Viernes, 26 de Abril 2024
Suplementos | La teofanía es un momento inefable que causa la humildad y compromiso de los apóstoles

''...Si quieres haremos aquí tres chozas...''

La teofanía, revelación de la divinidad de Jesucristo, es un momento inefable que provoca la humildad y compromiso de los apóstoles

Por: EL INFORMADOR

La transfiguración del Señor.  /

La transfiguración del Señor. /

LA PALABRA DE DIOS

• PRIMERA LECTURA:

Génesis 12, 1-4


“Dijo el Señor a Abram: Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré”.

• SEGUNDA LECTURA:

Segunda carta de San Pablo a Timoteo 1, 8-10

“Cristo Jesús destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio”

• EVANGELIO:

San Mateo 17, 1-9

“Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”.

GUADALAJARA, JALISCO (16/MAR/2014).-
En este segundo domingo de Cuaresma, el evangelista San Mateo  presenta el rostro divino de Cristo, que se revela, que se manifiesta, que descubre su divinidad.

Es una solemne teofanía, manifestación de que Jesús es el hijo de Dios.

Para esta revelación no quiso multitudes, sólo dos testigos del  pasado y tres para el futuro.

A su derecha se apareció Moisés, el gran legislador en el Sinaí, en el Antiguo Testamento, allá fue en otro monte y ahora rinde culto a Cristo, que ha venido a darle plenitud a la ley. A su izquierda se aparece Elías, el profeta fiel, incorruptible, que en otro monte desafió a los profetas de los adoradores de Baal y ahora rinde pleitesía a quien eleva toda profecía, porque Él es la palabra, el verbo de Dios.

Los tres testigos para el futuro son Pedro, Santiago y  Juan. Los hizo subir a solas con Él a un monte elevado, para que después dieran testimonio —como diría Juan “de lo que vimos, de lo que oímos, de lo que con nuestras manos palpamos”— del misterio del hijo de Dios, que padeció, murió y resucitó para pagar con el precio de su sangre la salvación de todos los hombres.

Tan bella fue la visión celestial, que Pedro —el siempre impetuoso— no solamente no se asustó con la visión de los dos del pasado que allí aparecieron, sino que deseaba que eso durara para siempre y, en su ingenuidad dijo: “Señor, que bueno sería quedarnos aquí”. Y  hasta estaba dispuesto a actuar: “Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés  y otra para Elías”, aunque los apóstoles quedaran a la intemperie.

Pero todavía no era la hora, y habrían de volver a la vida de todos los días.

Allí probaron la belleza, la grandiosidad de la dicha que aguarda a quienes han sabido amar y servir y son merecedores del galardón de los vencedores.

El seguimiento de Cristo no es en ese breve instante de la transfiguración, sino de Cristo abrazado a su cruz e invitando a todos a seguirlo, cada uno con su propia cruz a cuestas.

Nadie puede escalar hasta la cumbre de la montaña si lleva en la espalda un pesado costal con piedras; es preciso subir, pero “ligero de equipaje”, porque  la ascensión es penosa, exige un esfuerzo continuado y requiere sacrificio.

La dicha de estar junto al señor no tiene comparación con los atractivos del mundo.

José R. Ramírez M.

HISTORIA DE LA CUARESMA

El tiempo de Cuaresma, como actualmente lo tenemos estructurado, no es anterior al siglo IV. Sin embargo, la celebración de la Pascua contó siempre con una cierta preparación, consistente en un ayuno de dos o tres días. En la antigüedad se ayunaba todos los miércoles y viernes del año, excepto durante el tiempo pascual. Por eso, muy pronto, el ayuno que precedía a la solemnidad de la Pascua, iniciado en realidad el miércoles precedente, terminó por abarcar la semana entera.

Ya en el siglo IV este ayuno se extiende a otras dos semanas más, dejando los domingos, en los que estaba prohibido ayunar. Esta época es la que conoce el mayor esplendor del catecumenado de adultos, cuya última etapa, se desarrollaba en estas semanas anteriores a la Pascua. También es entonces cuando mayor impulso recibe otra importantísima institución pastoral de la Iglesia antigua: la penitencia pública de los grandes pecados, con el rito de la reconciliación de los penitentes en la mañana del Jueves Santo.

Entre una y otra celebración terminarán por transcurrir 40 días, sin duda por influjo del ayuno del Señor en el desierto. A finales del siglo IV, Roma ya tenía organizada así la Cuaresma, participando en ella no solamente los catecúmenos y los penitentes, sino toda la comunidad. Por cierto que el rito de entrada en la penitencia pública es lo que ha dado lugar al miércoles de ceniza.

