Martes, 16 de Abril 2024
Suplementos | El piso de pasta vuelve a ser valorado

Renacimiento a los pies tapatíos

El piso de pasta, ese que desde hace décadas distinguió a las banquetas de Guadalajara y que le daban su carácter a las casas del centro, vive un buen momento gracias a que se han vuelto a valorar sus propiedades, con nuevos diseños

Por: EL INFORMADOR

Rediseño. El mosaico esperó el cambio de siglo para experimentar un revival y ser considerado de nueva cuenta, e incluso admitido. ESPECIAL /

Rediseño. El mosaico esperó el cambio de siglo para experimentar un revival y ser considerado de nueva cuenta, e incluso admitido. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (16/JUN/2013).- Camine Guadalajara. Conecte en su andadura hacia el Oriente y el Poniente, dos polos históricamente divididos, y encontrará que si hay un elemento que los unifica, éste se encuentra a ras de suelo. Se trata de una alfombra de piso “rojiblanco” a base de mosaico que ha dado uniformidad al espacio público compartido desde los barrios tradicionales del Oriente hasta las colonias que se erigieron entre el Centro Histórico y la zona de la Minerva. Después de una era de olvido y descuido, esa alfombra ahora crece y se diversifica, como antaño, también en el interior de casas y comercios.

El mosaico de pasta -el material para losar fabricado a partir de cemento, arenas y pigmentos- atraviesa por un periodo de renacimiento. El juego de términos es una obviedad, pero sirva para hablar de la recuperación, el resurgimiento y la reinterpretación que se ha hecho en los últimos 10 años de un elemento arquitectónico que a finales del siglo pasado perdió metros cuadrados frente a los vitropisos y los porcelanatos de importación.

Algo dice, en términos culturales, que se aprecien de nueva cuenta los aspectos estéticos y artesanales del mosaico: su fabricación sólo precisa de moldes metálicos, cemento hidráulico, pasta de arena, pigmentos, herramientas mecánicas, músculo, una pileta con agua y un espacio ventilado.

Es evidente la revaloración de un material que vivió su esplendor con el ascenso del modernismo en la arquitectura -desde la consolidación del cemento en Europa, a finales del siglo XIX y el inicio del XX-; es notoria la recuperación de un elemento que funcionó en los juegos geométricos del Art Déco, que se integró a la sociedad mexicana a través de las importaciones de estilos y objetos europeos realizadas durante el mandato de Porfirio Díaz y que en Guadalajara escapó de los interiores de los hogares para convertirse en alfombra del espacio público, hasta el momento en que llegaron materiales más económicos, producto de la industrialización del sector de los recubrimientos.

“En la década de los 40, el mosaico fue de dominio público y oficial y se empezó a instalar en las banquetas del centro de la ciudad de Guadalajara. Lo dejaban con juntas y no tan pulido para que no fuera tan resbaloso durante la época de lluvia”, explica el arquitecto Alejandro Canales, director de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO). El mosaico rojiblanco debió ser la pieza decorativa oficial de las administraciones municipales hasta la década de los 70, calcula, para después ser sustituida por placas de cemento.

Con la crisis financiera que sacudió a México en 1994 empresas fabricantes que se habían mantenido estables, aún con la dura competencia que suponían los vitropisos, estuvieron a punto de venirse abajo. Erika Martínez, directora comercial de Studio Victoria (un moderno despacho derivado de la empresa familiar, Mosaicos Eternos), recuerda que su padre y director general del mismo estudio, el arquitecto Jorge Martínez, tuvo que acogerse a un programa del gobierno del estado que promovía la exportación de productos jaliscienses para sobrellevar los vaivenes económicos de esa época.  

“Empezamos a exportar a Puerto Rico, a Los Ángeles, a Nueva York y, sobre todo, a Texas”, puntualiza el arquitecto. La empresa se estabilizó y se consolidó hacia finales de los 90, pero aún faltaban algunos años para que el boom tomara forma.  

