Martes, 23 de Abril 2024
Suplementos | 'Volando bajo': homenaje a la música popular y al cine 'picaresco'

El trino de los jilgueros

'Volando bajo' cuenta las glorias de una banda ficticia, y en ese derrotero no se guarda chistes ni críticas

Por: EL INFORMADOR

Los Jilgueros de rosarito de la película 'Volando bajo'. ESPECIAL /

Los Jilgueros de rosarito de la película 'Volando bajo'. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (29/JUN/2014).- "La vida no se cambia pa’ atrás, nomás pa’ delante”. Eso dice Chuyín Venegas, personaje central de "Volando bajo", cinta de Beto Gómez escrita con el tapatío Francisco “Payó” González que fue estrenada este jueves en las carteleras nacionales. La película cumple a la perfección con esta irónica sentencia, mitad obvia y mitad visionaria, y hace un homenaje a todo un mundo estético, el de la música popular y romántica de los ochenta y el del cine “picaresco” de esos mismos años. Y digo que la cumple porque no se acerca al pasado tal como fue, sino que, como en toda obra de ficción que se respete, lo recrea como pudo haber sido.
 
El cine tiene muchas maneras de acercarse al pop. Puede hacerlo con películas “oficiales” protagonizadas por estrellas, que suelen ser poco más que largos comerciales fallidos (¿recuerda el lector los bodrios sobre José José, Juan Gabriel o los Hombres G?). Pero también puede hacerlo, y esto comporta tomar una distancia crítica más eficaz, desde la resignificación de celebridades, reales o ficticias, cuyas andanzas resultan reveladoras de los problemas básicos, humanos y sociales, asociados con los llamados “artistas”.

Cintas como "This is Spinal Tap" se volvieron clásicas porque, con todo el humor del caso, reflejaron el mundo del heavy metal y, pese a la fiereza ocasional de su sátira, por su buen tino fueron adoptadas por los propios metaleros como seña de identidad. Con una actitud similar, "Volando bajo" aprovecha la leyenda imaginaria de Los Jilgueros de Rosarito para explorar las aventuras y desventuras del dueto formado por Chuyín Venegas y Cornelio Barraza. Ambos, vale decir, reúnen en sí el prestigio de los éxitos multitudinarios de conjuntos reales como Los Bukis o Los Yonics con el de esos actores que llenaban las salas en los ochenta, como Valentín Trujillo o los hermanos Almada.

Aunque hay "gags" al por mayor y un énfasis cómico en detalles visuales hilarantes (como las chanclas de plástico y los pantalones cortos de Chuyín o el arrobo de Cornelio ante su primer peinado “pistoleado”), los personajes son más que caricaturas y la película prefiere problematizarlos que reírse infinitamente de ellos.  Así, estos Jilgueros parten de una vida miserable pero feliz, en un diminuto pueblo en Baja California llamado Cantamar, y a fuerza de tesón y de tragar cuero alcanzan ese curioso edén de los artistas populares: la fama. Son perseguidos por las chicas, cuentan por decenas los discos de oro y filman películas a la velocidad que otros fabrican tortillas. Pero en la cumbre, sus impulsos los hacen diferir: Chuyín quiere triunfar incluso a escala mundial, sueña con Europa y sus mercados (y acabará en París, en un palacete, en plena grabación de un proyecto solista llamado "Torbellino di Amore"); entretanto, lo que quiere Cornelio es detenerse, digerir lo que ha conseguido, volver a Cantamar.

Bajo clave de tragicomedia, sin sacarle a los toros del chiste y el melodrama (un poco a la manera de cierto Pedro Almodóvar), la película  juega con su propia condición de obra popular, y por medio del personaje de Bruno Sánchez Felix, director de las cintas de los Jilgueros (interpretado ni más ni menos que por Xavier López “Chabelo”), aventura incluso una crítica al tipo de cine “de arte” hegemónico entre la crítica y las instituciones que financian producciones en México: “Tuve que producir una de esas películas en que un hombre camina y camina y camina y luego se detiene. [Risa]. ¿Quién quiere ver eso?”. Así, la propuesta de esta cinta es la contraria: jugar con las referencias y las emociones de los espectadores y apostar a la capacidad de sus personajes para divertir y conmover. Está servido el debate.

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