Ahora bien, dado que los domingos no eran días de ayuno, se contaban los 40 días cuaresmales excluyendo los domingos, por lo que del miércoles de ceniza al domingo de Pascua son 40 días, si se cuentan los días continuos son 46.

En la antigüedad, más importante aún que este movimiento de números fue el modo como progresivamente fueron llenándose de celebraciones las semanas de la Cuaresma, hasta dar lugar a la liturgia estacional de la Iglesia de Roma durante este periodo.

La Cuaresma más antigua tenía únicamente como días litúrgicos, en los que la comunidad se reunía —hacía estación cada vez en una iglesia distinta—, los miércoles y los viernes. Más tarde, en tiempos del Papa San León (440-461), se añadieron también los lunes, y, posteriormente, los martes y los sábados.
Finalmente, en el siglo VIII, durante el pontificado del Papa Gregorio II (715-731), se completará la semana, dotándose de celebración también al jueves.



¡ESCÚCHENLO..!

Saber escuchar, es una capacidad, una cualidad, que pocos ponen en práctica. Entre los factores que nos incapacitan para escuchar, y particularmente escuchar la voz de Dios, fijemos hoy nuestra atención en nuestro egoísmo, en los distractores y en la falta de costumbre.

Si éste es el amor desordenado a sí mismo, que hace que todo gire en torno a la persona, cuando alguien dirige su voz, particularmente si se trata de Dios, a una persona egoísta, ésta cerrará sus oídos, es decir, bloqueará todos los canales posibles de comunicación para no recibir, mucho menos codificar o interpretar el mensaje. El egoísmo, llevado hasta el extremo, conduce a la soberbia, enemigo letal de nuestra vida de fe, ya que ésta provoca, no sólo el no escuchar a Dios, sino también el rechazo a Él.

De igual manera, aun proponiéndose escuchar, sobre todo tratándose de la voz del Señor, en muchas ocasiones, habrá que enfrentarse a una serie de obstáculos que son los distractores. Los hay tanto externos como internos.

De los externos podemos mencionar los ruidos; el abuso de los medios de comunicación tanto electrónicos como escritos; cierto tipo de amistades y de diversiones; los vicios y las adicciones, etc., a los cuales, sin embargo, es más fácil de enfrentar, en relación a los internos, ya que estos, por estar precisamente en el interior del corazón y de la mente, son bastante más difíciles de vencer.

De los internos, podemos mencionar los recuerdos, los resentimientos, rencores u odios, las preocupaciones y angustias, los fracasos y frustraciones, las recriminaciones a nosotros mismos, la baja auto estima, algún tipo de trauma psicológico, etc.

Finalmente, aquellos que en su vida espiritual, nunca han incluido el diálogo con el Señor, que no están acostumbrados a escuchar la voz de Dios y, por lo tanto, tampoco lo están para dirigirse a Él como persona que es, que gusta de establecer esa relación dialogal-amorosa con quienes somos sus hijos, por lo que se dirigirán a Él, solamente para pedir. Se requerirá, pues, de un entrenamiento, de un proceso paulatino de aprendizaje para llegar a ese diálogo.

El pasaje evangélico que la Iglesia nos propone para el día de hoy, señala la clave por la que precisamente, muchos no conocen ni viven el propio Evangelio: no saben, no pueden o no quieren escuchar la voz del Señor. Nuestro Padre Dios nos revela que Jesús es su Hijo, su escogido, su ungido y enviado, y nos manda que lo escuchemos, y escucharlo significa oír sus mandatos y obedecerlo poniéndolos en práctica, cosa que a todas luces se da muy poco entre “creyentes” y “no creyentes”, obviamente, porque si fuera de otra forma- lo decimos totalmente convencidos- nuestro mundo sería mucho muy distinto.

Francisco Javier Cruz Luna

ORACIÓN

Señor Jesús,
Te pedimos que nos lleves de la mano,
porque son muchos los peligros
que quieren acabar con nuestra fe,
con nuestra vida de gracia y con el amor
que Tú quieres que inunde nuestro mundo.
Largos siglos nos han hecho constatar
qué es lo mejor, qué lo que construye,
y que lo que destruye no nos beneficia…
pero es cierto, el mal lucha por tener la supremacía
y vemos sus estragos,
pero no siempre nos atrevemos a hacerle frente,
o mejor aún, a darle la espalda…
Ayúdanos Señor Jesús
a cumplir lo que nos pides
y a amar tu santa voluntad. Amén

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