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Tapatíos en su tinta

Estigmatizados por generaciones, hoy cada vez más jóvenes decoran su piel con tatuajes; la moda se ha vuelto un fenómeno cultural y Guadalajara no es la excepción

Por: EL INFORMADOR

Cultura contemporánea. Un retrato de algunos de los mejores rayadores de la ciudad. ESPECIAL /

Cultura contemporánea. Un retrato de algunos de los mejores rayadores de la ciudad. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (21/ABR/2013).- Marcarse la piel con tinta es una costumbre ancestral, que la cultura popular contemporánea ha hecho extenderse a todos los estratos sociales: Guadalajara no es la excepción. Hay tatuadores para todos los gustos, para todos los bolsillos y por todos los rumbos de la ciudad. Los tapatíos, una creciente cantidad de ellos,  se gustan más entintados.

Estudios de tatuaje hay en diversas de la ciudad, lo mismo en el Parián, de la Calzada, que en la zona de Avenida Hidalgo, entre Enrique Díaz de León y Federalismo; también por Plaza del Sol o por Los Cubos de Avenida Vallarta; en Tonalá o en Chapalita; y claro, citas privadas a través de la redes sociales.

De entre toda la ola de tatuadores, algunos sobresalen, como Sammy Ramírez, quien lleva 30 años en la escena nacional y es el iniciador de la Expo Tatuaje Guadalajara, que va por su décima novena edición. Con esa labor ha logrado traer a Jalisco a los mejores del tatuaje, nacionales e internacionales y aprender de ellos.

Algunos de los más calificados en México, cuenta Sammy, son Will, en Mérida; El Rulo, en Toluca; Floyd Pizzi, en Morelia; Superfly, en Guanajuato; Mister Listo, en Tijuana; Alex Leija, en Monterrey; Tecato Herrera, en Mazatlán; Carlos Serrano, en el Estado de México; y en Guadalajara destacan: Richi, Stomper y Chocky.

Para ingresar a esta lista en la que tienen voz tanto sus pares como los clientes, hacen falta años de preparación autodidacta y educación empírica, tatuando trozos de carne de cerdo o amigos, y experimentando distintas técnicas, al menos por un periodo de cerca de cinco años, para salir de la lista de novatos.

Ya con cierto renombre, algunos cobran por sesión de cinco alrededor dos mil 500 pesos. Otros prefieren hacerlo por diseño, que puede costar entre tres mil y 500 pesos. En algunos estudios, sobre todo en los más famosos, las agendas de los tatuadores se encuentran apretadas durante varios meses, por lo que los interesados en tatuarse deben planear su cita con bastante tiempo de anticipación.

En Guadalajara hay 54 licencias registradas de tatuadores, todas entregadas en administraciones anteriores a la actual. De acuerdo con María Sofía Valencia Abundis, directora de Padrón y Licencias del Ayuntamiento, los trámites generales para obtenerla son: acreditar la personalidad de quien solicita el giro, especificar si se es propietario o serenta el local, presentar dictamen de uso de suelo y un certificado de alguna institución de salud que acredite las condiciones de sanidad.

De entre los tatuadores que operan en esos 54 establecimientos, sólo algunos son recomendados por sus clientes o entre los mismos colegas. El Indio, Isadélica Galaxy, el Máster, Richi, Stomper y Chocky son algunos de ellos, quienes compartieron cómo comenzaron a entintar cuerpos en Guadalajara.

Isadélica Galaxy


La última vez que se contó tenía 74 tatuajes en ‘la economía de su cuerpo’, como rezan los partes policiacos. Telas de araña en sus pechos y muslos, piel de leopardo en uno de sus hombros, de sus brazos brotan rosales, bestias y monstruos de Hollywood habitan su espalda.

Pasea por Plaza Expiatorio con su perra Reina, que acaba de rescatar antes de que la pusieran a “dormir”. Isadélica Galaxy entra al templo y los hombres que platican con el padre lo ignoran para acercarse a ella y tomarse fotos. Por las calles parece imantada, las miradas la siguen y la escanean. Viste unos ajustados pantalones y una diminuta blusa que deja apreciar sus tatuajes.

