Ofrecen taller de literatura para pacientes psiquiátricos

CIUDAD DE MÉXICO (18/DIC/2010).- Raúl quiere ser ejemplo para sus nietos, Julián sueña con pisar un campo profesional de fútbol y Sonia asegura con fervor que está viva por su fe en Dios, según consta en los escritos de pacientes de un hospital psiquiátrico en un inédito taller literario experimental en México.

Todos los lunes, durante dos horas, un grupo de personas internadas por padecimientos mentales en un hospital del ministerio de salud mexicano se reúne para plasmar en papel, a veces trabajosamente, sus temores, sueños y recuerdos.

"La cultura es para todos, busco que todas las personas hospitalizadas reciban cultura. Todos tenemos derecho a escribir, leer, pintar", dice Yolanda de la Torre, escritora y periodista que con enorme entusiasmo, paciencia y tacto coordina este taller de forma gratuita.

"De niño sólo tuve una fiesta de cumpleaños y fue fantástico. Mi mamá me dio un regalo que me cambió la vida: un balón y fui muy feliz. Mi sueño es pisar una cancha profesional y debutar con el equipo de mis amores, el América", dice un texto. Su autor es un joven de 25 años que vendía los típicos tacos mexicanos antes de ser internado. Para mantener en el anonimato a los pacientes, se hace llamar 'Julián'.

Según la dinámica del taller, los pacientes evocan momentos de su vida en un texto que leen en voz alta y es comentado por los participantes, todos internos del pabellón psiquiátrico.

"Es un taller sin duda inédito en hospitales psiquiátricos en México. Son habituales las terapias ocupacionales, pero no los talleres de redacción", comenta el neurocirujano Jesús Ramírez, director del pabellón psiquiátrico.

Explica que ha observado cambios en el ánimo de los pacientes que participan, sobre todo porque se fomenta la comunicación entre ellos y los prepara para el momento de reinsertarse en la sociedad.

"En el taller, recuperan su dignidad como personas, dejan de ser pacientes y vuelven a ser apreciados por lo que son", comenta Ramírez, de familia de escritores y autor del libro 'Breve diccionario clínico del alma'.

Alfredo, de 13 años, el pequeño del grupo que con su sonrisa compensa sus dificultades, aplaude a Julián y lo alienta a ser futbolista mientras colorea uno de los soberbios dibujos hechos por el amante del balonpié. "Mi vida es el fútbol, pero eso no va a pasar. Los pensamientos los tengo en el cielo, pero la realidad está en la tierra y es muy dura", comenta con tristeza mientras dibuja una rosa que le regala a Yolanda.

Con 64 años de edad, Raymundo es de los veteranos. Es abuelo y escribe orgulloso cómo sacó adelante a sus hijas, una de ellas cantante de ópera, moliendo maíz para hacer tortillas. "Trato de ser mejor persona para ser un ejemplo para mis nietos, son mi vida. Ya no sé ni en qué día vivo, pero me siento mucho mejor. Es difícil la vida, somos tantos millones y vamos en el camión y uno se siente sólo aunque vaya atestado", escribió Raymundo.

Sonia, de 31 años, permanece inmóvil, encogida, el cabello oculta su rostro. Pero cuando habla, para acallar a Alfredo o leer su texto, suena decidida. "Cristo nos ama y nunca nos abandona. Cuando las puertas se cierran, una ventana se abre. Si sigo con vida, es porque creo en Dios", dice Sonia antes de desencadenar una discusión porque otro paciente tiene una Biblia cuando a ella se la prohibieron. "Evitamos que haya biblias porque los pacientes pueden tener distintas creencias y podrían causar problemas", explica una enfermera.

El taller culmina, los pacientes se resisten a despedirse de Yolanda, la escoltan a la puerta. Tan pronto sale, se inclina, jala aire. "Es agotador, he trabajado con niños con problemas de aprendizaje, pero esto es muy demandante", explica.

Pero de inmediato se recupera y con una sonrisa explica que planea reunir en una edición los sueños, temores y recuerdos de los pacientes.