Ricardo González, arquitecto, socio del despacho JAPI, recuerda que en el año 2006, cuando él y sus asociados adquirieron los primeros lotes de mosaico Guadalajara (pieza de 20 por 20 centímetros en tonos rojo y blanco) para sus intervenciones en proyectos residenciales y en remodelaciones de bares, buena parte del gremio tenía la idea de que las piezas que antes dieron identidad a las aceras tapatías se habían extinguido o que, si se mantenían en el mercado, eran de baja calidad.

A mediados de la década pasada, según González, era más común que al mosaico sólo “lo buscaran las señoras de las casas del Centro” para sustituir las piezas de viejo piso que se habían perdido o roto en sus inmuebles.

Este elemento, no obstante, tenía mucho más que decir; si en un tiempo dio identidad a los espacios de convivencia de los ciudadanos o engalanó los espacios conforme a una nueva forma de pensamiento en la arquitectura, bien podía recuperar su significado entre las nuevas generaciones.

JAPI lo interpretó así e instaló varios metros cuadrados en la reconversión de un espacio cultural, la sala de conciertos Puerta 22 de la calle Lerdo de Tejada, en un bar, Club Americana (2008). El mosaico Guadalajara volvió a tomar la calle, se apoderó de la banqueta frontal del inmueble y se extendió hasta la pista de baile. Casi al mismo tiempo, el despacho desarrolló junto con la empresa Mosaicos Eternos el molde para una pieza que rompía los límites del cuadrado tradicional; se trataba de una figura en forma de “paloma” que permitió construir nuevos entramados, nuevos juegos geométricos y nuevos atributos visuales para estilos arquitectónicos que comenzaban a integrar lo tradicional como parte de un discurso del siglo XXI que ponía en entredicho la vida en serie y la reproducción industrial barata de la centuria pasada.

En términos concretos, señala Canales, “las nuevas generaciones vieron que es un material bueno”. El arquitecto concibe al mosaico como un material resistente y duradero que, bien instalado sobre una base de hormigón nivelada, puede permanecer por mucho tiempo como ha sucedido con las alfombras cuadriculadas de barrios tradicionales como Santa Teresita.

El mosaico debe su dureza a la mezcla de arenas, polvo de mármol y cemento (sumergido en agua) que conforman buena parte de los 16 milímetros de masa de cada pieza. Su versatilidad estilística y calidad estética derivan de la imaginería del fabricante, del cliente, ahora también de los artistas plásticos, quienes diseñan las trepas (piezas de bronce con las separaciones para los colores que definen el diseño de la superficie) sobre una base infinita de combinaciones. Que las piezas se preparen y se prensen de manera individual y con procesos más bien mecánicos resulta, claro, un valor agregado para la misma generación que se decanta por la cerveza artesanal, los quesos de la región, el mobiliario de madera franca.   

El mosaico esperó el cambio de siglo para experimentar un revival y ser considerado de nueva cuenta, e incluso admitido, por mercados que antes los vieron fuera de su ámbito. También ha sido el momento para su reinterpretación o la mutación de sus formas, sus usos y sus significados.

Del piso al muro y más allá


Mientras los arquitectos de JAPI trabajaban en la intervención del Club Americana, Alejandro Fournier, miembro fundador del colectivo Sector Reforma, exponía, también en el 2008, la pieza Nadie recuerda todo, un rompecabezas conformado por mosaicos con diversos diseños que abarcaba todo el patio de la casona donde se ubica el Museo de la Ciudad. Un año más tarde, la obra se trasladó, con ajustes y elementos extras, al camellón de avenida Chapultepec -entre avenida La Paz y la calle López Cotilla- con el título Ta_patio como una intervención pública que ya recuperaba de lleno la idea de reintegrar el mosaico a un entorno físico y simbólico que le fue natural por décadas.

