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Cultura | Por Jaime García Elías

Talento, divino tesoro

Por Jaime García Elías

Por: EL INFORMADOR

La niña-artista saluda a uno de los maestros violinistas que la acompañaron en el Teatro Degollado.  /

La niña-artista saluda a uno de los maestros violinistas que la acompañaron en el Teatro Degollado. /

GUADALAJARA, JALISCO (05/MAR/2012).- Algún día, dentro de algunos años, alguien querrá saber —o recordar—cómo fue la primera vez que Daniela Liebman tocó en el Teatro Degollado, si no por tratarse de una de las salas de concierto con fama de consagratorias, sí por ser la tierra natal.

Alguien querrá tener el testimonio de que Daniela, a los nueve años de edad, cayó de pie en esa sala (casi llena). Que pisó la duela con aplomo: como toda una artista. Que interpretó  el Concierto No. 8 en Do Mayor para piano y orquesta de Mozart, con desenvoltura ejemplar. Que consiguió la nota aprobatoria en el mismo instrumento en que han triunfado, entre otros, Christian Leotta y Gergeli Boganyi… y en los que reprobaron otros (“de cuyos nombres…”, etc.), bastante mayorcitos que ella.

Alguien querrá saber, cuando su nombre alterne con los de Martha Argerich o Lyla Silverstein, que la concertista de menor edad que hasta ahora había tocado con la Orquesta Filarmónica de Jalisco, acusó un conocimiento cabal de la obra; que tuvo una digitación irreprochable…  aunque las octavas aún le quedan grandes; que tuvo volumen suficiente; que tocó (y que tocó bien) todas las notas de la partitura; que en las cadenzas mostró el vigor y la agilidad adecuadas.

Alguien querrá saber que el público, al final del concierto, le aplaudió de pie; que le pidió dos “encores” para prolongar unos minutos más el hechizo de su presencia fresca y de la promesa implícita en su incipiente carrera.

El historiador y el biógrafo de mañana encontrarán que la dirección del concierto estuvo a cargo de Anatoly Zatin (mentor, además, de Daniela). Que la velada comenzó con una excelente interpretación de la Obertura Egmont, de Beethoven. Que en la segunda parte participaron los coros del Estado de Jalisco y de la Universidad de Colima, con las mejores versiones —por la destreza de Zatin— que en muchos años se habían escuchado aquí, de los coros de Aída, Nabucco y El Trovador, de Verdi, y de El Príncipe Igor, de Borodin. Que la rúbrica fue una espléndida Obertura 1812, de Tchaikowsky…  y que la única inconsecuencia fue la inclusión de la Conga del Fuego Nuevo, de Márquez, plausible si no hubiera sido como un platito con cacahuates tostados… al final de un banquete. Y, en fin, que el programa se repetiría el domingo, a las 12:30 horas, en el mismo escenario.

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