Miércoles, 17 de Abril 2024
Suplementos | Siguen protestando por la Reforma Educativa; en las aulas la historia es diferente

El que tenga un maestro que le enseñe, que lo cuide

Ahí siguen, en las calles protestando por la Reforma Educativa, mientras en las aulas la historia es diferente, con profesores que faltan o que poco enseñan.

Por: EL INFORMADOR

La escena. Más de cinco mil maestros, de acuerdo con el Ayuntamiento de Guadalajara, marcharon ayer sobre la Avenida Alcalde.  /

La escena. Más de cinco mil maestros, de acuerdo con el Ayuntamiento de Guadalajara, marcharon ayer sobre la Avenida Alcalde. /

GUADALAJARA, JALISCO (08/SEP/2013).- El contingente de maestros que va a marchar por la avenida se prepara para avanzar. A muchos se les ha citado en la glorieta de La Normal, sólo a algunos se les encargaron cartulinas con consignas que les fueron sugeridas. Es por eso que las frases se repiten por todos lados, no es que los maestros tengan pensamientos y consignas iguales. Mientras se comienzan a formar, un hombre pasa para indicarles cómo deben ir en fila y las separaciones que deben dejar. “No se amontonen, dejen espacios”. Podrían caber por la mitad de la avenida, pero no: quieren abarcarla toda.

—¿Y usted por qué está en contra de las reformas que se están proponiendo, maestra?

—Pues, porque quieren que la educación

se privatice.

—¿Ya leyó la reforma propuesta?

—No, la verdad no… pero confiamos en lo que nos dicen los compañeros del sindicato.

Eso sí.

***

En la escuela primaria pública de Emilio, hace un año les cambiaron a la maestra tres veces. Entre que se ausentaba una y llegaba la otra pasaban varios días. Y puentes. Y días de capacitación. Y suspensiones por festejos. Los niños se atrasaban con el programa, pero los festejos con bailables les salían muy bien. Quién sabe qué onda con la guerra de Independencia, pero hay que hacer cuatrocientas juntas para definir muy bien el vestuario de la noche mexicana, la repartición de tareas para el adorno patrio (porque es peor no tener espíritu patrio a no ser Guadalupano, esto último es más tolerable) y, por supuesto, la cooperación para los antojitos mexicanos. Y como el 15 es día festivo y también el 16, pues la fiesta hay que hacerla el 14 y el 13 se trabaja medio día, porque las cosas no se preparan solas.

Para el último año, el sexto, a Emilio y a sus compañeros les tocó la gran suerte de que su maestra anduviera ya en los trámites de su jubilación. Y a cada rato faltaba, porque ya está grande. La directora recibía a las madres y padres inconformes que se alarmaban de que, entre los puentes oficiales, los no oficiales, las suspensiones, los festejos, los trámites de su jubilación (la maestra tiene que ir en horas hábiles a hacer sus trámites, de eso no tiene la culpa) y sus enfermedades (pobre, ya está grande y ni modo que si está enferma la obliguemos a venir. Además ya son sus últimos meses) la maestra casi no daba clases.

El día de la prueba de Enlace, al abuelito de Emilio le tocó ir a “vigilar” uno de los salones. Una de las maestras le dijo: “Si hay oportunidad de ayudar a algún niño para que conteste bien, no hay problema, señor”.

Lo bueno es que hoy, por política, nadie reprueba ya (“ni los maestros”, pensó el abuelito de Emilio).

***

A Alberto y a Guillermo no les habían enseñado inglés en las primarias públicas de las que venían, de manera que el inglés que les iban a enseñar en la secundaria, también pública, iba a ser completamente nuevo para ellos: de pollito, chicken, gallina, hen.

En primer año les tocó un maestro muy simpático, delgado, de lentes. Las primeras clases prometían. Pero de repente, el maestro comenzó una rutina que no modificó en todo el año: llegaba, nombraba lista, ponía en el pizarrón el número de páginas que durante los 50 minutos de clase había que contestar y mientras él iba a la sala de maestros por un café y se lo bebía muy lentamente a sorbos, veía en lontananza… hacia la grandeza del salón. Alberto llegó a pensar que el maestro en lugar de niños en butacas veía palmeras y en vez de libros y cuadernos, chicas en bikini.

Si a alguien le surgía una duda, podía preguntarle al maestro. Y respondía, pero sólo hasta que identificó que había en el salón una niña que sabía tanto o más que él. Entonces, el maestro nombró sin nombrar a quien revisara la tarea y respondiera cualquier duda, porque había que seguir vigilando, en lontananza, la posible llegada de algún buque que arribara a salvarlo de la rutina de su vida.

Todos, en ese grupo, incluidos Alberto y Guillermo pasaron con noventas y cienes. El problema comenzó para ellos y para a quienes nunca les habían dado clases de inglés en otro lado, en segundo. La maestra era más exigente y enseñaba más que el maestro de primero. Cuando varios comenzaron a reprobar, ella les sugirió que podía darles clases particulares en su casa, por las tardes. Y cobrarles por ello, claro. No aprendieron gran cosa, pero lograron pasar el año. En tercero les volvió a tocar el maestro que les había tocado en primero. Y se repitió la historia.

A sus 40 años, Alberto, Guillermo y muchos de sus compañeros de grupo, siguen sin saber inglés. Y muy probablemente los que fueron sus maestros ya se jubilaron y nadie nunca supo que enseñaban mal.

Al cierre de esta edición, las protestas de los maestros continuaban por todo el país.

david.izazaga@gmail.com

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