Ta_patio, que aprovechó el diseño cuadriculado del mosaico típico de la ciudad para formar mesas de ajedrez, instaba a los ciudadanos a reaprovechar un área que ya había comenzado a transfigurarse a partir, también, de las remodelaciones que la Comisión de Planeación Urbana (Coplaur) del ayuntamiento de Guadalajara (durante la administración de Alfonso Petersen Farah) había realizado en las calles y las avenidas de la zona usando, nuevamente, las losas de 20 por 20 centímetros.

Entonces, una mutación comenzó a sucederse en la colorimetría del espacio abierto, la taracea comenzó a tragarse al concreto burdo, al porcelanato industrial y a los parches de cemento raso que hasta entonces daban un toque desaliñado a un área de la ciudad que ganaba pujanza gracias a los pequeños negocios de restauración que poco a poco se fueron instalando en la colonia Americana. Café Caligari, en la calle Juan Manuel, amplió la acera al frente del establecimiento e hizo su propio collage en amarillo y azul; luego se sumaron otros y otros más que consideraron la muda de piso como el primer requisito para que la remodelación de una finca y su cambio de giro hacia un restaurante, un café o una panadería estuviese en forma.   

Después, el mosaico se comió los muros de los baños de un sitio de esparcimiento, el bar Pare de Sufrir (calle Argentina), y entre los compradores continuó la tendencia a utilizar las propiedades geométricas del mosaico para ir más allá de lo decorativo y pugnar por lo artístico. El mosaico estaba escalando hacia los muros.

Fournier vistió una piscina con 50 mil piezas de mosaico regular y veneciano que daba continuidad temática a su intervención en Chapultepec. Esta vez se tituló Ta_patio, versión DII. Poco después vino N.U.C.L.E.O. (2011), otra obra conformada por 3 mil 40 piezas de múltiples diseños ensambladas para configurar un signo de euro en un espacio abierto al interior de un edificio de departamentos de la calle Libertad, en la colonia Americana.

Fuera de esa zona, en la colonia Providencia, por ejemplo, a la que arquitectos como González identificaban con materiales mejor valuados como el mármol y los terrazos, también comenzaron a llegar los cuadros de cemento prensado y terminados en color mate cuyos diseños ya iban camino a la diversificación, fuera de los catálogos clásicos con patrones de dominio público que fábricas con trayectoria como Mosaicos Eternos, Granada o La Corona han ofrecido al mercado de Guadalajara desde principios del siglo XX.

La vía del autor


En esa diversificación de los estilos han estado involucrados jóvenes diseñadores que se entienden bien con las nuevas tecnologías, arquitectos que apuestan a encontrar las nuevas posibilidades de los materiales y la geometría, artistas plásticos que se saltan los formatos académicos, y una licenciada en comercio internacional con maestría en administración de empresas, heredera de la tradición de la fabricación de pisos, Erika Martínez, quien trata de conciliar las ideas de los creativos con los objetivos concretos de una compañía que debe generar utilidades: desarrollar proyectos factibles, ser rentables, ofrecer productos novedosos, innovar tecnológicamente, patentar las ideas, y cuidar los secretos industriales.

En Studio Victoria se han debido crear nuevos moldes y nuevas trepas de color que se ajusten a las propuestas, casi siempre muy poco ortodoxas, de la generación que rescató y ahora quiere llevar al mosaico a otro sitio. Después de la “paloma” creada por los arquitectos de JAPI, la estudiante de diseño, Zita González propuso un mosaico con altos y bajos relieves que al colocarse en un muro generaría un efecto tridimensional. La innovación implicó trascender los límites del material pues planteaba desniveles con profundidades máximas de 3 centímetros en el cuerpo del mosaico.

“Estamos viendo mucho diseño paramétrico”, comenta Martínez. Las últimas propuestas, la del arquitecto tapatío radicado en Japón, Francisco Martínez (Martínez Yamani Arquitectos), y la de Daniel Camiro del despacho Doing Technologies (DOT), proponen entramados con mosaicos y otros recubrimientos (cerámicas) que alcanzan una complejidad geométrica para la cual habrá que darse un tiempo para entender y desentrañar.

