Sábado, 18 de Mayo 2024
Cultura | El autor considera que el ensayo es una madurez literaria

Ignacio Padilla, con esdrújulas

Presenta ''La Industria del fin del mundo'', un ensayo que escarba entre los dimes y diretes sobre el fin del mundo

Por: EL INFORMADOR

Padilla explica que una de sus principales características literarias, es su afición a las palabras esdrújulas.  /

Padilla explica que una de sus principales características literarias, es su afición a las palabras esdrújulas. /

GUADALAJARA, JALISCO (29/NOV/2012).- Ignacio Padilla no cree en el fin del mundo, pero escribe sobre éste. El autor mexicano, ganador del Premio Nacional Juan Rulfo (1994), considera que el ensayo es una madurez literaria. Él da por sentado que goza de este nivel, pues durante su participación en la Feria Internacional de Libro en Guadalajara, presenta "La Industria del fin del mundo", un ensayo que escarba entre los dimes y diretes de dicho acontecimiento apocalíptico.

Padilla, que se ha consagrado como uno de los escritores más influyentes de México ante su pulcra y exacta narrativa, detalló que en la feria literaria él se integra a "Un par de cosas mías y otras ajenas", entre los que destacan las presentaciones del ensayo "Industria del fin del mundo", y "Los reflejos y la escarcha", su más reciente volumen de cuento.

Dice Padilla que él escribe por amor y por venganza, pues entre sus aspiraciones asegura querer "provocar en otras personas, lo que en mí han provocado ciertos libros muy queridos". El autor de "El año de los gatos amurallados", explica que una de sus principales características literarias, es su afición a las palabras esdrújulas.

"Tengo muchas palabras recurrentes y otras que evito. Evito los gerundios o procuro utilizarlos lo menos posibles, me parece que son cacofónicos, altisonantes. Me gustan mucho las esdrújulas. Recuerdo a que Gabriel García Márquez le preguntaban que porqué en sus novelas todo ocurre en miércoles y sábado, y él respondía 'porque son esdrújulas'. A mí me gustan también las esdrújulas, tanto como me desagradan los gerundios".

En lo que respecta al ensayo, género que lo ha catapultado internacionalmente, principalmente con El dorado esquivo: espejismo mexicano de Paul Bowles, Ignacio Padilla destaca que en México hay dificultades para leer y digerir el contenido de éste.

"Por lo general, el lector de ensayo necesita, particularmente en México, tanto como el escritor, educarnos en el género del ensayo. No tenemos una tradición lectora de ensayos como sí la tenemos en lectura de novelas. El ensayo es un tema de madurez personal y cultural".

Sobre "La Industria del fin del mundo", Padilla dice que en sí, el mundo no terminará, que no va a pasar nada.

"Reflexiono sobre lo que se ha dicho o dejado de decir en torno al Apocalipsis maya del 21 de diciembre. Sobre todo, como se ha ido edulcorando y descafeinando el pánico que pudo haber surgido en torno en el judeo-cristianismo. Sobre todo, a los fines del mundo que han venido asolando y motivando a la humanidad desde que Juan de Patmos, en el año 70 D.C, escribió ese librito lleno de odio, llamado el Apocalipsis".

En lo que respecta a "Los reflejos y la escarcha", el libro surge como un nuevo volumen de su colección de cuentos que plantea desde aproximadamente 20 años, y de los cuales ya ha publicado dos títulos.

Los reflejos y la escarcha, es un cuento de 12, en el que el tema aglutinante, más no exclusivamente, es la fraternidad, sobre hermanos siameses, gemelos, fratricidas, incestuosos, clones. El próximo será Lo volátil y las fauces, un bestiario, un cuento sobre animales.

"Este libro es parte de un proyecto más extenso que data de hace 15 ó 20 años, o quizá más, en el que me he propuesto, quizá como mi legado humano, narrativo, hacer por lo menos un cuarteto de libros de cuentos unitarios. Que sea un proyecto de vida, de arte. Estoy procurando construir una propuesta cuentística".