Su obsesión por la tinta sobre la piel la llevó a hacerse su primer tatuaje a los 19 años, “uno horrible”, como ella misma lo define. “Una letra china en el estómago. Me la tatué porque tenía ganas, pero nomás porque veía películas con tatuados y se me hacía lo máximo. El primer tatuaje de uno es una cochinada. Me lo puedo tapar, pero le tengo cierto cariño”.

Ella tiene cierta teoría sobre el primer tatuaje: o se te vuelve adicción o te arrepientes de por vida. “Mi hermana cuando yo me rayé se puso otro. Ella se arrepintió. Yo no me clavo en que signifiquen algo, me fijo en diseños que me gustan”.

De niña se ganó concursos de pintura, pero de más grandecita se compró una máquina y comenzó a rayarse las piernas ella misma, ya que por más que ofrecía tatuar gratis, nadie aceptaba su propuesta. “Necesitaba víctimas y nadie se dejó, entonces empecé yo sola con un Herman Monster que me quedó bien perro; entonces la gente empezó a pedirme que los tatuara”.

Pero de alguna forma tenía que iniciarse en este arte, porque así como afirma, “no existe una universidad del tattoo, todos empezamos con mañas, preguntándole a la gente ‘¿para qué es esta aguja?’ Y así empecé a saber cómo sombrear, rellenar…”

Ahora es la vocalista de Lesbian Bitches from Mars, una banda de punk, tatúa y ocasionalmente confecciona vestuarios, pero también ha sido modelo desde los 16 años. Comenzó en pasarelas. Así anduvo de fashion victim, pero entre tatuaje y tatuaje, los diseñadores se fueron disgustando poco a poco, lo que la llevó a incursionar en la industria alternativa, en revistas especializadas en tatuajes o portadas de discos.

“Por un tiempo me mudé a México. Un día iba caminando por Insurgentes y un chavo salió corriendo. Me dijo que era de TatuARTE y me pidió que fuera portada. Me salió la oportunidad así, caminando”.

De no haber vivido en Distrito Federal, no hubiera contado con esas oportunidades, pero dice que se fue de Guadalajara porque estaba harta. “Antes tenía los pelos como de micrófono. Salía a la calle y la gente se reía, como de payasa de circo. Como tengo familia en DF me fui y me encantó porque les vale un poquito más todo. Ahí conseguí trabajo de hacer vestuario para cine y videoclips. Regresé como siete años después, pero voy súper seguido, como cada dos meses”.

A su regreso entró a Lesbian Bitches from Mars. Su mamá le dice que anda como Ciro Peraloca, inventando qué hacer. “Y es que me harta cuando me encuentro gente y le pregunto ‘¿qué has hecho?’ y me dicen que lo mismo, y yo pues nunca hago lo mismo. También pinto, siempre he hecho lo que me hace sentir bien, ni para sacar dinero”. Ahora quiere iniciar otro grupo de rock de puras mujeres, uno que toque ‘pecados musicales’ como covers de Laureano Brizuela, pero versión punk.

El Indio

“Yo empecé a hacer tatuajes porque me gustaba y me divertía. Aún me divierto, lo hago porque ‘I like to have fun. That’s why. I love what I do’. Me encanta hacer lo que hago”.

El Indio habla luego de terminar de perpetuar un brazo en tinta negra. Su mirada fija en el interlocutor intimida, así como el corazón tatuado en su garganta que palpita cada que emite una palabra.

Toma asiento en un pequeño banco, se retira sus guantes de hule negro y gira a un lado la cabeza, dejando ver el águila tribal que le adorna la nuca calva. “Me dicen El Indio porque cuando estaba chavito tenía el pelo muy largo, casi hasta la mitad de la espalda. Todos decían que parecía un indio de Norteamérica, de los nativos, por eso se me quedó el apodo”.

A pesar de haber sido criado en Reno, Nevada, dice mantener arraigadas sus raíces mexicanas. Por ello adoptó su apodo de juventud como su nombre profesional. E incluso considera que de hacerse llamar por su nombre de pila nadie lo identificaría.

