Viernes, 29 de Marzo 2024
Internacional | La llegada de otro grupo podría aumentar la represión policial y reforzar la seguridad

Migrantes iraníes temen popularización de puerto belga

En una iglesia pequeña de la ciudad de Zeebrugge, una veintena de personas espera abordar un buque de mercancías con destino a Reino Unido

Por: NTX

Algunos de los migrantes iraníes poseen identidades falsas que adquirieron en Atenas a precios 'bastantes altos'. NTX / M. Bizzotto

Algunos de los migrantes iraníes poseen identidades falsas que adquirieron en Atenas a precios 'bastantes altos'. NTX / M. Bizzotto

ZEEBRUGGE, BÉLGICA (05/MAR/2016).- En una pequeña iglesia de la ciudad portuaria de Zeebrugge, a unos cien kilómetros al oeste de Bruselas, una veintena de migrantes iraníes calienta las noches del invierno con sueños de nueva vida en Reino Unido, del otro lado del Mar del Norte.
 
El grupo trata de mantenerse discreto, con miedo de que la llegada de nuevos candidatos a la travesía clandestina conlleve un aumento en la represión policial y el refuerzo en la seguridad del puerto, al que intentan acceder todas las noches en la esperanza de embarcar escondidos en uno de los buques de mercancía con destino a "El Dorado".
 
La llegada de los primeros extranjeros a esa localidad de poco más de 3.5 mil habitantes, en octubre de 2015, alarmó a las autoridades locales.
 
La pasada semana, el anuncio del desmantelamiento del campo de refugiados de Calais (Francia), a poco más de cien kilómetros de allí, convenció al gobierno federal de reforzar la seguridad en el litoral belga y reinstaurar los controles fronterizos.
 
"No queremos que eso se convierta en otro Calais", afirmó Ali, uno de los migrantes, repitiendo a sabiendas el discurso de las autoridades belgas, pero con una motivación distinta.
 
"Si así, cuando somos pocos, ya es difícil llegar a un buque, imagine si fuéramos centenas", explicó el mecánico iraní, de 39 años, que empezó su periplo hace cinco meses, huyendo de la represión religiosa.
 
Católico ortodoxo, decidió abandonar su país después de ser detenido por la segunda vez por rezar en una iglesia clandestina. Tras pasar la frontera al norte de Irán y cruzar Turquía de este a oeste, Ali embarcó en una patera hasta la isla griega de Samos, luego en un ferry con destino a Atenas, donde cogió un vuelo hasta Bruselas. Ha entrado a Bélgica en el primer intento, gracias a una identidad falsa búlgara adquirida en la capital helena por un precio que se niega a revelar, pero que afirmó ser "bastante alto".
 
De los últimos cuatro meses, ya en Zeebrugge, acumula los estigmas en las manos: callos y pequeños cortes causados por las vallas de alambre que protegen toda la zona portuaria.
 
"Es muy duro (pasar). Hay gente que se ha roto la pierna. Todas las noches volvemos a intentar. Siempre nos coge la policía", contó con una sonrisa resignada.
 
Reza, de 24 años, afirmó que si tuviera dinero, hubiera recurrido a los traficantes que operan en Calais.
 
"Pero cobran cinco mil libras (siete mil dólares) para llevarnos al otro lado (del Canal de la Mancha). Es demasiado. Para llegar de Irán hasta aquí he gastado siete mil euros (7.7 mil dólares)", dijo.
 
La mayor parte de sus economías Reza las invirtió en el viaje de su mujer y su hija de seis meses, que entraron a Reino Unido en un vuelo originario de Atenas, usando documentos falsos adquiridos a un traficante en esa ciudad.
 
Mientras esperan su "noche de suerte", los iraníes de Zeebrugge sólo cuentan con la caridad de parte de la población y del cura local, Fernand Maréchal, que les permite ocupar la iglesia tanto de día como de noche y convenció el gobierno a no molestar a los migrantes que se encuentran dentro del recinto.
 
Pese a las dificultades diarias, los migrantes tienen claro que su situación es mucho mejor que la del campo de Calais.
 
Maréchal alzó la voz contra el gobernador de la provincia de Flandes Occidental, el demócrata-cristiano Carl Decaluwé, quien llamó a la población de Zeebrugge a "no alimentar los refugiados para no atraer a más".
 
También protestó contra la confiscación de colchones, mantas y otras pocas pertenencias dejadas por algunos migrantes delante de la iglesia durante un control policial.
 
Ahora la policía les rinde visita a diario con un dispositivo que parece desproporcional: cuatro furgonetas y un policía para cada dos migrantes, pero los controles suelen ser amistosos, entrecortados de sonrisas.
 
"Ya son mis conocidos. Todos los días les vemos aquí. A veces les llevamos a la comisaría para verificar los papeles. Al final del día están aquí de vuelta. Por la noche les detenemos si intentan entrar al puerto. Al día siguiente les volvemos a encontrar aquí", dijo el jefe de la misión, tras bromear con uno de los migrantes delante de la iglesia.
 
Los oficiales hacen poco caso de las órdenes de abandonar el territorio que muchos migrantes acumulan guardados en pequeños bolsos de plástico.
 
"Intentamos convencerlos de presentar un pedido de asilo en Bélgica. Así tendrían dónde dormir, tendrían comida. Pero no hay modo. Lo que quieren todos es irse a Reino Unido", afirmó.
 
Ali, Reza y sus colegas están convencidos de que también esa convivencia se debe únicamente al hecho de que el grupo es pequeño y viene disminuyendo a cada día. A principios del año contaba hasta 60 personas, de las cuales muchas lograron cruzar el Mar del Norte, otras prefirieron probar la suerte en otros sitios.
 
Por eso, están decididos a hacer su parte: huyen a la prensa y no revelan su localización "ni a los amigos que están en Calais", aseguró Ali.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones