Viernes, 26 de Abril 2024
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Orejones y trompudos...

Los elefantes son capaces de cosas sorprendentes, y siempre es maravilloso verlos

Por: EL INFORMADOR

Paisaje. En la selva de Chitwan en Nepal la bella Hira calli, guiada por Shian su mahut, camina con su carga de pastura.  /

Paisaje. En la selva de Chitwan en Nepal la bella Hira calli, guiada por Shian su mahut, camina con su carga de pastura. /

GUADALAJARA, JALISCO (08/DIC/2013).- Como decíamos ayer”… famosa frase con la que tranquilamente inició su cátedra Fray Luis de León, erudito monje agustino de mediados del siglo XVI, quien después de haber estado más de cinco años encarcelado por la inquisición argumentando que sus pensamientos contrariaban a los de ella, siendo finalmente absuelto, con  parsimonia y elegancia inició su cátedra con esta celebérrima frase como si nada hubiera ocurrido.

Así es que… con la memoria de elefante que tenemos,y recuperando los días pasados, siguiendo los ejemplos del famoso monje, seguiremos platicando de elefantes.

Como decíamos ayer…  los elefantes asiáticos (Elephas maximus), siendo menos altos y corpulentos que los africanos (Loxodonta africana) son más fáciles de domesticar, y la fuerza sorprendente que tienen en la trompa, contrasta con la increíble sensibilidad y tacto de sus labios en el extremo de ella. Tan pronto pueden derribar un árbol joven, como sostener un pequeño objeto de escasos centímetros. Además, los sonidos que pueden emitir con ella son impresionantes; pudiendo variar desde un estruendoso barrito —cual tráiler mexicano— hasta los infra sonidos que desde larguísimas distancias pueden percibir con la planta de sus pies, compartiendo valiosas informaciones con sus semejantes.

Las experiencias que tuvimos la suerte de vivir con estos trompudos y orejones en la exuberante selva de Chitwan en el Teraï, al sur de Nepal, casi frontera con la India, fueron sencillamente memorables y dignas de compartir (creo).  

Chitwan es una reserva de flora y fauna que se encuentra en la parte baja y pantanosa del piedemonte de Nepal. Es un envidiable santuario de elefantes; de los enormes miopes y agresivos rinocerontes (rhinos: nariz, y keros: cuerno); de los bellísimos tigres de bengala (panthera tigris tigris); y de los extraños ghariales (gavialis gangeticus), una especie de enormes cocodrilos de hocico largo y angosto que tan sólo devoran animales pequeños. Decenas de especies de plantas y animales muy extrañas para nosotros, ahí las encontramos en su estado natural, disfrutando de la ausencia de humanos y de su gloriosa civilización.

En una ocasión, mi amigo Shian, de la etnia Tharus, y yo, montábamos a la hermosa Hiracalli cuando por un descuido se me resbaló mi bastón cayendo hasta el suelo. A señas le expliqué a Shian de mi accidente. “No problem”, me dijo en una de las pocas palabras de extranjero que había aprendido. Dándole a Hiracalli la orden con enérgicas voces y suaves golpes en la cabeza con el gancho manejador, le ordenó paso atrás para buscar el objeto caído. Ni tarda ni perezosa, con sus delicados labios tomó el bastón y con delicadeza me lo pasó hasta las alturas en donde montaba. No pasaba de mi azoro, cuando al revisar la cámara tiré el pequeñísimo chip en donde se almacenan las fotos. Sin tardanza y enseñándole uno similar le confesé mi nuevo accidente. “No problem” repitió; y ordenando marcha atrás haciéndole caricias con sus pies descalzos en la parte trasera de las orejas, aquel gigante retrocedió unos pasos para buscar con su trompa algo que no entendía. Con extrañas voces Shian volvió a explicarle lo que debía de encontrar; y tomando con su trompa aquel pequeñísimo cuadrito, lo pasó hasta mis manos con la dulzura y delicadeza de una bella dama. Inútil sería decirles la cantidad de sándwiches de pasto, trigo germinado y medicina con que la premié al llegar a la pequeña palapa de Shian en donde vivíamos.

Mil historias más —ahora de fobias y huidas— se quedan en el tintero. Ni modo, algún día las comentaremos.

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