Lunes, 18 de Marzo 2024
Internacional | El islam ha tenido la función que tuvo el comunismo durante la Guerra Fría

El discurso global sobre el islam tras el 9-11

La investigadora Marta Tawil asegura que en el ámbito de la seguridad internacional, el islam ha tenido la función que tuvo el comunismo durante la Guerra Fría

Por: SUN

CIUDAD DE MÉXICO (03/SEP/2011).- Aunque desde el 11 de septiembre muchas cosas han cambiado en Medio Oriente, Estados Unidos sigue siendo el actor externo con peso decisivo en esa región y el Islam la fuente principal de las percepciones que se tienen de ella.

Cada una de las crisis que vive Medio Oriente y que vinculan entre sí al Levante, el norte de África, el Golfo Pérsico y la zona de Afganistán/Paquistán tiene una lógica propia, mas, su agudización y exacerbada interdependencia fue posible gracias a la orientación unilateral, hegemónica y militar de la agenda de seguridad de EU que los ataques del 9/11 aceleraron. Al declararse comprometido con la “libertad” en Medio Oriente, Washington hizo parte de un mismo frente de combate contra el terrorismo a países tan disímiles como Paquistán, Líbano, Indonesia, Afganistán, Irak, o los territorios palestinos. El resultado ha sido trágico: la última década vio la intensificación de la intifada palestina, las guerras de Afganistán e Irak, los conflictos de Israel en Líbano y Gaza, las oposiciones islamistas radicales en Asia y África, los antagonismos entre iraníes y árabes, la banalización de la violencia y el fortalecimiento de dictaduras.

En el ámbito de la seguridad internacional, el islam ha tenido la función que tuvo el comunismo durante la Guerra Fría. Gran energía y numerosos recursos se han puesto al servicio de los aparatos estatales, medios de comunicación y universidades para entender al islam como el “otro” ideológico (y exótico) de Occidente. Las barreras geográficas y lingüísticas siguieron alimentando en los observadores occidentales la tendencia a sobrevalorar el referente religioso, a verlo como fuente de recetas intangibles que los actores locales están o no dispuestos a aplicar (islamistas versus laicos). Obras monótonas basadas en un orientalismo folclórico revelan la obsesión por el Corán y la historia del pensamiento musulmán como los medios para conocer el presente y futuro político del mundo árabe. Esta visión sobre el islamismo que prevalece en varios círculos estadounidenses y europeos ha hecho, por ejemplo, que la “causa de las mujeres” se encierre en la categoría analítica de la misoginia que no toma en cuenta la adheión consciente y deliberada de las mujeres a la doctrina islamista. Más tragicómico aún resulta que tantos recursos y debates no hayan logrado que la opinión pública de muchos países, incluyendo la mexicana, sepa siquiera distinguir entre un árabe y un musulmán.

Algunos cierran este ciclo de una década con el asesinato de Bin Laden. En realidad concluye con el estallido de las revueltas populares masivas en el mundo árabe desde enero de 2011. Desde entonces el espacio político de Medio Oriente entró en una fase de inestabilidad crónica de la cual nadie puede prever el resultado. Ni los agentes del cambio saben quiénes serán los nuevos cuadros, cuál será el juego de los islamistas, qué papel tendrán los ejércitos o qué poder tendrán las fuerzas contrarrevolucionarias.

Si algo ha quedado claro en esta última década es que Al Qaeda, como fuerza política, ha perdido terreno. Los medios árabes no le dan la misma cobertura, sus ataques indiscriminados contra civiles han generado condena entre la mayoría de los musulmanes del mundo y no ha podido secuestrar los temas populares de la opinión pública árabe como Palestina o la lucha por la democracia.

Estos 10 años también han enseñado que no existe una mentalidad árabe/musulmana, que el Islam es una religión fragmentada y plural, y una simple pero inagotable reserva de legitimación; que la humillación que ha sometido a árabes y palestinos no los hace terroristas ni la opinión pública antiestadounidense lleva necesariamente a los Estados de mayoría árabe o musulmana a cambiar su comportamiento en política exterior.

El carácter de las sublevaciones a favor de la democracia y la dignidad humana que iniciaron en Túnez y se extendieron, así como la actuación que en ellas han tenido los islamistas, confirman que las respuestas que dan los textos sagrados a quienes emprenden la lucha política reflejan la personalidad de los protagonistas y el contexto en que surgen sus preguntas; que las sociedades árabes y las comunidades musulmanas contemporáneas con trayectorias históricas diferentes tratan de alcanzar un desarrollo en el que pueda haber legitimidad política, base de la democracia.

Aunque Obama ha mantenido un discurso de respeto hacia los musulmanes, la politización del Islam en EU —desde la quema de ejemplares del Corán hasta las campañas contra la sharia— es un salvavidas para la narrativa del “choque de civilizaciones”. En política exterior Washington se guía por suposiciones erróneas y rígidas sobre el equilibrio de poder en la zona, que considera terreno dividido entre moderados proestadounidense y radicales proiraníes, dando carta blanca a injusticias atroces al buscar garantizar la hegemonía militar de Israel, aceptando el papel negativo y preocupante que Arabia Saudita tiene en las “primaveras” de Yemen, Bahréin, Siria y Líbano. Si bien EU carece de recursos, respeto y autoridad moral para determinar el futuro político de los países árabes y musulmanes, a 10 años de la tragedia del 9/11 resulta apresurado proclamar el fin del orden estadounidense en Medio Oriente.

*Investigadora de El Colegio de México

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