El primer volumen fue publicado hace 15 años, bajo el nombre "Las antípodas y el siglo", una serie de cuentos que tratan sobre viajes y viajeros. El segundo, publicado hace cinco años, se llama "El Androide y las quimeras", sobre mujeres, muñecas, androides.

¿Qué harías si realmente se acabara el mundo?
-Seguramente no haría nada distinto de lo que he estado haciendo. Generalmente, la idea del fin del mundo es recurrente en todas las culturas, como una especie de recordatorio de que hay que vivir la vida, mantener o no dejar deudas pendientes. El fin del mundo es deseado por la humanidad más que temido, porque no van a morir o a desaparecer todos. La idea es que le ocurra al otro, no a mí. Ser testigo y sobreviviente. Queremos que el Apocalipsis se lleve a mi jefe que no me cae bien, se le caiga encima a la suegra. Tenemos un mínimo de esperanza de que sí sobreviviremos para poder jactarnos. Yo cambio la pregunta: ¿que tal que el mundo ya se acabó y no nos damos cuenta?

¿Cuál es tu idea de un mundo ideal?
-Mi mundo ideal no difiere mucho del mundo contemporáneo, real. Descreo en un paraíso de perfección porque aprecio mucho la imperfección del ser humano. El mundo ideal es un mundo de comunicación y tolerancia de la diferencia, sobre todo creo que el mundo ideal es el que reconozcamos, que lo que nos hace mejores es la impureza, no la pureza. Me parece que el judeo-cristianismo ha generado fantasías utópicas totalitarias, incluido el fascismo y el nazismo, de lo que se piensa que lo puro es lo bueno. Creo que el mejor mundo posible, es el mundo de la impureza, del lenguaje, de la raza, en todo sentido.

¿El ganar premio al por mayor, como tú, quiere decir que la obra que se ofrece es buena?
-En ese sentido, los premios representan un riesgo para el autor de creer que su obra es la mejor que hay en ese momento, en cualquiera de las categorías en las que participe un premio. Creo que el escritor debe tener los pies puestos en la tierra. Saber que un premio implica un merecimiento, pero desde luego no implica ningún tipo de perfección ni de superioridad sobre otros textos participantes. Hay un elemento de azar importante. En un sentido real, práctico y anímico, los premios literarios son, en primer lugar, una oportunidad extraordinaria de mejor difundir un texto. Por otro lado, permite que el autor reciba una gratificación no solo emocional, sino material por su labor, particularmente en un país donde no se lee.

Cuándo pones el punto final al texto ¿piensas que tu obra realmente será buena?
No lo sé. Nunca creo saber hasta que punto es bueno o malo mi texto y nunca termino por saberlo. Un libro determinado puede tener muchas y muy buenas ventas, puede recibir un premio literario, pero eso de ninguna manera va a ser la calificación absoluta de la calidad de tu texto. El único lector que tiene el artista, el escritor, es así mismo. Le escribimos a un lector fantasma, lo construimos con el lector que somos.

¿Envidias otros textos o estilos?
Muchos. He envidiado sobre todo de aquellos a quienes admiro, he procurado seguirlos, copiarlos, aprender de ellos para finalmente singularizarme. Me parece que aún no termino de descifrar, y nunca terminaré de envidiar de todo corazón la prosa de García Márquez, su oído interno literario es increíble. La prosa hipnótica de Javier Marías, la prosa hipercorrecta de Antonio Muñoz Molina, la maravillosa capacidad de adjetivación de José Luis Borges.

FRASE:
"Defiendo a ultranza el derecho que tiene un artista de vivir de lo que hace, eso no lo prostituye, ni le quita dignidad a su obra, pero le da dignidad a su vida". Ignacio Padilla.

EL INFORMADOR / NORMA GUTIÉRREZ

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