Será siempre El Indio, nacido en Guanajuato pero asentado en Guadalajara. Hoy es uno de los exponentes del tatuaje más reconocidos en Jalisco e incluso en el país, aunque su incursión en el mundo del tatuaje comenzó al otro lado de la frontera.

“Nos fuimos allá como muchos inmigrantes: por pobres. Mi familia es de campesinos. Cuando uno tiene hambre le busca y le busca. Soy más de allá que de aquí porque fui criado con esa mentalidad desde los cuatro años. Luego empecé a tatuar a los 15, en el barrio, a los amigos. No sabía nada de lo que estaba haciendo pero ya sabía dibujar. A los 18 agarré mi equipo profesional; seguí practicando, mejorando mis técnicas y mis habilidades para hacer algo más bonito”.

Chicanos y negros se debatían el piso del barrio. A veces entre los mismos inmigrantes mexicanos se daban las grandes trifulcas. Es como regla dada, donde hay pistolas hay muertes a cada rato, y El Indio anduvo jugando con fuego, arrastrado por la ola del crimen que caracterizaba la zona en que habitaba.

“A los 19 llegué a caer en la prisión de los Estados Unidos. Fue como ir a la escuela sin salir a casa. Es una experiencia diferente. Es una experiencia de la que no me arrepiento. Es parte de lo que viví, parte de lo que me hace como persona”.

Entre sus compañeros de celda, que se dejaban rayar el cuerpo sin prejuicio alguno, agarró más pasión por el tatuaje.

“Cuando salí me decidí a dedicarme 100% a esto y dejar todo lo otro atrás. Y qué bueno porque el tatuaje me ayudó a poder encontrar esa meta, si no me hubiera encontrado muerto o en la prisión de vuelta, como muchos de mis amigos. Fue la mejor cosa que me pudo pasar en ese tiempo. Salí con una mejor cabeza sobre mis hombros”.

Al dejar las rejas se mudó a León, en el 95, pero como tatuador le batalló para salir adelante. Regresó a Estados Unidos y montó un estudio con su hermano Rafa. Participó en expos y vio diferentes técnicas; aprendió de otros tatuadores hasta hacerse de su propio estilo.

“Cuando comencé”, recuerda, “la industria del tatuaje era de puro biker. Había dos estudios en la ciudad de Reno y quizás cinco tatuadores. Puro señor barbón, grande, que entrabas y muy rudo todo. Jamás pensé que el arte del tatuaje nos iba a llevar a un nivel de salir en programas de TV. Hay tatuadores que se han vuelto rockstars. Te aseguro que ni ellos pensaban que la industria nos iba a llevar a este nivel”.

Hoy, con 25 años tatuando, se caracteriza por sus trabajos realistas, pero también destaca con lo tribal, el diseño japonés y el new school. También trabaja con óleo, acrílico y aerógrafo. Tatúa en el estudio Tatuajes de Reyes. Luego de conversar con él, la coraza ruda e imponente se disipa.

Stomper

“Mi apodo viene de la pandilla del barrio de San Andrés, del KDA crew. Desde aquel entonces, cuando era tagger. Era mi sobrenombre y ahora es nombre artístico”, comparte el Stomper mientras traza en una hoja tabloide el diseño de una virgen, al contrario de lo que dibujaba hace más de 18 años, cuando prefería las latas y los muros y no las agujas y la carne.

Empezó a tatuar a los 15 años, allá por el 94. “Fue por hobbie, para experimentar con otro tipo de arte. No me agradaba, se fue dando poco a poco. La gente me buscaba y yo lo hacía gratis, desgraciando gente”, bromea. “Es que no tenía ni idea, me dieron una maquinita y plasmaba lo que se me venía a la mente”.

Estaba enfocado en el grafiti. Pintaba cachuchas, lo que fuera, hasta que llegó la primera máquina. Era de un amigo, una hechiza, que se caracteriza por ser fabricada de forma casera, con un motor, un clip y otros materiales que se encuentran en cualquier hogar. Y es que en aquel entonces, todo lo necesario para tatuar lo vendían ciertas personas pero demasiado caro, era más fácil inventarse sus propias herramientas.

