cruel e ignominiosa, ¡no!, sino que, por vivir y ser testigo, radical, de la verdad, se produjo tal desenlace.

De igual forma, de todo lo adverso de nuestra vida, sólo aquello que nos sucede por vivir y predicar la Verdad, y en el seguimiento fiel a Jesús, se le puede identificar como la cruz que el Señor nos pide que cada uno tomemos; no así todo lo que nos afecta, como una consecuencia de nuestra propia debilidad o de la debilidad de otros, o bien de nuestro pecado.

La verdadera cruz es, pues, aquella que el mismo Jesús nos invita a “Tomar para seguirlo”, la que —insistimos— es fruto de hacer la voluntad de Dios Padre, como Él siempre lo hizo.

Es preciso pues, si es que aspiramos a llegar hasta el final de nuestra existencia siendo fieles a Él, para poder así hacer nuestra la promesa de resucitar con Él y así tener la Vida Eterna, no eludir nuestra cruz, ni tergiversar el verdadero sentido del seguimiento de Cristo, procurando solamente lo que sea agradable, ligero, fácil, ausente de dificultades, pruebas, dolor; mucho menos como algunas doctrinas modernas y sectas lo manipulan, cambiando al Cristo que murió en la cruz y luego resucitó, por un Cristo espectacular y triunfalista, minimizando el valor de su pasión y su cruz.

Jesucristo es muy claro al afirmar: “El que no toma su cruz y  me sigue detrás, no es digno de mí”(Mt 10, 38)

Francisco Javier Cruz Luna

ANTE EL SUFRIMIENTO Y LA MUERTE

Cuando leemos o escuchamos el Evangelio nos damos cuenta que ese mismo Jesús que es todo amor, ternura, compasión y misericordia, en determinados momentos también sabe hablar claro y fuerte. No deja espacio a la duda ni ambigüedades poco explicables.

Por eso lo que escuchamos en la liturgia de hoy nos  golpea, nos desconcierta. ¿de qué se trata ese cargar la cruz, ese perder la vida?
De algo sumamente simple que no logramos o no queremos entender. Desde el primer día de nuestra entrada a este mundo empezamos a llorar. Y a partir de entonces, nos vemos envueltos en una serie de sufrimientos, grandes, pequeños, dolorosos o soportables... sufrimientos físicos, anímicos o espirituales...  

En este contexto se ubican y entienden las palabras del Señor Jesús: “asume tu parte de dolor, esa es tu cruz” pero hazlo con alegría y con amor, porque allí está tu salvación y este es el secreto para que no duela tanto, para que sea soportable lo inevitable.

Miremos el ejemplo de nuestros santos mártires: ya hemos escuchado muchas veces cómo al jovencito José Sánchez del Río lo hicieron caminar con las plantas desolladas. Tremendo sufrimiento, pero alcanzó a llevarlo con valentía porque su amor fue más grande que su dolor.

Ganar o perder la vida


En breves palabras el Evangelio nos reporta, en las palabras de Jesús nuestro Señor, otro tema candente que es bueno meditar con seriedad, ahora que hay tiempo.

Actualmente la mentalidad va por el camino de tener, ganar, acumular. No se trata tan sólo de lo necesario para vivir holgadamente, sino de atesorar más y más cada día, aun en detrimento de otros… pensemos ahora en aquellos que se presentan como los más ricos del mundo… ¿sus riquezas les ayudarán a prolongar su vida? Llegará el día en que ellos y nosotros perderemos todo; la vida y las posesiones… y lo único que encontraremos allá será lo que hayamos sembrado en el corazón de Dios para la eternidad.

Podemos hoy decir como un día los discípulos de Jesús: le reclamaron: “es duro este lenguaje, ¿quién puede aguantarlo?”  y no es remoto que Él nos contestara con un dicho muy común en Italia: “o comes de este platillo, o saltas por el postigo”.

Lo dicho: aceptamos de buena gana o, de todas formas, nos tocará asumir los inevitables dolores y el paso a la otra vida, perder o ganar lo que Dios nos promete para la eternidad. De nosotros depende.

ORACIÓN


Señor Jesús, yo quisiera que todo fuera fácil,
placentero y alegre, y sin embargo, en tu ejemplo vemos
que quisiste sufrir más que nosotros
para que aprendiéramos que es posible superarlo todo.

Tu muerte fue en extremo dolorosa,
para que la nuestra fueras más llevadera.
Ayúdanos, Señor Jesús, a vivir y a morir
como la Virgen María, como tus santos
y como todos aquellos que te aman para merecer
recobrar contigo lo que en este mundo dejaremos
y creemos perdido.

María Belén Sánchez, fsp

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