Jueves, 25 de Abril 2024
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“Hijo, tus pecados te son perdonados”

De nuevo el Señor Jesús visita a sus amigos de Cafarnaúm. “Corrió la voz de que estaba en casa y muy pronto aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta”

Por: EL INFORMADOR

     De nuevo el Señor Jesús visita a sus amigos de Cafarnaúm. “Corrió la voz de que estaba en casa y muy pronto aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta”.
     Entre cuatro iban cargando a un paralítico, y como no podían acercarlo, “quitaron parte del techo encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla”.
     Alrededor , los parientes del enfermo y muchos más, fariseos y curiosos, vivamente interesados miran y esperan.
     Están presentes los desocupados, los ociosos del pueblo, los amigos de novedades y también los que ya han tenido noticias de la predicación de este nuevo profeta, que sabe darle vigor a su mensaje con los prodigios de sus manos, con sus milagros.
      Su majestad, su autoridad al hablar, su dulzura y su compasión, han atraído a la gente, y todos esperan el milagro. Expectación... se hace el silencio y por fin el Maestro abre sus labios, diciendo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.
      ¡Qué decepción!, ¡qué desconcierto!, ¡qué desilusión! ¿ Solamente perdón de los pecados?

Cristo le da mucho más de lo que pedía

     Por su ignorancia, la multitud actuó así, aunque estaba presenciando un doble regalo: primero la sanación completa del alma, y luego la curación del cuerpo.
     Muchos entonces, después y ahora piden a Dios regalos materiales, o una gracia corporal, y se decepcionan y hasta pierden la fe, si no consiguen su intento. Mas la sabiduría infinita de Dios da mucha más importancia a los bienes invisibles. Es mejor vivir en paz y amor, sin riquezas materiales, que estar rodeado de cuanto alcance la codicia y vivir entre angustias y temores.
¿Podrán vivir tranquilos quienes cometen robos y atropellos?
     El paralítico, con aquellas palabras llenas de ternura porque Jesús lo llamó hijo y le aseguró que estaba perdonado, sin duda sintió en su cuerpo un fresco rocío, un baño tonificante que lo purificó.

“¿Por que habla éste así? ¡Eso es una blasfemia!”

     Así se expresaron los fariseos, escandalizados, furiosos. ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?
     Aquellos fariseos, con fundamento en la antigua ley dada por Dios a Moisés en el Monte Sinaí, tenían muy claro el concepto de pecado.
     Pecado era, es y será, algo muy grave, terrible, fatal. Pecado es la transgresión por el hombre a una ley divina.
     El hombre es un ser racional y por lo mismo debe pensar y actuar conforme a la recta razón.
      Mas le arrastran las pasiones: la ira, la gula, la lujuria, la envidia, la pereza, la codicia, la soberbia.
     Algunas veces se convierte en esclavo de una pasión.
     Es santo el que sujeta sus pasiones a la razón, y la razón a Dios.
     Es santo el que lucha para no caer en pecado, y cuando se siente débil pide ayuda: “No nos dejes caer en la tentación”.
     El pecado es una ofensa a Dios, y la ofensa a Dios es la muerte del hombre.
     Pecado es lo que dio muerte al Hijo de Dios.   
     Si el ofendido es Dios, el perdón habrá de esperarlo de Dios.
     Mas los fariseos ignoraban, o no querían aceptar, que Jesús es el Hijo de Dios, Dios igual al Padre y al Espíritu Santo.

“Pues para que sepan que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados...

...“yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
     ¿Qué es más fácil? ¿Perdonar los pecados o curar a un paralítico? El perdón de los pecados es más difícil, porque el pecado es ofensa a Dios. Pero el amor de Dios busca no sólo a los buenos, sino también a los pecadores, a los pródigos, a los descarriados, a los perdidos en los engaños del mundo, del demonio y de la carne; y los busca no para castigarlos, sino para perdonarlos y conducirlos a la verdadera vida.
Cuando Dios perdona, extirpa, destruye, aniquila el pecado y nunca más le echarán en cara lo que una vez ya perdonó. El pecado absuelto es algo que ya no existe. El Hijo de Dios vino para crear en el hombre un corazón nuevo.

