Viernes, 19 de Abril 2024
Jalisco | Buscan mejorar la calidad de vida, pero en ocasiones encuentran la muerte

La ruta migrante, viaje en 11 trenes

El hambre, frío, miedo y preocupación es el factor común entre centroamericanos que pretenden cruzar el país. Buscan mejorar la calidad de vida, pero en ocasiones encuentran la muerte

Por: EL INFORMADOR

A pesar de los riesgos, los centroamericanos pretenden llegar a Estados Unidos. Huyen de la miseria. E. PACHECO  /

A pesar de los riesgos, los centroamericanos pretenden llegar a Estados Unidos. Huyen de la miseria. E. PACHECO /

GUADALAJARA, JALISCO (29/NOV/2010).- A eso de las cuatro de la tarde las vías del ferrocarril parecen un desierto. De vez en cuando pasa alguien caminando. Hombres, morenos, no muy altos, más bien de baja estatura, con gorras, algunos con mochila. De las casas que están frente a los carriles del tren, no se asoma nadie. Sólo doña Adela. Un grupo de cinco migrantes está fuera de su casa.

Esta mujer ha convivido con ellos gran parte de su vida. Y no sólo eso, también les ofrece comida, en esta ocasión pasta en platos de plástico verde. Además les da permiso de sentarse en la banqueta de su casa, debajo de un arbolito. Ellos comen, como si no lo hubieran hecho hace días. En realidad la comida es poca, pero ellos la agradecen. El Sol de otoño aún calienta. El frío sólo se empieza a resentir en la noche y a horas muy tempranas de la mañana, pero para entonces ellos ya no estarán aquí.

El grupo de cinco migrantes lleva alrededor de 14 días que salió de su ciudad de origen. Todos son de Guatemala. Han abordado siete trenes para llegar hasta aquí, y aún les faltan cuatro para llegar a su destino. Once en total.

En la Perla Tapatía habitan algunos migrantes, pero la mayoría está de paso. Eligen la ruta del Pacífico por ser considerada la “menos” violenta, pero sí la más larga. La mayoría son centroamericanos: hondureños, salvadoreños, nicaragüenses y guatemaltecos. Pero da igual. Son seres humanos.

Son las cinco de la tarde y terminan de comer. Uno de ellos saca un juego de cartas. Al que le toca el número menor le corresponde lavar los platos. Eugenio saca el dos. Le toca. Es el más callado de todos y a pesar de eso el más sonriente. Lava los platos utilizando un balde con agua. Otro le ayuda a secarlos y se los devuelven a doña Adela. Vuelven a reunirse a platicar y esperar. Uno está recostado en la banqueta leyendo una novela vaquera, dos están sentados y dos parados.

Efraín, el segundo más joven, comienza a arreglar sus pertenencias. Saca una pequeña tarjeta con una imagen, dice que es San Toribio, el santo de los migrantes, que tiene su santuario en la región de Los Altos de Jalisco. Todo el grupo se encomienda al santo, pero sólo éste porta su imagen. En su cartera no hay más que unos cuantos quetzales y algunos billetes mexicanos. También saca un botecito, su contenido huele bien, pero es muy fuerte y penetrante. Huele como a hierbas aromáticas. Pachuli. Ellos dicen que lo utilizan para no oler tan mal, después de pasar varios días sin bañarse. Además de eso traen consigo cobijas enrolladas y atadas con cordones que cuelgan como bolsa o mochila, dentro de la cobija algún cambio de playera. Si no, le hacen como Rodolfo, el mayor de todos, quien compró una camiseta en un tianguis, un tanto llamativa. Era de mujer. Guinda y con estoperoles alrededor del cuello. Después de usarla la deja, y por un precio barato comprará otra.

Viajan en completa austeridad

En su paso por la República Mexicana, los migrantes están propensos a sufrir de abusos y extorsiones por parte de delincuentes y policías, además de accidentes. Corren el riesgo de perder su vida. Pero este grupo ha tenido suerte. Lo que sí los invade son el hambre, el frío, el miedo, la preocupación.

Sólo uno de ellos viaja por primera vez, el más chico de todos. El “Arjona”, le dicen sus compañeros burlándose de su apariencia arreglada. Los demás ya han realizado el recorrido, unos más de una vez. “Arjona” se para y comienza a caminar por una de las vías que cruza enfrente de la banqueta donde esperan. Sus compañeros dicen que dejó a su novia allá. Él se sonroja. En general tres de ellos, los más jóvenes, son muy penosos y callados. Sólo se ríen dentro de sí. Los mayores son hermanos y son más confianzudos y habladores.

Ellos conocen de los riesgos a los que se enfrentarán en el viaje, pero prefieren eso a seguir estancados en su país. No alcanzaron a terminar ni la primaria porque debieron ponerse a trabajar. Y ahora están fuera de su país en una migración forzada.

Dan las siete y la hora se acerca. A las ocho sale el tren que los llevará al Norte. Cargan el agua en botellas que alguna vez fueron de refresco 7up.

Los que faltan por acomodar sus cosas, lo hacen. Se preparan. Y caminan rumbo al tren al que se subirán. Lo hacen hasta que desde la banqueta sólo se alcanzan a ver unas siluetas. Se han despedido sin saber qué será de ellos en un rato, mañana o en un mes. Les espera, tal cual, un futuro incierto. Sólo tienen una certeza: buscan una mejor calidad de vida.

El origen

De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración, los trabajadores centroamericanos que emigran a México provienen principalmente de Guatemala, Honduras y El Salvador. Sin embargo, los hondureños y los salvadoreños sólo se quedan temporalmente, hasta que reúnen el dinero necesario para viajar a los Estados Unidos. Los únicos que realmente tienen a México como destino final son los primeros.

Los centroamericanos emigran por las mismas razones por las cuales los mexicanos lo hacen hacia Estados Unidos, el desempleo y los altos índices de pobreza. Según cifras del Banco Mundial, Guatemala tiene un índice de pobreza de 60% y una tasa de desempleo de 5%. Honduras tiene un índice de pobreza de 70% y 11% de desempleo. Por su parte, 50% de los salvadoreños vive en pobreza y la tasa de desempleo es de seis por ciento.

En México, el Estado que tiene más migrantes centroamericanos es Chiapas. Esto se debe a la cercanía que tiene con Guatemala y a que muchos chiapanecos han emigrado a otros estados de la república y a los Estados Unidos dejando más opciones de trabajo, sobre todo en el campo.

Ana Kiyu Jacobo Oliva/ITESO-EL INFORMADOR

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