Empezó rayándose a sí mismo, luego una amiga. Ahora trabaja con dos tipos de máquinas, una rotativa de motor y otra de bobina. La rotativa no hace ruido, la de bobina es más pesada, pero varía su uso dependiendo de la zona que se va a tatuar.

“Me empecé a interesar más. Yo no veía los resultados de mi trabajo, hasta que fui a una convención y vi que tenía cierto nivel entre los artistas. Eso me dio más ánimo”. Con los años comenzó a viajar: Inglaterra, España, París, Irlanda, Estados Unidos, por la república. Viaja como exponente y trabaja, pero aparte busca encontrar inspiración para mejorar su trabajo.

Actualmente tiene su estudio dentro de su propia casa en Tonalá, alejado de todas las zonas centralizadas. Como Hidalgo, donde tan sólo de Enrique Díaz de León a Federalismo hay unos seis estudios. “La verdad no es un problema para mí (trabajar en Tonalá). Ya tengo casi 18 años tatuando, la gente ubica mi trabajo y por eso no necesito de un estudio para jalar clientes. Yo sólo trabajo con citas, por internet y redes sociales, como Facebook”. Stomper se luce con sus trabajos full color y las catrinas con detalles realistas que son su firma característica actualmente.

El Máster le baja a la música, platica, pero no pierde la concentración en las flores que traza sobre la pierna de una chica. Trzzzzz, trzzzz, trzzzzz, suena cada vez que activa la aguja sobre la piel de su cliente. “Empecé a tatuar a los 20, 21” Trzzzzzzzzzz “siempre me había llamado la atención el tatuaje. Tocaba en una banda y como toda la gente en el cotorreo ese del hardcore y eso se usa mucho que estén tatuados…”  Trzzzzz  “como veían que dibujaba, me decían que le calara y me llevaron con Richi”.

Y ahí calló, con el Richi como mentor, hace ya más de ocho años, aunque desde chavo recuerda que le salían chidos los Caballeros del Zodiaco cuando dibujaba en sus cuadernos. Sus compañeros de la banda Día de cambio lo llevaron a Hidalgo, donde entonces tatuaba el Richi. Ahí observaba cómo el tatuador que había llegado de DF trabajaba diferentes técnicas.

Un malhecho colibrí en el tobillo fue de los primeros tatuajes que realizó, sobre uno de sus amigos; luego de unos años se lo arregló. Luego, al ver su excelente trabajo en retratos, el Richi abrió su propio estudio y lo invitó como colaborador. Desde entonces trabajan juntos y se mantiene el respeto de colegas.

Le mete color a las flores. Trzzzzz Trzzzzz, hace la máquina. En eso llega el Máster y platica con un cliente. “Él siempre tatuó muy bien”, dice el Máster al reparar en la llegada del mentor. “Desde sus inicios todos lo ubicaron, porque empezó hace 15 años y en ese entonces el tatuaje estaba bien culero en México”.

En aquel entonces, a principios del noventa, se conocía como Ricardo Michel Ramírez. Casi no había estudios en la capital, ni siquiera estaba reglamentada la profesión de tatuador. Un día agarró camino al tianguis del Chopo. Luego de vagar entre punks y puestos se quedó clavado en el Piraña, viendo cómo tatuaba a alguien. Tenía 13 años apenas, y pidió que le hiciera uno, pero lo mandó a volar. De tanto que estuvo ahí parado terminó por convencerlo; lo rayó y con el tiempo lo invitó a trabajar. Así se introdujo el arte del tatuaje, justo como luego hizo con el Máster.

“A mí me tocó la apertura a la matalascallando. Mucha gente no ha aceptado, hoy en día, que esto es un arte, ¿no? Les guste o no les guste es otra técnica. Pon a pintores con una aguja y no van a saber nada, ¿no?”.

Llegó a Guadalajara y empezó desde cero. Vino a la primera Expo Tatuaje, como organizador. Poco a poco aprendió cómo ganarse al cliente tapatío, destacando sus trabajos en color y el arte japonés moderno.