Cristo vino a transformar el interior de los hombres

Feliz se levantó el antes paralítico, tal vez brincando de alegría, mas ya en la intimidad, en el silencio, en la soledad, sintió que fue mayor el primer regalo, que lo dejó con una paz y una alegría que jamás había sentido en su vida.
Es la paz y la alegría que ha sentido todo pecador perdonado: Levy el publicano, Zaqueo el rico convertido, la mujer pecadora, la que lavó los pies del Maestro, la adúltera adúltera. Y desde entonces, avaros, adúlteros, criminales, todos los que han alcanzado perdón han sido creados como nuevas creaturas.
      La Iglesia fundó su Reino con pecadores, y en su Reino siempre ha habido pecadores. La asamblea de los creyentes reunida en torno a la mesa del altar, siempre da principio a la misa con el reconocimiento individual y colectivo de que cada uno y todos son pecadores, y juntos piden perdón.

“Ten compasión de este pobre que va extraviado, más que por  su malicia, por su flaqueza”  

     Tristeza y angustia dejan las noticias de tantos crímenes. No se ha de volver insensible el alma ante la ya común historia de secuestros, de “ajusticiados”, de venganzas, del macabro espectáculo de cadáveres de seres humanos cuya vida fue segada por manos criminales.
     Y alarma el incontenible tráfico de sustancias que dañan, que destruyen la salud física y espiritual.
     Odios y rencores, codicias y atropellos, burlas a la justicia, y el comercio inicuo de las personas.
     Todo eso es por la malicia del corazón humano. Es la maldad de los cegados por la ira, la codicia, la lujuria, la soberbia y los pecados por flaqueza. En su Carta a los Romanos, San Pablo afirmó: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero hago” (Rom. 7, 19).
     San Juan Bosco, en una carta a los que le ayudaban a la salvación de los niños, decía: “Es más fácil enojarse que tener paciencia. Más pronto quieren el castigo. Pero hay que escoger la paciencia, la comprensión,  que no es sino el  verdadero amor”.

Cristo deja que el pecador se le acerque

     Cristo es misericordia. Quien se le acerca se salvará. Él conoce mejor que nadie las miserias de todos, Él sabe los pecados de todos y Él murió por los pecados de todos. Permanece entre todos, para salvarlos a todos.
     Su presencia es silenciosa, no contradice, no grita, no reprende, no incomoda.
     Sólo falta tener fe y humildad para acercarse. Será perdonado el pecador que reconozca sus propios pecados y pida ser liberado de ellos, perdonado.
     Cerca de Cristo, el hombre se siente seguro ante el asedio de los enemigos espirituales.
     Sin embargo, el hombre primero ha de aceptar que es pecador, porque otra de las “doctrinas engañosas y nuevas” es la de buscar otras explicaciones a eso que llaman pecado, para sentirse libre de toda conciencia, de toda culpa.
     Se va perdiendo la conciencia de pecado. Todo lo quieren justificar con actitudes ilusorias, falsas, nocivas.
     Porque la misma conciencia --esa voz interior que aprueba cuando se ha hecho el bien, e inquieta y roba la paz cuando se hace el mal-- es vigía permanente.
     Querer sofocar la voz de la conciencia es imposible, mas lo que puede acontecer que no sea una conciencia recta, sino laxa --o sea, relajada--, tan  laxa que ya a nada le llama pecado.
     Responsables de esto será la psicología moderna, mal orientada; serán los malos ejemplos, los incontables programas de cine y televisión donde muestran como justificados los hechos a los que habría de avergonzarse.        
     Ese descaro atrae seguidores, mas para tener el gozo de ser perdonado, primero es sentirse enfermo para ser curado, pecador para ser perdonado.
 
Pbro. José R. Ramírez      

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