Los diseños que ambos han enviado a Studio Victoria han sido desarrollados en plataformas virtuales como Rhinoceros o Grasshopper que permiten modelar en 3D a partir de algoritmos generativos. El proyecto de Francisco Martínez, por ejemplo, propone altos y bajos relieves así como sombras en el armado de una figura que será un homenaje a Mitsunobu Senobe y su sistema de creación de origamis. Como el sistema en su formato original implicaría crear muchos moldes distintos de mosaico de los cuales se producirían muy pocas piezas, Erika Martínez debe conciliar con el artista hasta qué punto podrían invertir la dinámica (más unidades de un mismo diseño) para hacer factibles estas colaboraciones.

Otro artista, el pintor Ricardo Pinto trabaja en una pieza, también en mosaico, titulada Cultura malla que hace una abstracción de la libertad y el cautiverio que se colocará en una finca de Oaxaca.

“Queremos consolidar la idea de que el mosaico es arte hecho piso”, afirma Martínez.

Empresa moderna, producto tradicional


El diseño y la innovación serán los diferenciadores de Studio Victoria en el nuevo golpe de vida que se ha dado al mosaico. Erika Martínez conservará 150 de los 300 modelos que integran el catálogo de la empresa que su abuelo compró en 1942 al grupo de empresarios japoneses que la fundaron en 1936, pero ya prepara el terreno para lo que vendrá: diseños con valor agregado que resulten de las alianzas con más arquitectos, artistas plásticos y diseñadores industriales y gráficos.

En Studio Victoria ya se ejecutan otros cambios relacionados con la mejores prácticas empresariales como los estudios de benchmarking realizados por Martínez en torno a las dinámicas de fabricación del mosaico en otros países y la optimización de los propios procesos de Mosaicos Eternos.

“Ahora es muy importante cuidar la propiedad intelectual y los secretos industriales. Son muchos años de trabajo y de conocimiento los que han pasado de generación en generación”, afirma Martínez.

A partir de la instalación de nuevas máquinas con mecanismos hidráulicos, los Martínez confían en que más mujeres -trabajan tres en sus talleres- podrán sumarse a una labor que hasta ahora se considera eminentemente masculina.

Las mejoras en los procesos, no obstante, seguirá requiriendo del know how del artesano colorista que tiene el cálculo preciso de los pigmentos que se combinan a mano. Los cambios tampoco prescindirán de los artesanos con 75 años de edad que siguen instruyendo a los treintañeros en el uso de la caja, la trepa de color, la combinación y el vertido de los colores, la mezcla exacta de cemento y marmolina, el prensado y el secado del material.

Hay otros espacios para innovar, entre ellos, los servicios de interiorismo que ahora ofrece Paulina Martínez en el mismo despacho y los nuevos puentes comerciales que Erika puede construir para su producto como experta en exportaciones, transportación, compra de materiales y planeación de la producción.

Para saber

Es casi una artesanía

-La fabricación del mosaico es individual, pieza por pieza.

- Entre tres y cinco minutos es el tiempo promedio que necesita el artesano por cada mosaico.

- El artesano emplea una caja metálica, una trepa de color y un tapón. En la caja o molde se vierte la mezcla de cemento y arenas que da firmeza al mosaico; sobre esta se coloca la trepa de color con las divisiones que definen al diseño y se rellenan los espacios con un chupón que contiene la mezcla de cemento, marmolina y pigmentos.

- El artesano retira la trepa de color y añade un fijador a base de marmolina sobre la superficie de la pieza para que los colores queden en su sitio.

- Se coloca el tapón y se mete a la máquina de prensado.

- Las piezas se sumergen en agua entre ocho y 24 horas para que el cemento hidráulico (la base del mosaico) se endurezca.    

- Las piezas se dejan secar a la intemperie. La fabricación de mosaico no necesita de hornos.

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