“Yo considero que una de las ciudades donde más talento hay en tatuajes y música y muchas cosas es Guadalajara. Es una ciudad que va en crecimiento así, muy cañón, pero también es difícil. Si a la gente le gusta tu trabajo, les va a gustar, si no, como que se ponen de acuerdo y no les vas a cuadrar. Son muy fieles en ese sentido, pero si logras entrar ya la armaste”.

De su estudio, Richi Tattoo, han salido talentos jóvenes que recibieron de él apoyo necesario para abrirse campo en la industria. Uno de ellos es el Máster, que en pocos años se ha ganado el reconocimiento de voz en voz. Otros se han abierto camino fuera del país.

El Chocky

Cuando llega a su estudio y baja de un automóvil negro, con gafas de sol y una playera básica blanca que cubre casi en su totalidad los tatuajes que tiene, no tomas al Chocky por tatuador. Pero es que, a diferencia de muchos, él no adoptó la apariencia clásica de tatuador, porque dice que eso podría interferir con la forma en que se mide su trabajo.

“Cuando inicié en esto empecé a ver que era mucha apariencia; quien tenía más apariencia jalaba más. Pero ése no es el camino que yo quiero, no quiero que me conozcas por los tatuajes que porto, sino por mi trabajo”.

Para el Chocky lo principal está en la ética profesional. Hacerse de un nombre, en una ciudad como Guadalajara, reconocida nacionalmente como una de las principales del tatuaje, no es cuestión de apariencia, al menos así lo afirma este tatuador al que el número 15 ha marcado su carrera profesional.

Se tatuó por vez primera a los 15 años y hoy tarda 15 minutos en realizar el que hace 15 años fue su primer trabajo como tatuador: el nombre de Irving, que por los nervios tardó en aquel entonces tres horas en concluir.

Ahora, en el circuito del tatuaje, no es difícil escuchar al nombre del Chocky al momento de preguntar por los mejores de Jalisco.

“Lo más importante es cuidar la ética profesional. Y es que yo creo en la conexión con el cliente. Hay gente que te pide tatuajes en áreas que no están bien, les digo que debemos darle armonía. Todo eso lo cuido. Todo el cuerpo lleva una armonía, no somos cuadrados. Se busca estética. Es mejor hacer un buen tatuaje bien acomodado que 10 malhechos”.

Él mide a sus clientes con decisión como parámetro para realizar o no su trabajo. Platica que en ocasiones llegan con diseños “extraños o feos”, pero si en ellos ve la total seguridad de querer hacérselos, los realiza, no sin antes analizar la zona en que planean realizarlo. Por eso, si el Chocky aprueba realizarte un tatuaje, sabrás que será uno bueno, bien hecho, dice.

Hoy su clientela es de lo más ecléctica: desde el cholo más cholo hasta el abogado o el doctor, quienes antes podían tener prejuicios sobre el tatuaje. Lo buscan por sus excelentes trabajos realistas en blanco y negro o por el estilo que le caracterizó desde sus primeros años: el cómic a la new school. Todo es cuestión del nombre, afirma, no importa cómo luce ni en qué estudio trabaja, sino la seguridad que le da a sus clientes. Ésa es la fórmula del Chocky para hacerse camino en la escena del tattoo.


Para saber

Recomendaciones antes de hacerlo


 -No olvidar que es permanente.

-Asegúrese de que el estudio para tatuajes cuenta con un esterilizador. Debe de estara la vista.

-Verificar que los utencilios básicos como las agujas, guantes, máscaras, estén esterilizados o sean desechables.

-Comprobar que el establecimiento cuenta con licencia municipal.

-Pide referencias del tatuador, para evitar sorpresas sobre la calidad del trabajo.

-El tatuaje es una herida y como tal, si no se cuida, puede infectarse y provocar una enfermedad.

-Hay que tomar en cuenta que en varios empleadores prohíben que su personal tenga tatuajes.

-Considerar la posibilidad de que le impidan donar sangre.

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